Una chica comprando ropa en una imagen de archivo.
09/05/2025
2 min

Estos días se produce un fenómeno (por qué tengo tantas ganas, siempre, de acentuar fenómeno?) que alguien tildará de yanqui, de heteropatriarcal o de cosificador y que para mí es malvasía. En varias tiendas especializadas, madres, padres e hijas adolescentes van a buscar el "traje de graduación". Antes era la "puesta de largo": la niña dejaba atrás las trenzas y la falda corta y se vestía de "mujer". Hoy, este vestido largo es para ese día (a punto de los dieciocho o recién cumplidos) en el que dejan atrás los estudios secundarios. ¡Es tan divertido ver cómo de los probadores van saliendo sirenas de todo tipo y condición, de alturas, pesos y formas diversas, enfundadas en escamas de color de vino, de color champagne, de color verde claro, azul cielo, azul marino, negro noche o rojo sangre! Las dependientas, así como las madres, algún padre y otras clientas, discuten y aplauden las decisiones. "¡Te queda precioso!", dice una. "¡Es éste!", opina la otra. "Habrá que coger los bajos", considera la de más allá. A los probadores, unos zapatos de tacón para que la joven protagonista suba y pueda ver su efecto. Foto hacia aquí para enviar a las amigas. "No quiero coincidir de color con Clara", se queja una. "Lazo en la espalda sí que no", hace la otra.

A Cowboy de medianoche hay una frase preciosa: "Iré a un sitio donde el tiempo combine con mi ropa". La segunda parte será ir a la peluquería a hacerse un peinado y quién sabe si a maquillarse. Esa deliciosísima frivolidad indica muchas cosas. Todo está bien, se puede hacer este esfuerzo económico, no hay bombas alrededor, tienen salud, se encuentran bonitas, entienden, quizás de nuevo, la idea de la elegancia, la pulcritud que supone "mudarse" para una ocasión. Se envían fotos, están contentas, qué suerte. Las madres desconocidas, sintiendo una simpatía irrefrenable entre ellas, ríen y bromean pensando que sí, que sí. Salen las mariposas.

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