Turistas en bici, sí; bicitaxis, no

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Turistes en bicitaxi ante  la Sagrada Familia.

El bicitaxi tiene los días contados en Barcelona y Catalunya. El ayuntamiento de la capital y el gobierno del país se han puesto de acuerdo para eliminarlos a través de una modificación de la ley del taxi que entrará en vigor a principios del 2023 que hará ilícita esta modalidad en todo el territorio. Los argumentos a favor de acabar con esta práctica son obvios: la precariedad laboral que rodea a los conductores, la imagen que da de Barcelona –"no es Bombai", ha llegado a decir el teniente de alcalde Jaume Collboni–, las molestias para los vecinos de las zonas turísticas más concurridas, la entorpecimiento del tráfico ciclista por los carriles dobles, el hecho de que sea un servicio privado no regulado... Al otro lado de la balanza está la evidencia de que se pierde un servicio de taxi no contaminante y silencioso, dos objetivos que forman parte del horizonte de una ciudad más habitable. En todo caso, sumando y restando, parece claro que la erradicación de este tipo de transporte de alquiler es lógica tal como se estaba ofreciendo, a pesar de que en un futuro, de una manera más regulada y con unos pocos circuitos fijos y preparados para acoger estos vehículos, podría llegar a tener sentido. Ahora mismo, sin embargo, era un peligroso sálvese quien pueda.

De hecho, este tipo de transporte surgió a remolque del boom turístico, como una manera más –una de tantas– de ir a buscar un beneficio rápido, sin responder a ninguna estrategia de ciudad. Se hizo a imitación de lo que pasa en otras latitudes, en urbes densas y caóticas como Bombai, tal como ha referido Collboni. Barcelona, sin embargo, hace tiempo que busca fórmulas para gestionar mejor un turismo que se quiere sostenible y, a la vez, pacificar y ordenar el tránsito. Los bicitaxis eran un elemento de distorsión notable, que se escapaban a todo control o regulación. Su rápida proliferación en sus inicios ya llevó a tomar medidas punitivas que se habían ido haciendo más severas, sin llegar, sin embargo, a extinguir la práctica. Ahora, con este nuevo acuerdo entre los gobiernos barcelonés y catalán, su desaparición está prácticamente garantizada.

La decisión, sin embargo, no debería suponer un freno al transporte en bicicleta para los turistas. Al contrario. De hecho, cada vez se ven más grupos de extranjeros, a menudo familias, haciendo rutas por Barcelona en bicicleta, incluso estos días, a pesar del episodio de calor. Esto quiere decir que hay una demanda de turismo saludable en la ciudad y que la amplia y creciente oferta de carriles bici es una garantía de seguridad y comodidad para los visitantes dispuestos a pedalear. Promocionar el turismo en bicicleta es una buena manera de proyectar una imagen verde, moderna y saludable de Barcelona y el resto de ciudades catalanas que apuesten por él. Con un clima amable, esta experiencia se puede practicar a lo largo de todo el año y, en el caso de la capital, más allá del Ciutat Vella y el Eixample, puesto que siempre está la posibilidad de usar bicis eléctricas. En la medida, sin embargo, que esta práctica también crezca, se tendrá que poner todavía más orden al tráfico ciclista, forzándolo, por ejemplo, a rodar solo por los carriles marcados.

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