Zelensky, el primer ministro británico Keir Starmer, el canciller Friedrich Merz y el presidente francés Emmanuel Macron, frente al número 10 Downing Street, en Londres.
09/12/2025
Ingeniero industrial y exministro.
3 min

Vivimos desde hace unas décadas en sociedades caracterizadas por una fuerte movilidad de las personas y de la información, por unas herramientas tecnológicas nuevas y potentes, por cambios muy rápidos y por una nueva relación entre nosotros y el entorno. Todo esto crea nuevas oportunidades de progreso y al mismo tiempo genera nuevos peligros y dificultades. No es de extrañar, por tanto, que haya aumentado mucho la voluntad de medir y publicar índices numéricos que retratan el lado bueno y el malo de la evolución de muchas cosas. A continuación me refiero a una pequeña selección de esos índices que resulta especialmente reveladora.

1. El crecimiento del bienestar. Es uno de los índices más importantes y que más se intenta crecer, pero a menudo se cometen errores muy importantes a la hora de medirlo, ya que se confunde con el índice del crecimiento económico. Hay que entender dos cosas. La primera es de tipo personal: el bienestar depende de muchas más cosas que los ingresos personales o la riqueza de un país, y debe considerarse junto con la mejora de la salud, la formación, la cultura, la convivencia... La segunda es que debe estar bien repartido, y por tanto debe tener en cuenta la disminución de las desigualdades, tanto entre las personas dentro de un país como entre pueblo. Es importante que el PIB crezca, pero es muy preocupante que también crezca el índice de Gini, que mide la desigualdad. El crecimiento actual es un crecimiento falso, puesto que una pequeña cantidad de personas acaparan cada vez más riqueza. El crecimiento del PIB, combinado con un aumento de la pobreza o del paro, no es en modo alguno un crecimiento del bienestar, y no puede considerarse progreso social.

2. El crecimiento de la inseguridad. Medir la inseguridad es muy difícil porque tiene un aspecto público y social y otro personal. Es evidente que el primero influye mucho en el segundo, pero el carácter y sobre todo la experiencia de cada persona a lo largo de la vida también tiene mucho que ver consigo si se siente más tranquilo o más inseguro. De todas formas, está claro que en las sociedades europeas actuales existe un crecimiento de la inseguridad que es real, y que se refleja en todas las encuestas. Nos debe preocupar que la percepción de inseguridad crezca a consecuencia del aumento real de problemas en la calle, en casa y en los dispositivos que utilizamos –en el ordenador y en el móvil–, así como de la creciente difusión de estos problemas en medios de comunicación y redes sociales. Las autoridades deben mejorar la vigilancia tanto en la calle como en el espacio digital, y dar más y mejor información a los ciudadanos para que se doten de una mayor capacidad de autoprotección. Si no, la sensación de sálvese quien pueda seguirá haciendo crecer la desconfianza, ya muy importante, que muchos ciudadanos tienen en los gobiernos.

3. El crecimiento de la compra de armas. Aunque no existan índices formales sobre la materia, hace pocos días el SIPRI (Instituto Internacional de Estudios por la Paz de Estocolmo) publicó datos que indican un gran aumento de la producción y venta de todo tipo de armas. Del estudio destaco tres cifras: el total del comercio de armas ha aumentado un 6% en 2024, alcanzando casi los 700.000 millones de dólares, de los que cerca de la mitad corresponde a las ventas de empresas estadounidenses.

Al mismo tiempo, muchos gobiernos se muestran partidarios de hacer crecer la inversión en seguridad hasta al menos el 5% de su PIB, un umbral que se ha convertido en obligatorio para los miembros de la OTAN. En este ámbito, algunos de los países más grandes de Europa (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido) están creciendo en proporciones anuales superiores a las que habían tenido en las últimas décadas. Estas decisiones no son sólo fruto de imposiciones, sino también del miedo a que en los próximos años pueda haber enfrentamientos bélicos en torno a las fronteras de la UE. Así, las amenazas de Putin y la escalada armamentística de Rusia se suman a la actitud de Trump hacia Europa, que bascula entre la desatención y una animadversión cada vez más abierta, junto a una protección de las prácticas abusivas de las grandes plataformas. Y todo ello obliga a los países europeos a dotarse de más recursos para la guerra, lo que puede restar recursos a políticas educativas, sanitarias y de ayuda social cuya necesidad no puede ponerse en discusión.

Es conocida y respetada la voluntad de paz, de colaboración y de cooperación que los países miembros de la UE han tenido entre ellos y con otros menos desarrollados en los últimos 80 años. A esta vocación se le añade ahora el contexto que he descrito. Es evidente que desde Europa debemos intensificar al máximo los esfuerzos por evitar los enfrentamientos. Es de vital importancia que se entienda.

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