Una Diada para la reconstrucción
Tras unos años marcados por la pandemia y la represión, el país busca vías de recuperación
BarcelonaEste curso hará cuatro años de los hechos de otoño de 2017. En tiempos menos acelerados estaríamos hablando de una legislatura, pero hace mucho que esta unidad de medida quedó desfasada a golpe de adelanto electoral. Aun así, han pasado cuatro años. Más de mil días en que Catalunya, el Estado y el mismo movimiento independentista han tenido que reubicarse después de que el choque de trenes del 1-O hiciera añicos las piezas del tablero. Desaparecida la épica y suavizada -que no superada- la fase más dura de la represión con la concesión de los indultos, este Once de Septiembre desalmado y lejos del ambiente que ha marcado las Diadas de la última década aparece como una oportunidad para la reconstrucción no solo del movimiento independentista sino también del país.
Porque en estos cuatro años ha habido tiempo para casi todo, también para atravesar una pandemia que ha malogrado el escudo social y que ha desplazado el Procés -protagonista absoluto de la última década política en Catalunya- a una posición menos central del debate. Pilotar la recuperación del país de la mano de los fondos europeos, definir el modelo de país que se quiere y luchar para que nadie quede atrás son las prioridades indiscutibles de un Govern que tiene también como otro gran reto la negociación abierta con el gobierno español para una salida del conflicto. Precisamente ayer, en su primer discurso de la Diada, el president de la Generalitat, Pere Aragonès, reiteró que la solución pasa por la celebración de un referéndum pactado.
La mesa de diálogo es ahora mismo el único horizonte del independentismo, pero tampoco a su alrededor hay unidad. En estos cuatro años desde el 1-O no ha sido posible restablecer la unidad de los partidarios de la independencia, que han hecho lecturas diferenciadas de qué supuso el referéndum y cuáles tienen que ser los próximos pasos. La desorientación se ha traducido en desmovilización y en un punto de frustración que hoy habrá que ver si se transforma en agror de los manifestantes hacia los partidos políticos, como ya pasó ligeramente el Once de Septiembre de hace dos años, antes de que el covid-19 rompiera la tónica de las manifestaciones masivas por la Diada.
Aragonès, que tiene previsto asistir a la manifestación, así como el resto de integrantes del Govern, con la excepción del conseller de Interior, Joan Ignasi Elena, aprovechó su discurso institucional de ayer noche para reclamar llevar la fuerza de la Diada en la reunión de la mesa de diálogo prevista para jueves o viernes próximo. Pero en una muestra más de que la unidad estratégica continúa lejos, la vigilia de la Diada trajo un nuevo choque entre socios a raíz de la negociación con el Estado. Después de que en una entrevista en Catalunya Ràdio el jefe del ejecutivo catalán desafiara los escépticos con la negociación a presentar una alternativa, la presidenta del Parlament, Laura Borràs, le respondió criticando que después de un año y medio de su primera reunión de la mesa de diálogo tampoco haya ninguna concreción.
Con la misma ANC fijándose como objetivo superar los 100.000 manifestantes -lejos de los números de hace unos años-, el mensaje de la Diada ya será menos la movilización como el clima en que se produzca. Ayer mismo, la entrega de la Medalla de Honor del Parlament a las víctimas de la represión por el Procés se prodigó en críticas a las instituciones y a los partidos por cómo han gestionado la resaca del 1-O, y entre las filas del Govern hay temor sobre qué actitud se pueden encontrar en la manifestación, que finalmente no acabará en la puerta del Parlament como estaba previsto al inicio.
Un punto de inflexión
Cuatro años después, pues, la Diada busca ser un punto de inflexión en la desorientación de los últimos años y el paso de una etapa marcada básicamente por el luto por la represión -que todavía perdura con ejemplos sangrientos como el exilio o la causa del Tribunal de Cuentas- a una etapa de reconstrucción del país y del movimiento.
Cuatro años han sido suficiente tiempo para ver entrar y salir los líderes independentistas de prisión; para vivir un juicio histórico en el Tribunal Supremo con condenas de más de una década; para ver a un president exiliarse y poner a la justicia española bajo la lupa europea a través de la lucha en el extranjero; para vivir los primeros disturbios tras años de manifestaciones pacíficas y multitudinarias; para hacer caer al presidente español que intervino en las instituciones a través de una moción de censura; para perder la Generalitat a través del 155 y recuperarla en las urnas; para ver cómo se inhabilitaba a un president en el cargo por primera vez en la historia; para abrir un proceso de negociación de tú a tú con el Estado; para ver huir a un rey; para atravesar una pandemia, y, incluso, para ver cambiar de manos la presidencia de la Generalitat.
Pero de lo que pase a partir de hoy dependerá si ha habido suficiente con cuatro años para acabar de recoger las piezas que saltaron a raíz del choque de 2017, coger qué significó el 1-O, determinar qué se puede hacer para recuperar las instituciones, el país y el movimiento independentista e iniciar, una legislatura después, el camino de la reconstrucción.