El nuevo informe del IPCC confirma la gravedad de la crisis climática y señala con claridad la responsabilidad de la humanidad. Y, aunque en este segundo punto no se equivoca, la generalización no solo es tendenciosa, sino que también dificulta mucho acercarse a un diagnóstico y tratamiento adecuado. No es “la humanidad” la responsable, es la práctica de una forma de vida industrial en el marco de una economía concreta, la capitalista. Me explicaré.
La crisis climática no es más que un desequilibrio del carbono total que almacena este planeta. Cada vez tenemos más carbono en forma de gas en la atmósfera, el CO₂, y cada vez tenemos menos carbono estable bajo tierra. Una parte de esta situación tiene que ver con la quema del carbono enterrado y fósil (el petróleo) para industrializar la sociedad. Otra parte significativa ha sido la sustitución de una agricultura labradora por una agricultura, precisamente, industrial.
Además de petróleo, la industrialización de la agricultura ha estado conectada al uso de pesticidas y fertilizantes sintéticos. Aplicaciones que, si bien temporalmente han incrementado la productividad de los campos, también han eliminado la inmensa vida microbiana de la tierra (dicen que en una cucharadita de café de tierra sana encontramos más microbios que todos los seres humanos que habitamos el planeta), que es fundamental para mantener secuestrado el carbono que inhalan las plantas durante la fotosíntesis. Según la literatura científica, entre un 25% y un 40% del actual exceso de CO₂ en la atmósfera proviene de esta destrucción de buena tierra fértil.
Consciente de esto, hace un par de meses CREAF presentó los resultados de una experiencia de tres años de “desindustrialización” de unas tierras donde, sin usar pesticidas, ni fertilizantes de síntesis, ni maquinaria pesante, han recuperado la vida de la tierra practicando agricultura ecológica. Han demostrado que la regeneración es posible y que esta tierra viva almacena treinta veces más carbono atmosférico que una tierra muerta o convencional. Calculan que si toda la superficie agraria y de pastos de Catalunya hiciera esta misma transición regenerativa, se compensaría el total de las emisiones anuales provenientes del sector agrícola del país, que son muchas. Si esto lo extrapolamos al ámbito mundial, hay entidades como Soil Food que afirman que con esta revitalización de la microbiota de la tierra podríamos revertir el cambio climático en quince años. Otros, más prudentes, como la fundación Grain, hablan de cincuenta años que, más o menos, es el mismo tiempo con el que la agricultura industrial ha empobrecido de vida y de carbono la tierra.
Entonces, ¿tenemos una propuesta con solidez científica que no estamos considerando? ¿Un cambio tecnológico concreto puede cambiar una situación tan grave como la actual? No, absolutamente no. Tenemos que dejar de creer en varitas mágicas. La propuesta de secuestrar carbono es factible en la medida en la que se entienda que forma parte de un viaje, voluntario o involuntario, accidentado pero estimulante, hacia una civilización postindustrial. Ruralizada.