La Unión Europea se hace adulta con la crisis ucraniana
BarcelonaNo cabe duda de que en las últimas décadas el proyecto de la Unión Europea había vivido momentos de crisis. Primero fueron los referendos fallidos para aprobar una Constitución europea, después la gestión de la gravísima crisis económica, y finalmente fue el Brexit lo que llevó a la UE a lo que parecía una alianza de estados sin alma donde el derecho de veto hacía titánico tomar decisiones importantes y que parecía sumida en un peligroso proceso de disolución de sus valores. Pero mira por dónde con la pandemia las cosas empezaron a cambiar, y con la crisis ucraniana se ha reaccionado de una forma rápida y contundente que ha sorprendido a la mayoría de analistas. El Parlamento Europeo aplaudió ayer con ganas el emotivo discurso del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y también el del presidente del Consejo, Charles Michel, el de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y el del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. La invasión de Ucrania ha hecho crecer la conciencia de lo que significa ser europeo.
Por primera vez desde su fundación, la Unión Europea se enfrenta a un enemigo con el que tiene frontera directa y que puede poner en riesgo la seguridad del continente: Vladímir Putin. Y también por primera vez, los europeos sienten la necesidad de convertir lo que hasta ahora era solo un gigante económico, la UE, en un actor internacional que respetar. Y esto significa conseguir una autonomía estratégica y una política exterior y de seguridad común que hasta ahora no ha tenido de forma solvente. Pero las cosas están cambiando de forma muy rápida. Alemania ha decidido romper el tabú militarista y aumentará su presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB. La UE en su conjunto aprovechará un fondo intergubernamental que tenía para financiar operaciones de paz en todo el mundo para enviar armas por valor de 450 millones de euros a Ucrania. La vieja aspiración de Francia de tener un ejército europeo conjunto, o al menos una fuerza de actuación rápida que no la haga tan dependiente de la OTAN como es ahora, parece hoy más cerca.
Así, si a raíz de la pandemia la UE decidió actuar conjuntamente en la compra de vacunas y poner en marcha un ambicioso plan de reconstrucción económica, ahora toca ir un paso más allá. Con Reino Unido fuera de la UE, debería ser más fácil caminar hacia una política exterior y de defensa común, pero también hacia una autonomía estratégica que haga que Europa no tenga que depender, por ejemplo, del gas ruso. Y de la misma forma que hemos asumido que las sanciones a Rusia tendrán un coste para los bolsillos de los europeos (en forma de subidas de precios), ahora habrá que ser consciente de que para defender el proyecto europeo quizás sea necesario también aumentar el gasto militar.
Esta política exterior común, además, debe estar basada en los valores e intereses europeos, que no siempre deben ser coincidentes con los de Estados Unidos, que ahora tienen su principal foco puesto en el Pacífico. Europa, en definitiva, debe hacerse adulta y entender que su modelo de libertades y estado del bienestar afronta múltiples amenazas, empezando por la más inminente: la Rusia de Putin.