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Felipe González abraza José Barrionuevo antes de que este y Rafael Vera entren en prisión para cumplir la condena del caso Marey, en 1998.

«Recuérdalo tú y recuérdalo a otros»
Luis Cernuda

Segundo Marey murió, después de una larga enfermedad, en agosto de 2001, solo dos meses después de que José Barrionuevo y Rafael Vera abandonaran la prisión, detrás del tercer grado más excepcional concedido por la doble desgracia de la aznaridad y la reconsagrada impunidad elevada a razón de estado. Es decir, turbia coincidencia, este sábado hace apenas 20 años de una inmunidad otorgada a los que dieron la orden directa de secuestrar a Marey, hijo de un republicano socialista exiliado en 1936 y capturado en Hendaya al ser confundido con un dirigente de ETA. Y sí: antes habían recibido un indulto parcial solicitado y justificado por unanimidad por el Tribunal Supremo, mientras víctima y acusación se oponían. Y también sí: aquel tercer grado automático e instantáneo llegaba después de un indulto de 1998 que fue considerado el más rápido de la democracia, según escupe todavía la hemeroteca: "Nunca en la historia judicial española se ha tramitado un indulto con tanta celeridad [...] en menos de tres días". Lo dijo la entonces ministra Mariscal de Gante, hija de juez franquista del TOP y continuadora hoy, desde el Tribunal de Cuentas, de la extorsión económica inquisitorial y la larga oleada represiva que nos asedia.

Vera y Barrionuevo habían entrado antes en prisión, un septiembre de 1998, para cumplir 10 años de reclusión. Cumplieron exactamente tres meses. Calculen: 90 días ante 3.650. Un récord de impunidad que volvieron a pulverizar dos años después, batiendo la propia marca. Recontando los días, en mayo de 2001 Barrionuevo y Vera volvían a entrar en prisión para cumplir respectivamente tres años y un mes de prisión y dos años y ocho meses. No cumplieron ni medio. Y cuando digo medio no quiero decir la mitad, sino medio: medio día. Y ni esto. No pasaron ni 9 horas en la prisión. Entraron por la mañana y salieron por la tarde. Alguien confundió –festival salvaje de las afinidades selectivas, en la evidencia de que no hay derecho penal de enemigo sin derecho penal de amigo– 2.095 días con 540 minutos. Resultado empírico: Vera y Barrionuevo, que nunca se han arrepentido de nada, cumplieron el 0,017% de la pena que tenían que cumplir por haber ordenado un secuestro que duró 10 días y que certificó el acta de nacimiento de los GAL. Bromas de la democracia cuando la democracia es de pena. Y hace llorar. Dos meses después de aquel tercer grado exprés -un segundo indulto encubierto- y de aquellas nueve horas de prisión, Segundo Marey moría, como consecuencia también de las secuelas crónicas producidas por aquel secuestro de estado y después de 18 años buscando "un poco de justicia". El horror de estado en la trastienda de la crueldad.

Memoria de la indulgencia, Marey opera hoy como espejo, todavía. Sobre todo, dado que este viernes Barrionuevo y Vera –por siempre jamás más los organizadores jerárquicos del secuestro de aquella trama de terrorismo de estado– se han posicionado en contra de los indultos a los presos políticos independentistas. Pero antes de continuar, pedazos del archivo imprescindible de Xavier Vinader sobre Barrionuevo: "De una familia noble y de dinero, fue delegado del SEU -el sindicato estudiantil de la dictadura-, obtuvo un cargo en la secretaría general del Movimiento, pasó por la subdirección del ministerio de Trabajo durante los años de la Transición -época en la que descubrió el PSOE- y aterrizó finalmente en la consejería de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid. De allí lo sacó Felipe González, después de la victoria electoral de octubre de 1982, para darle la cartera de Interior. «Aquí llegó como si fuera el sheriff, dispuesto a cargarse a quien sea, pero los que más recibimos fuimos nosotros» –recuerda uno de los pocos militantes que, en aquella época, tenía el PSOE entre las fuerzas de seguridad. Los pocos policías progresistas que tenían algunos cargos de responsabilidad se encontraron rápidamente desplazados y marginados por obra y gracia de Barrionuevo, que, cuando llegó el momento de escoger, prefirió nominar a los lugares clave del organigrama hombres procedentes del franquismo y muchas veces altamente implicados en la represión de los enemigos de la dictadura, como es el caso de los comisarios Manuel Ballesteros y Jesús Martínez Torres. Dio seguridad en el trabajo a la vieja guardia policial e implantó la política de los fondos reservados, es decir, del reparto de dinero a patadas".

