Venezuela o la geopolítica contra la democracia

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Escribía Pablo del Amo esta mañana en X que, para Occidente, lo más importante no es que un país sea democrático, sino que siga sus posicionamientos geopolíticos. En las relaciones internacionales los intereses geoestratégicos priman, añadía. Ningún politólogo o internacionalista serio podría ponerle un pero a esta afirmación del coordinador del colectivo Descifrando la guerra. Y tampoco podría ponérselo un cuadro político con un mínimo de experiencia política, tenga la ideología que tenga. Creo que este es el punto de partida más sensato a la hora de entender lo que significan los posicionamientos políticos internacionales y mediáticos respecto a las elecciones presidenciales de ayer en Venezuela.

Con todos sus defectos en lo que respecta a la calidad de sus mecanismos demoliberales, Venezuela es un país en el que hay elecciones competitivas que muchas veces ganan los partidos y coaliciones antichavistas que, de hecho, gobiernan en 4 gobernaciones (el equivalente a las comunidades autónomas en España) y en más de 100 alcaldías de Venezuela. Si Venezuela es presentada por buena parte de la prensa occidental como una terrible dictadura al tiempo que presenta a países como Arabia Saudi, Qatar, Marruecos o Israel como respetables socios, esto responde a lo que fríamente señalaba en su tuit Pablo del Amo.

El oficialismo venezolano podía perder estas elecciones pero, seamos serios, no era muy probable que ocurriera. Es dudoso que Maduro hubiera asumido competir electoralmente contra una oposición unificada en torno al candidato de Maria Corina Machado si no tuviera buenas perspectivas electorales. Teniendo en cuenta, además, que de Venezuela migraron más de 7 millones de ciudadanos (se presume que mayoritariamente antichavistas) que no tenían fácil votar en las elecciones y que la situación económica ha mejorado notablemente en los últimos años, no era difícil deducir para cualquier observador que lo más probable era que ganara el oficialismo. A ello hay que añadir que la candidata moral de la derecha, Corina Machado estaba inhabilitada (una decisión discutida jurídicamente) y tuvo que avalar a Edmundo González. Al final Maduro gana, aunque lejos de los mejores resultados históricos del chavismo.

Las denuncias de fraude se han convertido en un clásico en las narrativas de las derechas políticas y mediáticas y ya se usan nada menos que en EEUU. Y no olvidemos que nuestras derechas ya amagan con usarlas aquí. La guerra cultural de la derecha es así como no se cansa de repetir Milei y todos sabemos que, entre denunciar que Podemos quería destruir la democracia y expropiarte la casa de la playa, o que Pedro Sánchez es poco menos que un dictador y decir que hay fraude electoral en España hay un trecho muy corto.

Pero, mirando con frialdad la situación, ¿alguien puede creer que si las autoridades electorales venezolanas fueran a llevar a cabo un fraude, habrían acreditado a casi un millar de observadores internacionales incluida la Fundación Carter de EEUU, cuya reacción es muy esperada? Es verdad que no dejaron entrar a los dirigentes que del PP, que no iban a participar en la observación sino solo a acompañar como turistas a la derecha venezolana, pero ¿alguien puede creerse que José Luis Rodríguez Zapatero, que ha sacado de la cárcel a más opositores venezolanos que nadie, habría acudido a Venezuela si tuviera dudas sobre la limpieza del proceso? Para responder a estas preguntas conviene dejar al lado la ideología y confiar en el más obvio sentido común.

Es innegable que en política internacional siempre ha mandado la geopolítica pero es cierto que, en los últimos tiempos, se ha producido un fenómeno curioso; al tiempo que se reducen los disimulos democráticos y vemos que en EEUU puede gobernar Trump o que la misma Unión Europea que reventó a Tsipras avala a sus propios fascistas siempre y cuando asuman la OTAN, los brazos ideológico-mediáticos de los grandes poderes económicos llaman a tomar los capitolios cada vez que los resultados no cumplen sus expectativas. Y esta sí es una realidad realmente peligrosa porque cada vez es menos creíble la retórica democrática y, sobre todo, tiene un recorrido más incierto frente a la aplastante lógica de la geopolítica.

Es precisamente esa lógica, y no tanto su victoria electoral, la que da mejores perspectivas al oficialismo venezolano. Como ha señalado Bruno Sgarzini citando a The Wall Street Journal, una parte del empresariado estadounidense habla con Maduro y presiona al gobierno de Biden para que levante las sanciones porque lo ven como una opción estable para la inversión. Como señala este periodista, en Venezuela hay en juego los negocios petroleros y de gas de compañías estadounidenses y europeas, como Chevron, Eni y Repsol, así como la renegociación de los bonos de deuda venezolana por 60.000 millones de dólares comprometidos por Maduro. Esta situación da más opciones al presidente Maduro de ser reconocido como tal por Europa y EEUU que el propio resultado electoral.

Permítanme aventurar un augurio. En esta ocasión habrá ruido y denuncias de fraude, pero dudo que alcancen el nivel de ocasiones anteriores y dudo que Europa y EEUU se inventen a un nuevo Guaidó. Sospecho que, en esta ocasión, con mayor o menor disimulo, Europa y EEUU acabarán reconociendo la legitimidad del gobierno venezolano e invitarán a su oposición a que se integre más en el sistema político. Hay muchos negocios y mucha geopolítica en juego.

El problema es que cada vez es más obvia la degradación del prestigio de la democracia como sistema procedimental que se asuma como mínimo común denominador para obtener el reconocimiento internacional. Esto tiene que ver con la geopolítica, pero también con una derecha que se ha acostumbrado a no reconocer las elecciones cuando pierde.

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y ex vicepresidente segundo del gobierno
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