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Trump: la 'teoría del loco' con esteroides

13 Febrero 2025, US, Washington: US Presidente Donald Trump speaks durante press conference with Indian Prime Minister Narendra Modi (no pictured) en el East Room of the White House.
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No hace ni un mes que Donald Trump está en la Casa Blanca y ya ha puesto patas arriba el orden mundial. Ha reactivado viejas obsesiones: quiere comprar Groenlandia para asegurarse sus recursos naturales, ha puesto el canal de Panamá en el punto de mira por la influencia china y ha reavivado su estrategia de amenazas económicas mediante aranceles. Sigue enfrentándose a uno de sus aliados históricos, Canadá, sugiriendo una y otra vez la posibilidad de anexionárselo como 51º estado. Por último, ha dejado claro el retorno de la teoría del loco con su descabellada propuesta de que los Estados Unidos ocupen Gaza, expulsen a la población palestina y transformen el territorio en una especie de "Riviera de Oriente Próximo".

Trump ha afirmado en varias ocasiones, tanto en privado como en público, que le gusta que los demás líderes mundiales lo vean como un hombre imprevisible o directamente loco, porque cree que esto le da ventaja en las negociaciones internacionales. Esta estrategia, conocida como la teoría del loco, no es nueva. Ha sido utilizada durante décadas por varios jefes de estado, especialmente autoritarios, y tiene sus orígenes en Maquiavelo, que en 1517 ya defendía que, en determinadas situaciones, "es muy sabio simular locura". La versión moderna de esta teoría tomó forma durante la Guerra Fría y fue Richard Nixon quien le dio nombre, convencido de que hacer creer al enemigo de que era capaz de cualquier cosa, incluso de utilizar armas nucleares, le daría una ventaja en la Guerra de Vietnam. Sin embargo, a Nixon no le funcionó: Hanoi no lo creyó y la guerra se alargó aún más. Lo mismo podría decirse de Trump, que ya siguió esa estrategia durante su primer mandato.

Por ejemplo, con Corea del Norte el presidente estadounidense pasó de prometer "fuego y furia" a declararse enamorado de Kim Jong-un, pero el régimen de Pyongyang no renunció a su programa nuclear. En cuanto a Irán, se retiró del pacto nuclear, ordenó matar a Soleimani e hizo amenazas poco creíbles contra Teherán, pero solo logró que el régimen acelerara su programa de enriquecimiento de uranio.

Sin embargo, Trump vuelve a apostar por la imprevisibilidad y las amenazas. Esta semana ha dado por iniciadas las negociaciones entre Rusia y Ucrania, convencido de que puede forzar una resolución del conflicto, pero sin aclarar cómo ni con qué objetivos. Por un lado, insinuó que podría retirar el apoyo económico a Kiev; por el otro, ha sugerido sanciones más duras contra Moscú. Esta ambigüedad también se refleja en los mensajes contradictorios de su gobierno. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, declaró que no es "realista" pensar que Ucrania pueda recuperar las fronteras de antes del 2014 ni ingresar en la OTAN. Pero al día siguiente matizó que todo está sobre la mesa y que, en última instancia, depende de Trump.

La teoría del caos

En el caso de la guerra ucraniana, las actuaciones de Trump se explican por la teoría del caos. Inspirada en las ciencias naturales, apuesta por la incertidumbre y el desorden para desorientar a los adversarios mediante mensajes contradictorios, cambios repentinos de posición y crisis artificiales. Más que un plan de negociación, Trump parece confiar en que su ambigüedad forzará a alguien a ceder primero. Pero esta táctica, como la del loco, conlleva riesgos importantes: si nadie se mueve o si los adversarios no consideran que su estrategia es creíble, el conflicto puede no solo alargarse sino empeorar. Además, el caos puede desencadenar reacciones imprevistas que en vez de conducir a una resolución podrían provocar una escalada del conflicto o el aumento de tensiones a largo plazo.

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