ANÁLISIS

El Catalangate hace aflorar las contradicciones de Sánchez

Gabriel Rufián y Pedro Sánchez, en una sesión en el Congreso  este año.
28/04/2022
Subdirector y delegado en Madrid
3 min

MadridLa legislatura empezó a andar sobre un esquema extremadamente frágil. Un presidente del gobierno pactaba con aquellos con los que había dicho que no pactaría (independentistas y Unidas Podemos (UP), considerados hasta entonces como socios indeseables) y unos independentistas (ERC) se convertían en aliados del gobierno de un estado del que se quieren independizar. El experimento solo podía funcionar si el gobierno entrante se comprometía a desactivar todo el aparato del Estado que se había movilizado contra el independentismo en 2017 y que ahora haría lo posible para hacer descarrilar el acuerdo. A cambio, ERC aseguraría la estabilidad.

El trabajo era ingente y en un primer momento parecía que Sánchez se ponía a ello, sobre todo con la decisión de indultar a los presos políticos. No se puede negar que se han dado pasos, por ejemplo con el cambio de mayorías en el Tribunal de Cuentas y con la desarticulación de la llamada policía patriótica, que hacía guerra sucia al independentismo. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, incluso se atrevió a destituir al cerebro policial del 1-O, el coronel Diego Pérez de los Cobos.

Pero lo cierto es que los tentáculos del Estado, y en concreto del deep state, van mucho más allá, de forma que en algún caso concreto Sánchez no se ha atrevido a iniciar ninguna operación de limpieza. Este es el caso del CNI, al frente del cual puso a la ministra más jacobina. “Yo llevo muchos años de servicio al Estado”, ha afirmado este miércoles Robles desde la bancada del gobierno, haciendo valer su currículum de magistrada del Supremo y secretaria de estado de Seguridad en la época de Felipe González.

La apuesta de ERC por el diálogo, pues, tenía que asumir un elevado grado de contradicción. Significaba (y significa) negociar con un gobierno del que dependen estructuras del Estado que todavía están en guerra contra el independentismo. Pablo Iglesias siempre defendía que una cosa es estar en el gobierno y otra tener el poder. En efecto, el gobierno es solo una parte del poder y otra parte importante de este poder reside en estructuras opacas de la administración que son un estado dentro del Estado.

Los servicios secretos son un caso paradigmático. Estos días fuentes del CNI están lanzando avisos al gobierno desde las páginas de El Mundo. El mensaje siempre es el mismo: todo lo que sea poner en entredicho el trabajo del CNI o tomar alguna medida contra Robles será interpretado como una declaración de guerra. ¿Alguien puede imaginarse la cantidad de información potencialmente desestabilizadora que está en manos de este organismo?

Momento clave

Pedro Sánchez ha actuado hasta ahora de forma quirúrgica, calibrando al por menor los pasos a dar y encargando a Robles que mantuviera bajo control el deep state. Pero estos difíciles equilibrios se han roto con el Catalangate y han aflorado las contradicciones. Sánchez ha llegado en el momento clave de la legislatura: aquel en el que tiene que decidir si prescinde de Robles e inicia una verdadera limpieza de este deep state que lo ha visto siempre como una amenaza o bien si se planta y cambia de socios y de rumbo.

Por su parte, ERC también ha puesto punto final a su estrategia. Eso sí, siempre podrá decir que lo ha intentado, que ha explorado los límites del PSOE y que son estos límites los que han hecho añicos la mayoría de izquierdas. En un escenario de posible entendimiento entre el PSOE y el PP, UP también tendría mucha presión para abandonar el ejecutivo. Y faltaría ver qué pasaría dentro del PSOE. Si hay una palabra que ahora mismo define perfectamente la situación en Madrid es vértigo.

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