La reanudación de la actividad política en Catalunya está marcada por la incertidumbre. Después de las últimas elecciones al Parlament y la formación del gobierno de coalición, se ha abierto un compás de espera pendiente de lo que puede dar de sí la mesa de diálogo. Aun así, ya se ha hecho evidente que entre los socios de gobierno las expectativas no son las mismas. Parece que ERC tiene confianza en el diálogo para resolver el conflicto entre Catalunya y el Estado, mientras que JxCat se muestra escéptico sobre los resultados de la negociación.
Más allá de las estrategias de partido, la percepción general respecto a la mesa de diálogo no genera mucho optimismo. No consta que se haya hecho una planificación como haría falta de un acontecimiento de esta importancia y tampoco se sabe que exista un acuerdo previo sobre los temas a tratar. Demasiada improvisación y muchas dudas que afectan a la consistencia y el rigor de la negociación. El fiasco sobrevenido del aeropuerto tampoco contribuye a la confianza entre las partes.
El principal interrogante es si la mesa de diálogo servirá para resolver el conflicto catalán tal como lo quieren afrontar los partidos que gobiernan en Catalunya, es decir, los partidos que defienden la independencia. Me cuesta imaginar, por ejemplo, que el Estado esté dispuesto a hablar del derecho de autodeterminación como se pide desde Catalunya. No me lo imagino por razones políticas y también jurídicas: el Estado lo tiene fácil para excluir esta cuestión del diálogo con el simple argumento que no se le puede pedir negociar sobre el ejercicio de un derecho que no reconoce la Constitución y que implicaría contradecirla.
El líder de la oposición ha dicho reiteradamente que en Catalunya hay que pasar página. Es una expresión que se puede asociar a la idea de olvidar o dejar atrás una etapa política, que en este caso no es otra que la del Procés. Este enfoque permite intuir que la estrategia del Estado en la mesa de diálogo se centrará probablemente en hacer propuestas de mejora del autogobierno y económicas. No se puede negar el margen de maniobra que todavía hay en este sentido, más grande del que mucha gente cree; pero se hace difícil pensar que esto sea suficiente para llegar a un acuerdo político después de todo lo que ha pasado en Catalunya en estos últimos años y las expectativas generadas en la ciudadanía.
Hace tiempo que los resultados electorales configuran en Catalunya mayorías de gobierno que apoyan la independencia. Esto significa que en Catalunya hay un apoyo democrático claro y persistente a favor de un proyecto político de emancipación nacional que implica, a su vez, una voluntad de desconexión hacia el marco político e institucional vigente. Es una crisis de consentimiento o, si se quiere, una crisis de aceptación de este marco que no puede ser ignorada, ni puede quedar condenada a la inoperancia. Si la mesa de diálogo no entra en este asunto, estará desterrando la causa principal de su misma existencia y se harán patentes los límites de la negociación.
A pesar de que la posición de las dos partes parece, a priori, bastante alejada, esto no significa que no exista, objetivamente hablando, un espacio de confluencia para canalizar los cambios que ha experimentado la sociedad catalana respecto a su futuro político. Es un espacio que se puede aprovechar para reconocer claramente y sin tapujos la realidad nacional catalana y con contenidos concretos que supongan un salto cualitativo en el contenido del autogobierno. También es un espacio para hacer posible una consulta acordada que permita a los catalanes pronunciarse sobre su futuro político; una consulta que se convierte en una consecuencia lógica de la voluntad democrática largamente expresada en Catalunya y que no se tiene que corresponder necesariamente con el ejercicio del derecho de autodeterminación porque también hay otras posibilidades que considerar.
¿Se aprovechará este espacio? Hay motivos para pensar que el gobierno del Estado puede creer que el conflicto se ha pacificado con los indultos y que no es necesario llevar a la mesa temas que le pueden ser políticamente incómodas fuera de Catalunya. Por la parte catalana el principal problema viene de la división del independentismo y de la inexistencia de un único interlocutor y de una única estrategia; este hecho complica todavía más la negociación y hace que planee sobre la mesa de diálogo la incógnita que se pueda volver a repetir una situación parecida a la del otoño del 2017. Este es un riesgo que es mejor evitar por razones evidentes y que, a su vez, pone de relieve la importancia de la mesa de diálogo.