Oriol Junqueras en la presentación de su candidatura a la presidencia de Esquerra Republicana, el 21 de septiembre en Olesa de Montserrat.
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El espectáculo de sangre e hígado en el que se ha degradado el proceso precongresual de ERC tiene varias consecuencias posibles. Algunas ya se están produciendo y otras pueden producirse a corto, medio o largo plazo. Si el tono, los modos y el afán trinchero que ahora predominan no cambian sustancialmente, evidentemente ninguna de estas consecuencias será buena.

La primera y la más obvia es el debilitamiento de ERC, que se pone de manifiesto en la colección de fracasos obtenidos en el reciente ciclo electoral. Pérdida masiva de votos, pérdida de escaños, pérdida de influencia, pérdida de confianza por parte del electorado. El escándalo de la estructura B (y, ahora, su utilización como materia fecal para ventilarla contra los rivales) puede hacer que la pérdida de confianza se agrave hasta convertirse en descrédito, frente al propio electorado y de las bases mismas del partido, y también frente a la ciudadanía en general. Dentro del 30 de noviembre, cuando está fijado el congreso del partido, faltan dos meses (medio plazo) que pueden ser devastadores para ERC, sobre todo si se persiste en la opacidad sobre la ridícula estructura B y sus esperpénticas actividades, y en el enfrentamiento visceral entre Junqueras y Rovira, aquellos que firmaron juntos un libreto programático que llevaba un título tan discreto como Volveremos a vencer (y cómo lo haremos) y que hace nada se abrazaban con fuerte emoción con motivo del regreso de Rovira del exilio.

El exilio y la cárcel, precisamente, que han sufrido los líderes independentistas catalanes, era un capital político que será definitivamente dilapidado si se lo utiliza torpemente para escabullirse de las propias responsabilidades. Ya se ha dilapidado buena parte de ellas en las peleas entre ERC y Junts sobre quien era más traidor, quien se había “entregado” a la justicia española o quien había “huido” (se ha descendido hasta este subsuelo argumentación), y el siguiente paso es acabar de dilapidar lo que queda en luchas dentro de las propias organizaciones. Junqueras ha hecho este fin de semana una exhibición de fuerza: puede ganar, también puede ocurrir que la candidatura contraria dé la sorpresa. Gane quien gane, sin embargo, no debería querer hacerlo para mandar sobre los restos. La tentación personalista, la tentación del “después de mí, el diluvio”. Después del diluvio, sólo suelen quedar escombros y cadáveres.

Sin embargo, el descenso de ERC a los infiernos no es la consecuencia más significativa, ni siquiera la más grave, de este estado de cosas. Entra en descrédito también la idea de un independentismo progresista, que una la reivindicación nacional a la de los derechos y libertades, ya la profundización democrática. En su lugar aparece (ya lo vemos predicar a diestro y siniestro) el independentismo de tierra prometida, el independentismo providente y mesiánico: “Primero hacemos la independencia, y después ya hablaremos de todo lo demás”. Con este orden de prioridades es exactamente cómo se pudre una ideología. Cómo se pasa de una idea transformadora a un repliegue patriotero, populista y charlatán. Brilan las pupilas de quienes esperan su oportunidad.

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