Residuos de la pandemia
14/07/2021
3 min

Hay finales que no te esperas y llegan, hay otros que son repentinos, hay finales que deseas profundamente, algunos los provocas y están los finales que siempre quieres bien lejos. "I, si tot comença per acabar, / tot acaba per començar de nou", escribía Joan Brossa en los pocos versos que soy capaz de retener en mi mala memoria y que hace muchos años que me acompañan y me ayudan. Somos frágiles cuando nos marchamos del mundo y cuando llegamos. Es un círculo y un ciclo. 

El coronavirus no se marcha, no lo podemos echar. Muta y remuta. Éramos frágiles y somos frágiles. Por más que los multimillonarios se esfuercen por ver el planeta desde el espacio porque la Tierra los aburre y las agencias de viajes ya trabajen para vender estas fantasías a unos precios desorbitados. Deben de ser salidas con la etiqueta eco. Si no, no tendrían que poder volver a entrar. Aunque la contaminación acústica de un avión supersónico es notable. O incluso, excelente. La mayoría parecemos tontos acumulando papeleras de reciclaje en pisos donde no caben en ninguna parte, como si esto nos tuviera que salvar de algo. El culpable último siempre es el consumidor. La persona que elige, no la que permite la oferta. La destrucción del planeta empieza fuera de las casas. Aunque esto también es discutible. Pero estamos de acuerdo en que todos imaginamos que los viajes estos para salir a ver el vacío del espacio, como si aquí no tuviéramos suficientes vacíos, son respetuosos con el medio ambiente. Por eso también tienen playas privadas. Para salvarlas de la destrucción. Los multimillonarios luchan contra la fragilidad y contra su exceso de dinero. Es un mundo muy anómalo. Visto de cerca y visto de lejos. 

Somos frágiles aunque los gobiernos intenten parecer formales tomando decisiones equivocadas y partidistas, que debe de ser lo mismo. Los cambios de sillas demuestran que estamos rodeadas de superdotados capaces de saber cómo se gestiona un hospital y tres meses más tarde haber aprendido todo lo que hace falta para ponerse al frente de una consejería de Cultura, por decir algo. Podría haber dicho Agricultura o Trabajo y sin pensar en nadie en concreto, que yo para los nombres soy un desastre. Ya nos entendemos. O quizás el problema es que no nos entendemos porque, sencillamente, callamos. Como calla el rey de España ante cada supuesto escándalo de su padre, que si no los conocía, mal, y si lo sabía, también. Cuando el coronavirus no te ocupa toda la cabeza, que pasa poco, quedan espacios por donde se filtran estas noticias reincidentes o, todavía peor, estudios que afirman que el alcohol es la causa del aumento de la violencia machista cuando hay un partido de fútbol masculino. Tiene lógica. Cuando las mujeres bebemos, la culpa de que nos violen es nuestra. Y cuando los hombres celebran una victoria también es normal que el vandalismo sea una demostración de alegría. Se puede llegar a unos niveles de indignación tan grande que o hacemos la revolución de verdad, o es mejor pensar exclusivamente en el coronavirus. Con una sola angustia ya nos basta para ir tirando. A mí me llena. Mierda de virus. Viva la revolución.  

La quinta oleada parece de aquellas que buscan los surfistas toda la vida. Pero no estamos pasando por encima. Nos hemos metido adentro y no sabemos cómo ni cuándo podremos salir. Hace tiempo que vivimos en la incertidumbre permanente, toda la vida, en realidad, pero no pudimos evitar poner expectativas en este 2021. Porque somos frágiles y necesitamos un año que no nos rompa del todo. No es este. Ya ni ponemos una cifra. Solo sabemos que se acabará y empezará de nuevo algo. Hemos puesto, de momento, algún deseo. Nada supersónico. Más bien extremadamente terrenal.

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