Respuesta a Germà Bel: ¿Milei neoliberal?

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Santiago Abascal con Javier Milei en Buenos Aires.

Germà Bel tiene razón cuando dice que el uso indiscriminado del adjetivo neoliberal por parte de la izquierda para atacar a la derecha puede acabar por vaciarlo de significado. Ahora bien, de ahí a reducir la existencia del neoliberalismo en cavilaciones ininteligibles de marxistas y postestructuralistas de salón me parece un caricatura que invisibiliza una ideología que ha marcado la política desde finales de los setenta hasta la fecha.

Contrariamente a lo que afirmaba Bel, la corriente de pensamiento liberal que la mayoría de la teoría crítica asocia al neoliberalismo no es la economía social de mercado que Alexander Rüstow bautizó como neoliberalismo en 1938 sino una corriente de liberalismo entonces opuesta a éste: la Escuela Austríaca, que se definía a sí misma como neoclásica pero que, a diferencia del liberalismo clásico, situaba al mercado no sólo en el centro del orden político-económico sino como el elemento rector de todas las relaciones humanas. Esta corriente, ya después de la guerra y una vez instalada en EEUU, empezará una lenta escalada hacia la hegemonía gracias sobre todo a la financiación generosa de las grandes fortunas. La Chicago School of Economics será el faro intelectual de una red creciente de think tanks cada vez más influyentes que van a trabajar por un objetivo muy claro: el desmantelamiento del estado del bienestar keynesiano tanto en su versión estadounidense (liberalismo del New Deal de Roosevelt / Gran Sociedad de Johnson) como en la europea (socialdemocracia/laborismo) para imponer un modelo que pivotara exclusivamente alrededor del libre mercado, eliminando cualquier principio redistributivo. La oportunidad llegó en los años 70 con la crisis del petróleo, cuando el neoliberalismo inició el asalto a las instituciones.

Por tanto, el neoliberalismo, ya como proyecto político, no se enfrenta al estado “para que éste sirviera los intereses económicos dominantes”, llegando a un “diagnóstico similar a la visión marxista”, como afirmaba Bel, sino que esta retórica antiestatista se empleaba precisamente porque consideraban que el estado no defendía suficientemente los intereses de unas élites capitalistas que ya eran dominantes pero que querían acumular aún más riqueza y sabían que, para conseguirlo, era necesario cambiar la naturaleza del estado. El neoliberalismo tiene así una naturaleza reaccionaria y antidemocrática, es una revolución invertida de una opulenta y poderosa minoría contra la mayoría social. El neoliberalismo es “acumulación por desposesión” (David Harvey) y emplea el estado para imponer un modelo de mercado cada vez más totalizante, que actúa como medio para transferir la riqueza hacia arriba y acumularla cada vez en menos manos.

Así que, a diferencia de lo que afirmaba Bel, el neoliberalismo, en la práctica, se pasa a menudo por el arco del triunfo el laissez faire y el control de gasto público si de lo que se trata es de asegurar la prevalencia del mercado: Reagan se endeudó a hasta las cejas “para ganar la Guerra Fría” e imponer un nuevo sistema carísimo de prisiones que encarceló a millones de personas ( sobre todo afroamericanos) y asegurarse de la expansión del libre mercado tanto en casa como fuera. GW Bush vertió millones de dólares en Irak tras liquidar a toda la administración pública baasista y sustituirla por un virrey plenipotenciario, Paul Bremer; todo ello, para imponer un libre mercado desregulado. Gobiernos de todo el mundo se gastaron millonadas para rescatar a los bancos tras la crisis del 2008 sin revisar a fondo el poder de estos bancos sobre la economía. Todo ello porque, como dijo Thatcher, no puede haber alternativa a la supremacía del mercado.

La retórica del neoliberalismo actual gira en torno a este principio, y abarca un populismo que asocia cualquier política que prioriza el bien común un ataque a la libertad –reducida siempre a la libertad individual– que conduce inexorablemente hacia el totalitarismo. Este argumento, que tanto sirve para justificar la libertad chulapera de cañas y tapas de Ayuso para enfrentarse a la política anticovido del gobierno Sánchez como para abanderar las campañas republicanas contra el Obamacare en EE.UU., era ya central en Camino a la servidumbre (1944) de Hayek, libro de cabecera de entornos libertarios y neocons. Complementando este argumento, tenemos las novelas de Ayn Rand –1905-1982, escritora de referencia de las élites capitalistas–, protagonizadas por hombres desacomplejadamente egoístas que luchan contra la mediocridad parásita extendida por un colectivismo pseudototalitario. Milei es una versión grotesca de este ideal especialmente cuando berrea perlas como “mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta que nos quieren cagar la vida”.

Esta versión más agresiva del neoliberalismo, desatada del humanismo propio de la Ilustración, ha ido creciendo desde la crisis del 2008 a la sombra de un neoliberalismo tecnocrático bienpensante que cogió la bandera de la austeridad y que ha convertido la precariedad en una condición permanente de una parte cada vez mayor de la sociedad. La defensa de la libertad individual está siendo reducida a la libertad para vencer a tu conciudadano. Es la lucha por la supervivencia, la legitimación de un darwinismo social determinado por el mercado que sigue monetizando, mediante la economía digital, las relaciones sociales e incluso el propio cuerpo.

Como bien señala José Luis Villacañas (Neoliberalismo como teología política, 2020), es en esta naturalización de la lucha por la supervivencia donde el neoliberalismo y la extrema derecha se encuentran. Milei o el propio Vox se forjan en este magma deshumanizador que da vida a un neoliberalismo que ya no es cosmopolita y que no tiene otro horizonte que la glorificación del mercado y la nación mediante la movilización del miedo a amplios sectores sociales a perder su estatus por dirigirla contra los sectores más desfavorecidos. Una extrema derecha que a la vez berrea, abrazándose a menudo a un fundamentalismo cristiano creciente, contra quienes se atreven a visualizar futuros diferentes, como el feminismo. El neoliberalismo existe, y el de hoy es seguramente el de la peor especie.

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