El rostro confuso de Europa

Friedrich Merz hoy martes en el Bundestag.
06/05/2025
3 min

1. Desconcierto. En un momento crítico de la historia contemporánea, Europa emite señales inquietantes. Y genera cierto desasosiego, quizás porque esperamos demasiado de ella. Estábamos acostumbrados al mundo de la Guerra Fría, en el que los roles estaban claramente repartidos y las áreas de influencia también. Y Europa Occidental era territorio privilegiado bajo el paraguas de la gran potencia americana. Con la caída del Muro de Berlín, es decir, con el derrumbe de los sistemas de tipo soviético, entrábamos en otro mundo con un nuevo estadio del capitalismo en fase expansiva. El simplismo de la posguerra se desbordaba y los sistemas económicos se transformaban a partir de la gran cabalgata tecnológica sobre la que se construyó el paso del capitalismo industrial al financiero y digital. Mientras Rusia se quedaba sin el cinturón de países confinados a su servicio y se estabilizaba en forma de dictadura unipersonal, a manos del impenetrable Putin, salido del aparato represivo del antiguo régimen, China entraba en una fase de desarrollo económico y tecnológico que, desde una distancia calculada, le ha permitido escalar a la condición de segunda potencia mundial, y hemos vuelto así al modelo bipolar del que Rusia había caído.

Ante este proceso de cambio se hace difícil ver cuál puede ser el punto de estabilización. Hay razones para pensar que la aceleración puede convertirse en el nuevo estado del mundo. Los europeos, probablemente con síndrome de autoestima –que generalmente es un indicio o anticipación de la decadencia–, nos hemos llegado a creer que éramos los únicos que podíamos salvar los valores de la libertad en un momento en el que el mundo gira hacia el autoritarismo posdemocrático.

De repente, ha entrado el desconcierto. La irrupción de Trump como icono de la destrucción deliberada de la democracia liberal, que muchos se han negado a creer hasta que se ha puesto a hacer el trabajo, en vez de provocar una reacción europea de defensa de los referentes democráticos, está haciendo aflorar su cara oscura. Y de repente las extremas derechas se han puesto a marcar el paso pulverizando el mito de Europa como depositaria de la razón democrática. La última noticia –que ahora ya no es sorpresa–, la victoria –provisional– de la extrema derecha en Rumanía. La historia es cruel: un régimen expresión de lo más esencialista de los comunismos pasa de puntillas por la democracia, que no acaba de coger, y acaba seducido por la otra cara del totalitarismo: el fascismo identitario. En un momento en el que la extrema derecha crece en toda Europa. Y cuando Estados Unidos está dejando de ser el referente de la democracia liberal, idea de que Trump está intentando hacer colapsar sin el menor respeto por las libertades individuales y los derechos de las personas.

2. Tabú. Si nos habíamos creído que la vieja Europa tendría la sabiduría y la contención para no caer en las tentaciones neofascistas, Rumanía confirma que no conocemos lo suficiente la tierra que pisamos. Y que no está claro que nuestras instituciones tengan capacidad para resistir la embestida reaccionaria. De momento, pese al obsceno espectáculo Trump –que debería ser una vacuna para la ciudadanía–, el desplazamiento del electorado hacia la extrema derecha es un hecho. Las malas noticias se multiplican. En Italia ya gobierna la extrema derecha –y Meloni ya ha hecho el acto de lealtad a Trump–, en Francia encabeza todas las encuestas, y en España Vox está en plena consolidación y con la fuerza de saber que el PP solo podrá gobernar si los legitima, como ya ha hecho en las comunidades autónomas. Y así sucesivamente. No olvidemos que en las elecciones europeas de 2024 la extrema derecha llegó primera en Francia, Italia, Austria, Hungría y Bélgica. La Europa que tenía que ser garante de las libertades está girando hacia la extrema derecha. Y simultáneamente los partidos socialdemócratas se están desdibujando de forma alarmante. De hecho, en algunos casos ya se confunden con el centroderecha liberal. Pedro Sánchez, con un pie a cada lado –ortodoxia económica y cierta capacidad de captar oportunidades con derechos, libertades y costumbres– representa en cierto modo el límite de lo posible.

Y en este contexto hay que fijar la atención en el líder democristiano alemán Friedrich Merz, que a diferencia de la mayoría de derechas europeas no ha ido a buscar a la extrema derecha para gobernar, sino a la socialdemocracia, en un intento de encontrar un bloque de hegemonía democrática que debería servir de ejemplo. Y se ha encontrado, al mismo tiempo, con que la Oficina de Protección de la Constitución declaraba a AfD como una fuerza "incompatible con el orden constitucional", dando razón a su apuesta, que pese al susto del martes esperamos que llegue a buen puerto. Es una experiencia a seguir que podría crear escuela: el tabú de la extrema derecha. Y que sería triste que la miseria partidista de algunos parlamentarios hiciera fracasar.

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