Carles Puigdemont sentenció hace unos días hablando de la nueva etapa bajo la presidencia de Salvador Illa: "Pueden convertir, y lo intentan, la Generalitat en una gestoría de encefalograma políticamente plano, pero no pueden cambiar la historia". Los acompañantes de Puigdemont no dejan de insistir en la misma idea tratando de retratar a Illa como un hombre carente de liderazgo, mediocre, un mero burócrata. Puigdemont es un hombre intuitivo, listo. Por eso, y porque comanda el segundo partido de Catalunya, Junts, hay que prestar atención a su diagnóstico sobre Illa.
El ex president equipara el nuevo Gobierno con una gestoría. Pero, ¿qué es una gestoría? Es quien hace en nuestro nombre gestiones embarazosas, que no sabemos hacer o nos desagrada hacer, pero que es necesario llevar a cabo. Quizás, justamente, es eso lo que, lo digan o no, quieren hoy muchos ciudadanos en Catalunya, después de un período de agitación, de grandes proclamas, muy cargado. Quizás quieren alguien que sencillamente resuelva problemas, haga que las cosas funcionen. Luego, Puigdemont lanza contra Illa la retirada del encefalograma políticamente plano. Ciertamente, Illa no ha destacado por ser políticamente creativo, ni un ideólogo. Pero es que tal vez hay mucha gente en Catalunya que se siente rendida por el peso de los grandes ideales y los hiperliderazgos.
En cuanto a la historia, Puigdemont tiene toda su razón. Illa, el pasado 1 de octubre, séptimo aniversario del referéndum, hizo como si oyera llover. En eso, no engaña. En el pasado se opuso con uñas y dientes al independentismo. Ahora, su objetivo es pasar página, obviar todo aquello, y volver en la medida de lo posible a la Catalunya anterior al Procés. Puigdemont afirma que no se puede ignorar la historia, y es cierto. Sin embargo, es igualmente estéril quedarse ahí atascado. Negar el presente y dejarse encarcelar por la nostalgia. Si Puigdemont –o cualquier otro– quiere combatir a Illa, lo primero es –como aconsejan todos los grandes manuales sobre la guerra– no menospreciarlo. Estoy seguro de que Puigdemont sabe que no debe cometer ese error.
Salvador Illa es un estratega implacable que, además, es muy fiable, en el sentido de que raramente comete errores. Evidentemente, tampoco improvisa. Lo que está haciendo, y el que es su gran objetivo, es conquistar la que él cree que es la parte central del electorado. La que pone y consolida gobiernos. Por eso, a pesar de que no dé a luz grandes ideas, el presidente catalán sí hace política. Sí actúa políticamente. Es lógico, por tanto, que reivindique a Tarradellas y, a la vez, se reúna con Jordi Pujol o Artur Mas. O que tenga consellers ex convergents o mantenga en su lugar a personas ligadas a ERC. Al mismo tiempo, pone la bandera de España en su despacho, se cita con Felipe VI y no tiene reparos a la hora de contar con espanyolistas conspicuos. Aplica un españolismo blando o, si lo prefieren, un catalanismo pasteurizado.
En la dimensión puramente ideológica, hizo hincapié en la seguridad, con los Mossos dedicados a buscar navajas y cuchillos, y ha dejado claro que piensa ampliar el aeropuerto de El Prat. El president, que es católico, también ha visitado los monasterios de Poblet y Montserrat nada más iniciar su mandato. Sobre todo, Salvador Illa ha tenido un gran interés en, una vez al frente de la Generalitat, subrayar su imagen de hombre de orden, contrario al ruido y el conflicto, un talante que apreciará una parte de la sociedad y también muchos empresarios pequeños, grandes y medianos. Illa se ha revelado más conservador que ningún primer secretario del PSC anterior, y también que los presidents Maragall y Montilla.
Hasta ahora, el líder del PSC ha podido hacer todo esto cómodamente porque en su frontera izquierda los comuns y ERC se encuentran, por distintas razones, en una clara situación de debilidad. Que, según publicó el ARA, los socialistas estén pagando dos asesores del grupo de los 'comuns' en el Parlament ilustra llamativamente lo que queremos decir. En cuanto a los republicanos, resulta totalmente imposible prever cómo quedarán después de la fortísima crisis interna en la que están inmersos. Haber decidido hacer president a Illa es otro lastre que deben llevar.
Queda Junts. Habrá que ver cómo actúa la formación de Puigdemont una vez superado el congreso de este mes. Renunciar a liderar la oposición en el Parlament ha sido una primera y mala decisión. Que Puigdemont siga alimentando la confrontación con el Estado no le va mal al PSC (si Pedro Sánchez cayera y el PP lograra el poder, es muy posible que Salvador Illa acabara saliendo políticamente beneficiado). También le favorece enormemente, claro, la miopía estratégica de una parte considerable de Junts, obsesionada como está en alejarse de todo lo que suene a convergent, a renegar y maldecir aquel pasado, con el que, en cambio y como hemos visto, el president Illa flirtea abiertamente.
Sea como sea, el independentismo, que en las últimas elecciones catalanas vio evaporarse su mayoría en el Parlament, no puede, en modo alguno, permanecer aturdido, distraerse ni perder de vista sus objetivos. Pasan ciertamente por recuperar posiciones electorales, pero, más allá de eso, se trata primero de atraer de nuevo a los independentistas que hoy se sienten desinflados, desalentados o enojados y, después, seducir y convencer a nuevos sectores y ampliar el perímetro independentista. Hay mucho por hacer si se quiere evitar que la actual posición del PSC sobre la Generalitat y el resto de instituciones catalanas persista y se extienda.