La trampa de los talibanes

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El portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid, momentos antes de empezar la rueda de prensa en Kabul

Los talibanes han demostrado este martes que durante los últimos 20 años de guerra han aprendido a usar otros tipos de armas, como la diplomacia y la comunicación. En su primera rueda de prensa como nuevas autoridades oficiosas de Afganistán, sus portavoces insistieron que no se tomarán represalias contra nadie y que las mujeres podrán continuar trabajando "dentro de lo que permite la ley islámica", sin aclarar, sin embargo, qué quiere decir esto. Es evidente que los talibanes pretenden transmitir una imagen de seriedad de cara al exterior y, al menos mientras Afganistán continúe siendo un foco informativo, no dar argumentos a los activistas afganos que están denunciando que pronto empezará la represión a gran escala. A diferencia del Estado Islámico, los talibanes buscan ahora el reconocimiento internacional que ya le ha empezado a llegar de China, Rusia, Irán o Turquía.

En cuanto a Occidente, la derrota militar de Estados Unidos y la OTAN ha ido seguida de una aceptación sorprendentemente rápida de que, a partir de ahora, habrá que negociar con el gobierno talibán. Una cosa, sin embargo, es aplicar la realpolitik y otra darle la vuelta a todo el discurso y esperar, como ha dicho el secretario general de la OTAN, que los talibanes cumplan la promesa de combatir otros grupos terroristas. ¿Nos tenemos que creer que los que hace unas semanas eran unos fanáticos peligrosos ahora se convertirán, de la noche a la mañana, en unos gobernantes respetables?

El giro pragmático de los talibanes parece más bien una trampa destinada a poder ocupar los resortes del poder sin que haya un cataclismo económico y social y evitar el peligro de una intervención extranjera. Pero nadie se puede engañar sobre lo que significará para la población civil, sobre todo para las mujeres, la instauración de una república islámica rigorista, en la que la sharia es ley. El escenario más probable es que, una vez instalados en el poder y con los apoyos internacionales que ya se esbozan, y una vez también Afganistán desaparezca de la agenda mediática (cosa que pasará en pocas semanas), los talibanes podrán llevar a cabo sus planes sin ninguna oposición. Y proceder a la represión que ya aplicaron en el periodo 1996-2001.

Quizás han aprendido la lección y no se dedicarán a patrocinar el terrorismo internacional o a destruir patrimonio de la humanidad como los budas de Bamian, pero en última instancia tendremos una nueva narcodictadura que hará retroceder al país hasta la edad media en algunos aspectos. La desastrosa retirada, con las dramáticas escenas del aeropuerto de Kabul, que quedarán para siempre como una humillación más para Occidente, está provocando un éxodo de refugiados que ahora habrá que asumir. Quizás sí que tiene razón Joe Biden cuando dice que no tiene sentido que mueran más norteamericanos en Afganistán, pero la pregunta que no ha respondido es cómo piensa evitar que los talibanes se ensañen ahora con todos aquellos que, cuando Estados Unidos intervinieron en Afganistán en 2001, se pusieron de su lado para construir una democracia y modernizar el país.

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