Hoy hablamos de
Melania Trump durante la ceremonia de toma de posesión del segundo mandato de Donald Trump, el pasado 20 de enero de 2024.
24/01/2025
Periodista
3 min
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Melania Trump estaba elevada.11,5 centímetros de tacón en unos zapatos stiletto de Manolo Blahnik, según he leído en el artículo de Silvia Rosés Castellsaguer. 11,5 centímetros para la ceremonia con la que comenzaba el principio del segundo mandato de su marido y el principio de una era que promete de todo menos elevarnos. Si acaso, más bien lo contrario. Pero Melania Trump está por encima. Tanto, que inaugura esta nueva etapa de primera dama con un vestuario que podría ser perfectamente el de El cuento de la criada, como si no estuviéramos lo suficientemente asustadas con los años distópicos que nos esperan. Ahora bien, yo que no sé cómo se ven las cosas desde allá arriba y que solo pienso en el dolor de pies que provocan estos zapatos, me imagino que cuando se los quite se puede sentir casi tan aligerada como nosotros cuando nos la quitemos de encima a ella, a su marido y a toda la corte, cómplices reunidos en torno al esperpento diabólico que lidera el nuevo presidente de Estados Unidos. Desgraciadamente, la megalomanía de Trump no es un caso aislado, pero la suya es muy peligrosa. En el mundo existe un exceso de liderazgos con delirios de grandeza. Hay modas que no se entienden. Por mucho que te eleven. O quizás es que siempre las vemos desde abajo.

Con zapato plano, pero sobre un púlpito, la obispo episcopaliana Mariann Edgar Budde aprovechó la ocasión para pedir misericordia a Trump para los gays, las lesbianas, los inmigrantes y todas las personas que "tienen miedo" de esta nueva América dorada. Está claro que la gente de iglesia cree en los milagros. Pedir misericordia a Trump es como pedir la igualdad al juez Adolfo Carretero. Hay que tener mucha fe. Aunque Trump también cree en Dios, pero el suyo es más selectivo que el de la obispo. Porque no nos lo han dicho, pero creo que,a estas alturas de la historia, todo el mundo sabe que además del botón rojo que tiene en el Despacho Oval para pedir Coca-cola cuando le apetece, tiene otro para hablar con Dios. Que digo yo que si, tal y como afirmó, Dios lo había salvado del intento de asesinato para hacer que América volviera a ser grande, tendrá línea directa. Que América no se hace grande sin ayuda. Pero una cosa es hablar con Dios y la otra escuchar a una obispo a la que ya ha acusado de ser una "radical de izquierdas que odia a Trump" y de tener un "tono desagradable y que no era convincente ni inteligente". Que un hombre como él te diga que no eres inteligente te debe de sonar a música celestial.

Todo el que ha dado cobertura a este tipo de funeral de la democracia ha vuelto a casa, si es que hay casas de alguien, y es el momento de tener los pies en el suelo. Menos Melania, que está 11,5 centímetros por encima, y eso que ver el pelo de Trump desde arriba debe de ser tan desagradable como hacerlo desde cualquier otra perspectiva. Si las amenazas de este nuevo mandato se convierten en una realidad estaremos asistiendo a un momento histórico que no supimos cómo detener mientras veíamos cómo avanzaba. Tachamos los gestos de polémicos, pero una imagen vale más que mil palabras, y todavía tenemos ojos y memoria. No es exagerado ni pesimista tener miedo. La obispo, elevada, hablaba de la gente que vive en su país y que tiene miedo, pero fuera de esa América que Trump dice salvar, hay mucha gente que también lo tiene. El odio da miedo. Y quieren hacer grande a América a partir del odio, que solo lo hace todo más pequeño, claustrofóbico e inhabitable. ¿Cómo dejar el mundo en manos de quien lo quiere reducido y mezquino?

Quisiera saber andar con tacones sin que me doliesen los pies, pero, para seguir avanzando, los necesito. Los pies. No los tacones.

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