Los que se saltan la cola

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Saltarse la cola es de listos. Son los mismos que aparcan bruscamente mientras esperas a que el conductor salga de la plaza de aparcamiento sin obligarlo a maniobrar por encima de tu coche. Son los mismos que hacen como que no estás cuando llegan a la cola del supermercado o a la parada de taxis, los mismos que no ven que de las dos filas se convierten en una, los que confían en la educación de los otros. Los mismos que cuando llegan a un lugar de responsabilidad -que ellos denominan poder- dan trabajo al cuñado y a la prima sin capacitación. Ellos mismos acostumbran a llegar al vértice de la pirámide con otros méritos que no dependen de la meritocracia.

Saltarse la cola es cosa de presidente de comunidad autónoma gestionada con el cura y el apotecario, de obispo que se ha creído realmente que Dios lo ha ungido príncipe, de alcalde caciquil. Saltarse la cola es de militar salvapatrias.

Saltarse la cola de la vacunación es vivir una realidad paralela, y los que lo hacen no se pueden ni llegar a imaginar por un momento cómo están de hartos de ellos los ciudadanos. Los que se saltan la cola de la vacunación no llegan a la suela del zapato de los verdaderos servidores públicos, que la realidad nos demuestra que están en las cajas del súper, en la guardia del hospital, en la limpieza del edificio, en la oficina de cara al público, duchando a los abuelos a las residencias.

Saltarse la cola no es una anécdota. Lo hacen porque les dejamos.

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