Mario Vargas Llosa, en la Casa América de Madrid
Crítico literario
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El reciente fallecimiento del escritor Mario Vargas Llosa viene a actualizar un tema recurrente en la historia de la cultura: la discutida y probablemente también discutible vertiente ideológica de un autor de ficción (o pintor, músico, cantante, escultor, etc), en contraposición a la categoría y bondad unánimemente consagrada de su obra. Ante situaciones como éstas, el acuerdo es complicado, siempre según el prisma ideológico o político desde el cual se lo mire. Un ejemplo. Leímos Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline y quedamos prendados por una especie de milagro estético, por lo que nos revelaba de las guerras, y sobre todo por cómo nos lo revelaba. Pero un día supimos que Céline se había destacado como un feroz antisemita en plena ocupación nazi. El dilema surgió enseguida, ¿seguir leyéndolo o no? Hubo quienes lo cancelaron y otros no. Quien escribe esto perteneció a los primeros. Pero nadie puede negar, ni yo mismo, el vuelco que sufrió la lengua francesa a partir de la poderosa y subversiva escritura del escritor francés.

Estos días se nos plantea algo similar con Mario Vargas Llosa, aunque no debemos perder de vista la enorme diferencia entre Céline y el escritor peruano, en cuanto a las trágicas consecuencias directas e indirectas que tuvieron sus respectivos mensajes ideológicos. Céline colaboró indirectamente al exterminio de los judíos, como mínimo en Francia, y Vargas Llosa, como mucho alentó sin disimulo, mediante sus artículos en prensa, la insensible deriva neoliberal en el mundo capitalista, además de una falta absoluta de empatía lingüística respecto a las lenguas indígenas de su propio país, y ya no digamos respecto al catalán, que leyó y escuchó durante su estancia en Barcelona. (Curiosamente el escritor nunca dejó de afirmar que el libro de cabecera en aquel periodo barcelonés fue el Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell).

Políticamente Vargas Llosa fue un reaccionario, rozando casi posiciones ideológicas de ultraderecha. ¿Entonces por eso no debe leerse su obra narrativa y ensayística? Yo creo que a pesar de todo lo que comenté, debe leerse a Vargas Llosa. A Karl Marx también le asaltaron en su momento serias dudas sobre la vigencia moral y política de la obra literaria de Honoré de Balzac. Siempre tuvo claro que Balzac no podía ser santo de su devoción, dada su condición de redomado monárquico. Sin embargo lo leyó y dejó escrito en sus cartas y comentarios a su amigo y colega Federico Engels que Balzac retrataba como nadie en su tiempo las contradicciones de la sociedad francesa. Marx nunca dejó de leer a Balzac, sabía que era en su obra donde mejor se podía conocer el comportamiento de un avaricioso burgués y extraer de ello valiosísimas conclusiones sociológicas, además de estéticas. Con la obra de Vargas Llosa ahora ocurre algo bastante parecido. Es en su obra, donde veremos al Vargas Llosa más progresista, más compasivo, más incisivo en la descripción de las patologías de la sociedad capitalista, incluso en algunos trámites de su obra es hasta feminista (léase a este respecto El Paraíso en la otra esquina). Mario Vargas Llosa es el ejemplo más lapidario de la tolerancia narrativa. Hace unos años, cuando se puso de moda la masiva lectura de la saga Millennium, él fue uno de los pocos autores consagrados que defendió a capa y espada a Larsson. Lo defendió con argumentos estrictamente narratológicos, y abundó en el carácter sustancialmente de entretenimiento que no debe perder nunca la novela, siguiendo la misma idea que Cervantes tenía de la ficción. En contraposición flagrante con su intolerancia ideológica, Vargas Llosa alentó siempre la tolerancia estética.

Mario Vargas Llosa fue el ejemplo más meridiano de una inteligencia de primera clase, según la definió Scott Fitzgerald, en su libro Crack-up: “La prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, sin que por ello la desautorice”. Dicho esto, siempre será legítimo que alguien decida no leer al escritor peruano por sus ideas políticas. Siempre estará en su derecho.

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