1. Desencallar. El presidente Aragonès ha ido a buscar a los comunes –es decir, ha abierto el juego, ante la rigidez de sus socios de la gran marcha– y confirma de este modo dos cosas: que en el independentismo no hay una línea estratégica compartida y que su partido, decidido a salir de la larga resaca de octubre del 2017, opta por una vía transitable: la búsqueda paciente de espacios de negociación y la acumulación de capital político y electoral, a pesar de que es fácil imaginar los obstáculos que se amontonarán por el camino.
Con los presupuestos en la mano, lo ha ido a explicar incluso a una mesa de Foment, ante el rey de España, ese que, con el Procés, ha perdido cualquier signo de neutralidad institucional, para alinearse, en las palabras y en las formas, con posiciones cada vez más conservadoras, acompañando al PP en la politización de la justicia, como se confirmó en su discurso en la Escola Judicial.
¿Cuál es la diferencia entre conseguir aprobar los presupuestos o no conseguirlo? Tener unas cuentas adecuadas a la coyuntura hace que el gobierno que los propone no tenga que afrontar el futuro desde las inercias y los acuerdos del pasado, es decir, con una mano atada detrás de la espalda. Una de las enfermedades crónicas de la política es que a menudo los pequeños y mezquinos cálculos electorales de cada familia se imponen a los intereses de la ciudadanía. Y que demasiadas veces se impide la mejora del marco presupuestario para no reforzar al que gobierna: si el país va para abajo, ya me pondré yo y lo salvaré. Muy propio de la estructura patriarcal de los partidos políticos, que sitúa la posición del que está arriba como intocable y no sabe mirar a los ojos a la ciudadanía.
El gobierno catalán tiene un presupuesto para una coyuntura nueva. El presupuesto ideal no existe, y menos en este caso, que viene condicionado por el marco autonómico en el que nos movemos. Pero al menos se ha podido salvar una situación encallada, que habría penalizado la gestión del Govern. No ha sido fácil, por las peleas entre socios que se disputan un mismo territorio. Una rivalidad que se intenta esconder bajo el aura del gran proyecto compartido, que cada vez es más difícil que llegue a tapar las pequeñas y grandes diferencias, que de todo hay. En todo caso, esta peripecia parlamentaria ha hecho emerger la cruda realidad: una relación de fuerzas insuficiente para el gran objetivo y una divergencia de intereses que hará insostenible la coalición a medida que la ciudadanía vaya tomando conciencia de que la meta soñada está mucho más lejos de lo que se había insinuado y apueste por otras prioridades.
2. Transitar. Con los presupuestos en la mano, el presidente Aragonès avanza por la vía del medio, a menudo la más difícil de transitar, pero ahora mismo probablemente la única posible, como vemos con la incapacidad manifiesta de sus reticentes socios para ofrecer una estrategia ofensiva, más allá de los gritos de ritual, atrapados en un pozo negro llamado embate. Simultáneamente, el gobierno español consigue avanzar con sus presupuestos, con una amplia mayoría formada por todos los partidos menos los de la derecha (PP, Vox y los restos de Ciudadanos en caída libre) que están inmersos en un proceso de radicalización que da miedo.
Unos y otros salvan, pues, los presupuestos. Y en medio de tanta politiquería, lo que no acaba de quedar claro es si tienen conciencia plena –la alcaldesa Colau dijo algo– de la situación que se puede tener que afrontar en los próximos meses. El dinero europeo ha sido la poción para hacer creer que el futuro está ganado. Y aun así, en la salida del paréntesis de la pandemia nos encontraremos el impacto de dos crisis: los efectos retrasados de la crisis sanitaria, en forma de fatiga, de malestar mental, de consecuencias de la desatención de lo que no era covid; y la crisis de una fase del capitalismo fundada en una radical reducción de los costes de producción, en el marco de una pérdida de la idea de límites que busca beneficios desmesurados y los convierte, más allá de los resultados, en gasto fijo a expensas de los salarios y de los costes de producción. Y cuando esto estalle, como ya ha empezado, con carencia de materiales básicos y cabalgata de inflación, la ruptura social y moral puede ser de época.