Este mismo es el que este viernes se despachaba afirmando: "Nuestro indulto y el del 1-O se parecen como un huevo a una castaña". Paradójicamente, estoy radicalmente de acuerdo con su afirmación, pero desde la posición más antagónica. Añadiendo que el indulto parcial a presos y presas afecta a nueve personas, las que más caro lo están pagando de entre todos los 3.250 represaliados desde octubre de 2017. Es decir, el indulto resuelve el 0,27% de los casos; la amnistía, todos. Además, el resto de declaraciones de la pareja –una orgía de impunidad– podría abrir algunas causas pendientes si hubiera algún fiscal en la sala: resumidamente, que Fraga "había vivido guerra sucia", que Martin Villa i Rosón "tenía mucho que esconder" y que el PSOE encubrió al PP con "una mano en temas judiciales que estaban pendientes cuando nosotros llegamos en 1982".

"Doble moral, doble lenguaje, doble contabilidad", escribía Vázquez Montalbán. A pesar de 27 asesinatos, la alta estructura judicial del Estado nunca tipificó los GAL como terrorismo. Como decía alguien, todo el mundo quiere una definición de mafia que, sobre todo, le excluya. Pero la mafia de estado lo aclaró hace poco en el Congreso, a micro abierto y fuera de la ley: "Todo es todo", en boca del galardonado comisario Eugenio Pino. Retrospectivamente, aquel todo también incluía secuestrar a Marey, que este viernes Barrionuevo ha minimizado y banalizado reduciéndolo a una "detención irregular de un ciudadano durante nueve días". Y eso que el caso Marey solo es un punto y seguido: lo secuestraron por error para que el estado francés liberara a cuatro policías españoles que habían sido pillados en un intento de secuestro de la guerra sucia. La presión funcionó y los policías fueron liberados bajo la expresa condición de volver para ser juzgados. Y chimpún, nunca volvieron. Fueron condenados en rebeldía en los tribunales franceses a dos años de prisión. Policías en el estado español, delincuentes más allá de la fina línea de la frontera. Uno de ellos, el inspector Argüelles, todavía trabajaba en 2014 en la Vía Laietana coordinando el 091.

A colación, la memoria del indulto -el insulto- y el tercer grado más exprés de la joven democracia española, para evidenciar que aquel "todo es todo" incluye, necesariamente también, la pulsión ideológica y la obsesión enfermiza de Marchena contra la dignidad de Jordi Cuixart en el informe sobre los indultos, incluso saltándose la preceptiva individualización penal de cada caso. No, no han redactado un informe sobre indultos: han redactado el borrador del recurso para tumbarlos. Para hacerlo han tenido que negar y renegar de todo lo que la misma sala ha sostenido antes, se llamara Armada, Barrionuevo o Tejero, los antónimos más contrarios a todo el que representa Cuixart. Sea como sea la memoria de los otros, cada vez que digan Barrionuevo, por favor digan Segundo Marey. Y ya puestos, gracias de nuevo, Olga Tubau, la abogada de Marey. Y ya que estamos, un abrazo permanente, querido Jordi Cuixart. Lo volveremos a hacer. O dicho de otra forma: nunca nos desharán. O todavía más: lo reharemos para que no lo vuelvan hacer.

David Fernàndez es periodista y activista social

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