Pablo Casado apenas vivía la euforia de la victoria del PP el 4-M en la Comunidad de Madrid (a pesar de que Isabel Díaz Ayuso es ahora una competidora interna), cuando ha reaparecido la sombra de la corrupción del PP, que le afecta de pleno. La imputación de María Dolores de Cospedal, ex número 2 del partido, en el caso Kitchen por haber ordenado el robo de documentos comprometidos al ex tesorero Luis Bárcenas vuelve a poner en dificultades al actual presidente del PP. Recordemos que Casado obtuvo el liderazgo del partido en unas primarias contra Soraya Sáenz de Santamaría gracias sobre todo al apoyo de última hora que recibió de Cospedal, que también aspiraba al cargo.
Este jueves, sin embago, Casado se ha negado a responder a cualquier pregunta sobre Cospedal en una visita que ha hecho a Ceuta. En lugar de dar la cara cuando vienen mal dadas, el jefe de la oposición hace como su antecesor en el cargo, Mariano Rajoy, y opta por el silencio ante las preguntas de los periodistas. Casado está muy equivocado si se piensa que con esta estrategia conseguirá deshacerse de la sombra de la corrupción de su partido. Y no solo de corrupción, puesto que en el caso Kitchen lo que se está investigando es si el PP recurrió al ex comisario Villarejo, máximo representante de las cloacas del Estado, para intentar hacer callar a Bárcenas e impedir que aportara a la justicia la documentación que probaría la existencia de una caja B en el partido que se nutría de comisiones de obra pública y que servía para pagar sobresueldos (en sobres, precisamente) a sus principales dirigentes, que consideraban que con los sueldos públicos hacían corto.
En una palabra, no es solo que el PP fuera una organización intrínsecamente corrupta, tal como probó la primera sentencia de la Gürtel, sino que, además, practica obstrucción de la justicia. Esto es especialmente relevante en un momento en el que el PP está recogiendo firmas por todo el Estado en defensa de la "justicia" y la "Constitución" y en contra de los indultos a los presos independentistas catalanes. ¿Cómo puede alguien que boicotea la acción de la justicia, que intimida testigos, que asalta propiedad privada para robar documentos comprometedores tener la más mínima credibilidad para pedir estas firmas? ¿Cómo puede un partido que cuando llega al gobierno usa los recursos del Estado para crear una llamada policía patriótica que, además de inventarse causas contra dirigentes independentistas, servía también para tapar sus propios escándalos?
Y ahora ya no estamos hablando de hechos ocurridos cuando Casado no estaba en primera línea política, como el caso Gürtel, sino de hechos que pasaron cuando él ya era un dirigente importante y el partido intentaba, por todos los medios, que Bárcenas mantuviera su silencio y no colaborara con la justicia. Un partido con este historial no puede ser la alternativa de gobierno de España, sino que tendría que afrontar un profundo proceso de regeneración. Un proceso que, por cierto, tendría que ir mucho más allá que un cambio de sede. Porque el silencio de Casado hace sospechar que, en realidad, este PP continúa siendo el de siempre.