Gabriele Le Senne e Ignacio Garriga, este martes en el Parlament
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La delegación de Vox en Baleares ha implosionado este lunes de forma virulenta pero no exactamente imprevisible, porque podía verse a venir. Al parecer, dentro del grupo parlamentario de Vox en el Parlament de Balears hay un sector díscolo, enfrentado con la dirección, que, además, es mayoritario: siete diputados, ellos son cinco. De modo que han procedido a expulsar a los dos que les molestaban, con la particularidad de que una era (hasta ahora) la presidenta del partido en Baleares, Patricia de las Heras, y la otra era (también hasta ahora) nada menos que que el presidente del Parlamento de Baleares, Gabriel Le Senne. Al frente de los sediciosos se encuentra la portavoz del grupo, Idoia Ribas, y el portavoz adjunto, Sergio Rodríguez, que en otros tiempos también habían tenido encontronazos con el anterior presidente del partido Jorge Campos, hoy centrifugado como diputado en el Congreso.

En el típico juego de acción/reacción que gusta a los fans de Steven Seagal, la dirección estatal ha reaccionado anunciando que propondrá la expulsión de los cinco diputados díscolos. En todo caso, la consecuencia inmediata de la salida de De Las Heras y Le Senne (unos apellidos de la clase trabajadora que Vox dice que protege, por cierto) es que Baleares pierde su segunda autoridad –el presidente del Parlament– y se abre una crisis de gobierno profunda, dado que el PP gobierna en Baleares con el apoyo de Vox, condicionado a un exhaustivo acuerdo de investidura de 110 puntos que recoge el programa de Vox con todas sus fijaciones: contra la lengua catalana, contra la enseñanza público, contra las políticas medioambientales, contra las políticas de género y LGTBI, contra las políticas de integración de migrantes, etc. De forma también bastante insólita, en el poco más de medio año que llevamos de legislatura, Vox ha tenido un rotundo éxito a la hora de imponer al PP su agenda. El PP de Baleares: un partido poderoso, el partido de gobierno por antonomasia, anclado a las élites isleñas como referencia inmutable, pilotado por una nueva generación de dirigentes jóvenes y arrogantes, se ha visto doblado una y otra vez, a cada negociación, por unos recién llegados a la política que dicen cosas extravagantes (“yo solo me arrodillo ante Dios”, declaraba Ribas, no hace mucho), hasta el punto de ponerles en los presupuestos 20 millones de euros por cada trimestre del próximo curso escolar, destinados a segregar a los alumnos de la escuela pública por lengua. La docilidad del PP respecto a Vox resulta aún más sorprendente ante la evidencia de que, además, Vox es un partido roto y enfrentado por dentro.

Un partido neofascista, con postulados que chocan frontalmente con la Constitución y con los Estatutos de autonomía, y que además es profundamente inestable, porque el tono agresivo y beligerante que le caracteriza se traslada también a sus discusiones. Lo ocurrido hoy en Baleares puede ocurrir en cualquier momento en cualquier sede de Vox, incluida la central de Madrid, donde las disputas internas también están a la orden del día. Puesto que no paran de difamar a “los socios de Pedro Sánchez”, a Feijóo ya su entorno se les debería recordar que a ellos sólo les queda uno, socio posible, porque han roto la interlocución con todos los demás. Y es Vox, un partido inflamable y tóxico como un mal gas.

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