Energías renovables: un debate sin autoengaños

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Parque eólico de Rubió

El debate energético marcará la agenda pública en los próximos años. Es un debate nada fácil porque, como estamos viendo estos días con la ampliación del aeropuerto de El Prat, con las grandes infraestructuras el coste cero no existe. Las energías renovables también tienen afectaciones sobre el territorio: son limpias, pero no son inmaculadas. Ocupan espacio, afectan al paisaje. Y a la vez son muy necesarias para suplir las energías fósiles y así frenar el cambio climático. Además, son más baratas de producir que las fósiles.

La transición energética en Catalunya todavía tiene que resolver un reto capital: ¿cómo se abastecerá el país cuando cierren las centrales nucleares, que como muy tarde tendrán que bajar la persiana en 2035? La oposición territorial a las grandes instalaciones de renovables tiene su lógica –a nadie le gusta que sus entornos de proximidad sean ocupados por molinos de viento o placas solares–, pero nos aboca a alternativas que tampoco gustan: la instalación de líneas de muy alta tensión (MAT) para trasladar la producción de energía generada en otras zonas. Esto es exactamente lo que ahora podría pasar con un proyecto privado originado en Aragón y que tiene el visto bueno de la administración del Estado, que es el que tiene competencias en el caso de estos macroproyectos (en los pequeños, solo con afectación en el propio territorio, la última palabra la tiene la Generalitat). El BOE publicó el aval a esta MAT el 28 de julio. La energía que se tiene que transportar se producirá en Teruel, principalmente a partir de parques eólicos, y a través de 287 kilómetros (181 en territorio catalán) llegará a la subestación de Begues, en el Baix Llobregat, con el objetivo de abastecer el área metropolitana de Barcelona. Pasa por ocho comarcas. Los municipios y consejos comarcales afectados, así como entidades ecologistas, han puesto en marcha acciones de protesta y legales para parar el proyecto. También presentará alegaciones el mismo departamento de Acción Climática de la Generalitat. Y en Aragón hay igualmente protestas, en este caso contra las instalaciones de producción.

El minifundismo con energías renovables, con la implicación de los ciudadanos –por ejemplo, a través de pequeñas instalaciones de placas solares en las casas o empresas–, es, sin duda, un terreno que hay que potenciar. Pero, vista la fuerte demanda, difícilmente nos podremos ahorrar parques de energías renovables. A principios de julio, después de las quejas de muchos ayuntamientos, la Generalitat congeló los nuevos proyectos eólicos en el territorio y anunció que en otoño presentaría un nuevo decreto con un endurecimiento de las condiciones que cumplir para obtener una licencia. El proyecto aragonés ha aprovechado el momento de compás de espera para salir adelante. El caso es que Catalunya tiene que avanzar cuanto antes mejor hacia la energía verde, un terreno en el cual llevamos retraso. Hay que decidir si producimos o importamos energía limpia. Pero en los dos casos tocará tomar algún tipo de decisión impopular. Sería, pues, muy importante que el debate se afrontara sin autoengaños ni maximalismos, poniendo el conocimiento técnico por delante y buscando el máximo consenso posible, pero a sabiendas de que habrá perjudicados. Porque no hay soluciones mágicas.

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