La vida es hermosa
Ha pasado un cuarto de siglo y pico desde que en 1999 Roberto Benigni fue galardonado con tres Oscar por la película La vida es hermosa (mejor actor, mejor película de habla no inglesa y mejor banda sonora). En su discurso, emocionado y espontáneo, agradeció a sus padres haberle hecho un obsequio fantástico: "Ellos me dieron el mejor regalo: ¡la pobreza!". ¡Sí, la pobreza!
Ya entonces, en medio del glamour de la gala y de un cambio de milenio optimista, sonó como una dulce provocación. Hoy, inmersos en un mundo en el que el éxito se mide en bienestar material, pensar que alguien reivindique como un don, como un valor, el hecho de vivir austeramente a la mayoría le debe sonar excéntrico, por no decir directamente estúpido. ¿Quién se atrevería ahora a hacer gala de la pobreza en público y alegremente, con el entusiasmo y la alegría de Roberto Benigni, que subió al escenario saltando por encima de las butacas como un niño travieso?
En este siglo XXI de los prodigios digitales y los miedos ambientales no sólo la aspiración general está en la riqueza, sino que los magnates se han descarado. Lo que no lo logra, lo que se queda descolgado del progreso y del bienestar, dicen que se lo ha buscado y lo pintan como un delincuente potencial y un estorbo social. El mensaje dominante es el de la moralidad meritocrática darwinista: quien no es rico es porque no quiere, uno vago y maleante, como se decía en los tiempos oscuros de la dictadura española. Entre nosotros son precisamente los herederos ideológicos de Franco, los que no dan ascos del pasado fascista, los que lo blanquean... son ellos los que más asimilado tienen el mantra trumpista: el que es rico es que lo merece y el que lo merece. es pobre, también; sobre todo si no es de los nuestros por religión, lengua o piel. ¡Bueno, fuera!
Roberto Benigni hizo una poética enmienda a la totalidad a este determinismo social clasista. Más allá del refrán "el dinero no hace la felicidad", declaró la pobreza como una bendición, como una magia. Acompañada, claro, de la estima incondicional de sus padres, gracias a ella se convirtió en una persona empática con el dolor de los demás, amante de la belleza de los pequeños gestos, feliz de haberse labrado su propio destino.
La película La vida es hermosa respondía a esta filosofía tan íntimamente vivida por Benigni desde pequeño, trasladada a la gran pantalla a través de una historia extrema situada en el corazón del siglo XX totalitario. Con ojos de niño, explica el drama de una familia judía italiana que va a parar a un campo de exterminio nazi. El padre (encarnado por Benigni) logra mantener a su hijo engañado, como si eso fuera una aventura. Con imaginación, lo convierte en un juego, disimulando la cara siniestra de la vida en el campo. Llevado por la admiración y el amor que siente por el padre, el niño se ahorra la evidencia del mundo oscuro y sin esperanza a donde ha ido a parar. Un mundo que, pese a las preocupantes señales que nos llegan cada día, esperamos que no vuelva. ¿O ya ha vuelto a Ucrania y Gaza? ¿Cuántos niños palestinos necesitarían ahora mismo a un padre Benigni?
Quienes hoy banalizan y blanquean el nazismo y el fascismo, la ultraderecha europea a la que apoya Elon Musk, representan la negación del espíritu Benigni. Son quienes señalan el camino de la exclusión y el odio, son los que sólo saben ver enemigos a destruir allí donde hay personas con sus grandezas y miserias, son los aprendices de brujo siempre latentes en la historia de la Humanidad. Ellos ensucian la vida. No podemos dejar que nos vuelvan a ensombrecer el espíritu, que nos enfrenten con los que son diferentes o piensan diferente, que nos anulen el sentido común y la esperanza.
A los políticos millonarios que están cogiendo las riendas del poder obsedidos con su libertad privilegiada, a sus imitadores europeos que recuerdan demasiado a quienes hace un siglo destruyeron la convivencia en el Viejo Continente, a quienes en todas partes proclaman la buena nueva del derecho a la riqueza como espejismo de igualdad, a todos ellos les digo que Benigni tenía y tiene razón. La estupidez y la maldad han existido y existirán, la cuestión es cómo vencerlas en cada nuevo embate. Lo de ahora es fabuloso. Pero la vida es bella, no lo olvidemos.