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El vestido de Melania Trump: aparentar o ser

Melania y Donald Trump el día de la toma de posesión de Trump
23/01/2025
3 min
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Es innegable que Melania Trump iba vestida estéticamente impecable en la ceremonia inaugural del segundo mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. El abrigo de color azul marino diseñado por Adam Lippes estaba perfectamente confeccionado y el trabajo de sastrería era impoluto. Pero, sin embargo, había algo inquietante, perturbador. No es que no estuviera bonita, ni que el diseño escogido desentonara por la ocasión. Más bien, el problema residía en la credibilidad, o mejor, en la falta de credibilidad, fruto de la no correspondencia entre quién es Melania Trump y cómo se muestra.

El lujo, que es una estrategia para demostrar poder en sociedad, no es algo homogéneo, sino que se conjuga de formas muy diversas en función del contexto, pero, sobre todo, de acuerdo con quien lo ostenta. Los que tradicionalmente han ejercido el poder tienen la meta de seguir manteniendo este club lo máximo restringido posible y, por eso, usan un tipo de lujo más discreto, tan solo reconocible entre iguales. En cambio, los recién llegados al poder usualmente caen en ostentaciones, con la voluntad de dejar claro al máximo de gente posible que acaban de llegar a la fiesta y que son ellos ahora los que dictan las normas. Donald Trump y su esposa Melania, claramente, forman parte del segundo grupo.

Melania Trump, impecable, el día de la investidura de Donald Trump

Él ostenta poder a través de la arbitrariedad y la chulería de sus actos, de su comportamiento megalómano, de sus infinitas posesiones, de su apartamento de la torre Trump de Nueva York de lujo hipertrofiado y aires versallescos y, también, a través de su esposa. Melania Trump es, stricto sensu, una primera dama, que interpreta el papel de mujer subalterna. A través de su belleza y juventud actúa como altavoz de la necesidad de significación social de su marido, como un trofeo más que Trump ha obtenido en su larga carrera por el Sueño Americano. Una mujer que, como resultado, ha quedado desprovista de su calidad de sujeto, condenada a ser una total desconocida oculta bajo la alargada sombra de su marido.

Si bien Donald Trump ostenta la categoría de hombre hecho a sí mismo, Melania exuda la de mujer construida a partir de las necesidades, carencias y anhelos de él. A través del estilismo de este lunes, impuso una modestia como mecanismo para contrarrestar la grosería de Trump, al igual que la sofisticación pretendía enmendar la falta de pedigrí. Un estilismo claramente dominado por el rigor de la sastrería que connotaba la dureza de una armadura, manifiestamente distinta del vestido azul celeste de Ralph Lauren de la ceremonia inaugural del primer mandato. Una diferencia que encuentra su parangón en las fotografías oficiales de Donald Trump, que pasan de la proximidad de la de 2017 a la agresividad de la actual. Si un elemento destacó de la estética de Melania fue el sombrero diseñado por Eric Javits, que ocultaba uno de los elementos de comunicación no verbal más importantes: la mirada. Algo que reforzó aún más su lejanía y deshumanización, especialmente cuando impidió que Trump la besara, convirtiendo un acto de cariño en un gesto acartonado. Y por último, unos zapatos estiletto de Manolo Blahnik que, con un tacón finísimo de 11,5 cm de altura, la alejaban del común de los mortales y reforzaban su objetificación.

Una de las razones de ser del lujo silencioso, el que ostentan los ricos de larga tradición, es dejar claro que lo que nunca se puede comprar es la naturalidad en la vivencia de ese lujo. El look de Melania Trump, pese a ser impecable estéticamente, falla en la formulación del mensaje. Con este look, exuda una voluntad demasiado desesperada para construir una rectitud moral y una sofisticación, para demostrar no solo que ahora ellos son los que mandan sino que, sobre todo, son merecedores de estar donde están. Y es precisamente la evidencia de ese esfuerzo lo que explicita en Melania que el aparentar nunca es el ser.

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