Hay un tema de Sabina que romantiza a tipos como Villarejo. Seguramente ustedes lo conocen; se llama El caso de la rubia platino. La canción tiene estrofas memorables: Yo era un huelebraguetas sin licencia / Quemado en la secreta por tenencia / Extorsión y líos de faldas / Estaba, como buen ex-policía / A sueldo de un pez gordo, que sabía / Cubrirse las espaldas.
Me imagino a José Manuel Villarejo escuchando el tema de Joaquín Sabina e imaginándose a sí mismo como un tipo duro que, en el fondo, es enamoradizo y un seductor: Cuando salió, por fin, del reservado / Sentí que las campanas del pasado / Repicaban a duelo / La última vez que oía esa melodía / Me recetaron tres años y un día / Más IVA, en la Modelo.
Pero los mafiosos que el cine, la literatura y la música han romantizado sin cesar no existen en la realidad. Los mafiosos de verdad son mucho peores que Tony Soprano y que Vito Corleone y Villarejo es mucho peor que el personaje de la canción de Sabina. ¿Es Villarejo un Huele-braguetas? Por supuesto, pero no estuvo nunca quemado en la secreta. Por el contrario, era uno de los comisarios con más poder del Cuerpo Nacional de Policía que además se hizo millonario gracias a sus “servicios” al Estado y a varias grandes empresas. Villarejo es exactamente lo contrario a lo que debería ser un buen policía. Ojalá se romantizara más en el cine a personajes como el policía Lester Freamon de la serie The Wire. Pero no, sigue siendo más frecuente romantizar la cloaca.
El Villarejo real no parece muy romántico; lo que tuve delante gracias a Jordi Basté era un tipo con voz aguardientosa que aparece en uno de sus propios audios presumiendo de haber reventado a hostias a militantes del FRAP (los pueden escuchar en las piezas de Patricia López en Crónica Libre) y que a mí me afirmaba categóricamente que no había torturado jamás a nadie.
Pero Villarejo no es ni siquiera un Conesa o un Pacheco, especialistas en torturar a gente de izquierdas. Villarejo ha trabajado básicamente para suministrar “información” a periodistas sin escrúpulos que convirtieron las aguas fecales del Estado en su medio de vida.
¿Por qué es importante entonces hacer hablar a Villarejo? ¿Acaso no miente? ¿Tiene sentido lo que diga Villarejo más allá de lo que dicen otros o él mismo mismo en sus audios? No tengo una respuesta a estas preguntas que me convenza del todo pero creo que Jordi Basté logró el otro día algo muy importante: sentándole frente a algunos de los que hemos sido, en mayor o menor medida, víctimas de las cloacas policiales y periodísticas, Basté consiguió que en la voz de Villarejo podamos comprender algunas claves del poder en España.
Villarejo es hoy un juguete roto de los que siempre mandan, pero su existencia biológica es la prueba viviente (nunca mejor dicho) de que el poder en España, que va mucho más allá de los partidos que gobiernen en cada momento, está podrido. Villarejo es hoy una voz que nos recuerda que supuestos demócratas practicaron el terrorismo de Estado y la tortura, que nos informa de que la corrupción está asentada en el periodismo hasta la náusea. Villarejo es la prueba viviente de lo que en realidad se hizo con Ferreras, Inda o Terradillos, la prueba de la guerra sucia contra los independentistas y contra Podemos. La existencia de Villarejo (que esté vivo y hable) es la prueba de que ni hay ni hubo normalidad democrática en España.
¿Le pegarán un tiro? ¿Le envenenarán? Quién sabe, el trabajo de los asesinos de Estado no es un trabajo sencillo y menos en contextos de crisis de Estado. Pero es evidente que hay muchos que le querrían muerto, del mismo modo que los mafiosos quieren muertos a los chivatos.
Para no ser un cadáver, en el tranvía / Aparte de tener gramática parda / Hay que saber que, las faldas, son una lotería. Le sobra gramática parda a Villarejo pero mientras la contingencia y la lotería deciden su destino, que hable, que no pare de hablar.