1. Inquietud. ¿Sabemos realmente dónde estamos? Este fin de semana he estado en París. Era una verdadera fiesta de resurrección. Pocas veces he visto a tanta gente en la calle y a tan pocos extranjeros. Los parisienses han decidido que ya era hora de volver a llenar bares y tiendas (que cada vez cierran más tarde). ¿Un espejismo? El gobierno austríaco, con toda solemnidad –y por boca de la ministra de Defensa, Klaudia Tanner–, anima a la ciudadanía a prepararse para un gran apagón, que dan por seguro a medio plazo. Si Austria se siente amenazada, debe de haber razones para que nos todos nos sintamos así. Es signo del tiempo: no conseguimos salir del presente continuo, la distopía aparece en escena de manera recurrente, para decirnos lo que los poderes no quieren reconocer: los mecanismos de gobernanza global fallan y, así, solo podemos afrontar el futuro con inquietud. Austria nos ha puesto el miedo en el cuerpo. Y en Francia ha vuelto el debate sobre la energía. Macron está decidido a apostar fuerte por la nuclear viendo las amenazas que vienen. Sube el ruido de fondo.
2. Ligereza. Aquí, en cambio, estamos encallados en las pugnas entre socios sabrosamente alimentadas por una prensa conservadora que tiene un objetivo muy claro: romper la coalición de gobierno. Solo hay que ver unos cuantos titulares: "Díaz decidida a llevar a Sánchez al límite por la reforma laboral" (El Mundo); "Bruselas desconfía de un gobierno dividido por la reforma laboral" (Abc); "Sánchez cederá en la renovación del CGPJ a costa de Podemos" (La Razón). Y, por si no era suficiente, el Banco de España, principal poder contramayoritario, defiende la reforma laboral del PP.
La batalla política en curso no tiene ningún secreto. Con el derrumbamiento de Ciudadanos, el escenario se ha clarificado: hay dos bloques definidos, uno frente al otro: PP/Vox contra PSOE/Podemos y la mayoría parlamentaria que los apoya. Hay unos presupuestos por aprobar y unas elecciones en la lejanía. Los presupuestos son una oportunidad de marcar puntos ante unos electores cada vez más enfadados. Toda negociación de presupuestos tiene que empezar con un no, para hacer subir el precio de la apuesta. Pero todo el mundo sabe también que, por elemental racionalidad con un esquema como el actual, no hay más remedio que encontrar la manera de llegar a acuerdos. Lograr el punto óptimo para todas las partes no es fácil: todo el mundo tiene que hacer concesiones y todos tienen miedo de perder a los más enfadados y exigentes de cada casa.
Es la inquietud de Podemos, que después de la salida de Pablo Iglesias busca una ubicación que no signifique reducir el nicho. Y es la preocupación del independentismo, con sus líderes siempre tan susceptibles a la acusación de traidores. Pero unos y otros saben que la alternativa al gobierno español actual es el regreso de la versión más radicalmente conservadora de la derecha española: unidad patriótica sin límites y judicialización permanente de la política. Dicho de otro modo, hay que negociar, hay que presionar al máximo, hay que conseguir objetivos concretos, hay que saber llevar al PSOE a su punto límite, es decir, a hacer las concesiones necesarias para no hundirse, pero sabiendo que si cae irán todos detrás, y entraremos de lleno en una fase oscura, con una derecha envalentonada, ante la cual no es posible hacerse fantasías: ni con el eterno delirio de cuanto peor, mejor, ni con la idea de que los grandes acuerdos de ruptura solo se pueden conseguir cuando gobiernan los que representan la máxima intransigencia. Podría ser así en una situación en la que el Estado se sintiera realmente amenazado, que no es, ni de lejos, la nuestra, como se puede ver cada día.
Por lo tanto, tiene que haber exigencia, se tiene que forzar a Sánchez a salir de su comodidad: no puede pretender que todo le salga gratis. Pero, por mucho que algunos sectores económicos catalanes y sus terminales políticas puedan especular con el regreso de la derecha, la mayoría tiene que entender la magnitud de la catástrofe que supondría en un momento en el que ya hay demasiadas pulsiones en el mundo que van en la dirección autoritaria. Suficientemente oscuro es el horizonte para que la manera que algunos tienen de entender la defensa de los principios nos condene a una doble dosis de oscuridad.