Oriol Junqueras en la presentación de su candidatura a la presidencia de Esquerra Republicana, el 21 de septiembre en Olesa de Montserrat.
05/11/2024
3 min

La percepción externa es que en el próximo congreso de ERC está en juego el futuro de Oriol Junqueras. Y eso no es una buena noticia para el partido, especialmente para los antijunqueristas.

Es cierto que dentro de ERC mucha gente cree que toda la vieja guardia del partido debería irse. Que mantener a Junqueras significa anclar el partido en la melancolía de un ciclo político superado. Y que, pese a su paso por prisión y su inhabilitación, Junqueras ha ejercido de presidente del partido durante su ciclo electoral más desastroso.

Pero también hay otros que, sin embargo, creen que Junqueras tiene derecho a pasar por las urnas una vez deje de estar inhabilitado. Marta Rovira, Pere Aragonès y Ernest Maragall fueron candidatos, y han sufrido derrotas electorales. Junqueras no ha tenido esa oportunidad, debido a la represión. Se lo puede responsabilizar de la trayectoria del partido como presidente, pero como candidato no se ha puesto a prueba desde hace 12 años.

Además, hay gente dentro de ERC que, directamente, no puede digerir que Junqueras cargue con las culpas de todo lo ocurrido desde 2017 mientras Junts entroniza a Carles Puigdemont, su adversario más directo. Si Puigdemont se mantiene en la carrera y Junqueras cae, puede parecer que ERC da la razón a quienes en los últimos años los han acusado injustamente de alevosía y de rendición al enemigo.

Por eso, Junqueras tiene mucho que ganar si el congreso de ERC gira en torno a su persona. Es cierto que se ha creado muchos enemigos por su forma de entender el liderazgo, pero también lo es que ha sufrido como nadie los ataques de Junts y de sus extensiones “unitarias” (como la ANC). Su sacrificio ritual no es algo que les apetezca a los militantes, ni siquiera a los más críticos.

Las cosas serían distintas si el congreso se dedicara más bien a la estrategia del partido (fijada conjuntamente por Junqueras y Rovira). La estrategia de revisar críticamente los hechos de 2017 y buscar acuerdos con el gobierno español. Es una línea de trabajo que parece lógica. Tan lógica que Junts, con la boca pequeña, ha terminado adoptándola. Pero por el motivo que sea ha llevado a ERC a un ciclo electoral nefasto. ¿Qué ha fallado? Esa pregunta no se responde con el dilema Junqueras sí, Junqueras no. Las causas son más diversas.

Estaría bien, pues, que la dirección –y eso incluye a Junqueras y Rovira– explicara por qué un partido que estaba en una posición inmejorable ha sido incapaz de regenerarse, de nutrir alcaldías y conselleries de gente capaz y de gobernar con éxito. Por qué el juego del gato y el ratón de Puigdemont y Boye ha tenido más premio que todos los acuerdos bilaterales entre Catalunya y el Estado. Por qué el gobierno de Aragonès ha dejado tan escasa herencia, y por qué Junqueras no cerró filas con su antiguo discípulo. Etcétera.

Cabe preguntarse también por qué se encubrieron las campañas de falsa bandera como la de los carteles de Maragall. Son hechos que no se pueden pasar por alto, disimulando... como hizo el PSC cuando se pusieron micrófonos en el comedor de La Camarga, o como está haciendo Junts con el desbarajuste del Consell per la República.

Si ERC quiere un cambio de ciclo, no se puede desangrar a la vista de todos. Sus votantes están por encima del odio que algunos dirigentes se profesan entre ellos. Sería mucho más sensato que unos y otros pacten una dirección renovada, sin exclusiones; que el nuevo líder sea un personaje de consenso, y que Junqueras pueda reservarse la opción de ser candidato a la Generalitat, participando en un proceso de primarias. En caso contrario, el ganador del congreso puede encontrarse dirigiendo un auténtico páramo.

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