Salvador Isla en Reus.
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Cuando una actividad humana –como la política, por ejemplo– se mueve en un nivel bajo, las equivocaciones de los demás pasan a adquirir tanta o más importancia que los aciertos propios. Por eso las campañas electorales han pasado de ser criticadas por prescindibles (“los partidos viven permanentemente en campaña” es el argumento que suele mencionarse para sustentar esta idea, no sin al menos una parte de razón) a ser vistas nuevamente como un momento crucial del proceso que culmina en el día de los comicios. Ha habido últimamente una reanudación, o una revalorización de la campaña electoral, en particular de su segunda mitad, que es la que ahora encara la campaña catalana. Seguramente porque es durante la segunda semana cuando se pueden cometer los errores que pueden alterar las previsiones de las encuestas: verbigracia las elecciones generales del pasado julio, cuando la mala campaña de Alberto Núñez Feijóo y la más acertada de Pedro Sánchez desembocaron en un resultado muy diferente al que vaticinaban todos los sondeos.

Ya que mencionamos a Pedro Sánchez, la encuesta del ARA refleja que la maniobra de supuesto retiro e iluminación en la Moncloa habría funcionado para los intereses de los socialistas, al menos por el momento. Habría añadido un componente emocional a la promesa de buena gestión tras el desorden procesista, base del argumentario que vende el candidato Salvador Illa: buena gestión equivale a rehuir el conflicto, a la política de balsa de aceite (con la connivencia de un “gobierno amigo” en Madrid) y a generar dinero con proyectos como la ampliación del aeropuerto o el Hard Rock. Pero las buenas perspectivas podrían cambiar durante esta segunda semana si Illa cede a la tentación españolista que forma parte de su ideario y sigue pronunciando topónimos en castellano, o si aparecen en su lista, o cerca suyo, más personajes macabros como el presidente de la UGT, Matías Carnero, y su soflama de odio contra Puigdemont. Illa ha sabido aprovechar la ocasión de pedir disculpas, pero si el partido que pide (tras la revelación obtenida por Sánchez) combatir la maquinaria del fango se dedica, él mismo, a esparcir materia en descomposición, entonces mal. Illa, además, vende neutralidad en el conflicto entre Catalunya y España, una posición imposible de mantener si uno sale ganador de unas elecciones al Parlament y tiene que hacer pactos para ser investido y gobernar.

En cuanto a los partidos independentistas, la encuesta confirma que habrían conseguido, después de siete años de esfuerzos, perder la mayoría en el Parlament y favorecer además la aparición de una extrema derecha independentista que algunos todavía se empeñan en negar que exista y que podría tener incluso una fuerte irrupción, dependiendo de los resultados que obtenga en Barcelona. Puede caerse en la tentación de quitar importancia al hecho diciendo que en todas partes hay extrema derecha. Pero para un movimiento como el independentismo, basado en ideas de progreso, justicia social y radicalidad democrática, haber llegado a este punto resulta particularmente doloroso y decadente.

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