Pedro Sánchez en la sesión de control en su gobierno el 11 de junio en el Congreso.
Catedrático de ciencias políticas en la Universidad Carlos III
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No es la primera vez que la política española empieza a hervir, pasando de su condición líquida (nunca fue sólida) a otra gaseosa. La transición de fase se produce dentro de una olla a presión, cuya única salida de vapor son las elecciones de 2027. Algunos quieren recalentar tanto la olla que no aguante hasta entonces y explote prematuramente.

Pasó algo muy similar en la última legislatura de Felipe González, entre 1993 y 1996. Fueron años de gran intensidad política en los que la actividad de las cloacas saltaba a la superficie recurrentemente. El escándalo del director de la Guardia Civil, Luis Roldán, los juicios a los GAL, el chantaje de Mario Conde al Gobierno, las escuchas ilegales del Cesid (hoy CNI) que provocaron la dimisión del presidente de la agencia (Emilio Alonso Manglano) y del vicepresidente y el ministro de defensa (Narcís Serra y Julián García Vargas), todo esto y mucho más alimentaba el ruido ensordecedor de un frente mediático derechista que trató de crear la máxima alarma social.

Y pasó también algo parecido durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Aunque entonces no hubo acusaciones de corrupción, se utilizaron diversas leyes e iniciativas (la de matrimonio homosexual, la de memoria histórica, la reforma del Estatut, el proceso de paz con ETA) para crear la impresión de que se estaba tambaleando el orden constitucional y la unidad de España. Se acusaba a Zapatero de guerracivilista, de anteponer la II República a los consensos de la Transición. La oposición recurrió al tremendismo y los medios conservadores volvieron a dar el do de pecho.

Y está pasando ahora, en la actual legislatura de Pedro Sánchez, por tercera vez. En esta ocasión, parecía que no había tanto combustible con el que alimentar la hoguera. La economía va razonablemente bien y se ha avanzado considerablemente en protección social (a pesar de la crisis de la vivienda). Sin embargo, se ha producido una barahúnda formidable en la que se mezcla el activismo judicial y policial motivado políticamente (lawfare) con el afloramiento de tramas de corrupción en la organización interna del PSOE (caso Ábalos y ahora caso Cerdán). De todos los intentos realizados hasta el momento, han descubierto una veta rica en corrupción en la secretaría de organización del Partido Socialista que puede llevarse por delante la legislatura y la honorabilidad de la organización. En este sentido, parece que la estrategia de la derecha ha funcionado. A base de disparar la derecha acusaciones en todas direcciones, da la impresión de que en el PSOE han pensado que todas eran falsas y ahora resulta que había un par que han dado en el blanco. No se entiende que habiendo una conexión tan estrecha entre Koldo García y Santos Cerdán los socialistas no hayan investigado más a fondo.

En los tres casos históricos señalados, el estado gaseoso se alcanzó por una mala digestión de la derrota electoral en la derecha. En 1993 se creyeron que ganaban las elecciones y las perdieron. En 2004 pensaba que sacaban mayoría absoluta y pasaron a la oposición por su mala gestión del atentado del 11-M. En 2023, la mayoría de las encuestas les daban ganadores con Vox, pero se quedaron por debajo de los 175 diputados. Esto es lo que explica en los tres casos la furia desatada. Hay prisa por volver al poder, desde luego, pero sobre todo rabia por haberlo perdido cuando lo creían tan próximo.

Aunque se extienda la sensación de vértigo y de que el Gobierno pierde el control de la agenda, por debajo, en la opinión pública, los cambios son lentos. El electorado es menos voluble de lo que muchos creen. En 1996, a pesar de toda la escandalera, el PP aventajó al PSOE por menos de 300.000 votos. En 2008, después de una legislatura de oposición infernal, el PSOE sacó más votos que en 2004. Entre 2019 y 2023 se fue endureciendo la campaña “anti-sanchista”, lo que no impidió que, a pesar de un cierto desgaste, se reeditara la coalición de izquierdas, para desesperación de Núñez Feijóo y los suyos, que no podían creer el resultado.

Ahora no sabemos qué sucederá. Hasta el momento, las encuestas más fiables detectaban una fuerte estabilidad en el voto al PSOE a pesar del ruido circundante. Mucho dependerá de la reacción del Gobierno. Es un avance que el presidente haya pedido perdón, pero probablemente el desánimo cunda en buena parte del electorado progresista. Si no había suficiente incertidumbre en el mundo, ahora tenemos una nueva dosis.

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