La desmovilización independentista amenaza una década de mayorías

El PSC confía en un cambio de etapa para explorar acuerdos con Junts o con ERC

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Imagen de un manifestante con una estelada en la movilización de la Diada de 2023

BarcelonaSuperar el 50% de los votos se convirtió en la obsesión del independentismo durante buena parte del proceso. Una garantía más de legitimidad después de haber conseguido la mayoría absoluta de los escaños en el Parlament tanto en 2015 como 2017 (incluso en 2012, cuando CDC empezaba a abrazar el derecho a decidir). Era un objetivo tan deseado que pasó a ser un hito en sí mismo, sin definir qué debería venir a continuación. En 2021 ERC, Junts, la CUP y las fuerzas independentistas que se quedaron fuera del Parlament superaron el 51% de los votos, enarbolando el eslogan que hizo fortuna durante los primeros meses de la legislatura: "La mayoría del 52%" , que pronto se evidenciaría impracticable.

Este domingo, en cambio, nadie visualiza ya el hito del 50% de los votos: la primera pregunta que habrá que responder es si el independentismo sigue siendo mayoritario en el Parlament. La desmovilización de los votantes de los partidos que han pilotado el Proceso hasta ahora es un común denominador de todas las encuestas que se han publicado en estas semanas y la consecuencia más palpable del descontento de su electorado. Pero una dinámica que no es nueva. Las elecciones municipales y generales del año pasado dieron muchas pistas de lo que podía llegar a suceder cuando se convocaran a las catalanas. Es cierto que los dirigentes de Junts, ERC y la CUP siempre han confiado en que cuando llegara la hora de la verdad, las elecciones al Parlament, el independentismo volvería a movilizarse aunque fuera simplemente para evitar que el próximo presidente de la Generalitat fuera Salvador Isla.

Han pasado casi ocho semanas desde que Pere Aragonès apretó el botón electoral y hoy la preocupación entre los dirigentes de los tres partidos es evidente. No porque el movimiento pierda comida –hace tiempo que cada uno tiene su propia estrategia y no hay ningún tipo de colaboración entre ellos–, sino porque el castigo de los electores puede alejarlos de la plaza de Sant Jaume.

Del Olimpo al día a día

En los últimos días, como ocurre siempre en la recta final de todas las campañas, Carles Puigdemont y Pere Aragonès han apelado a la movilización del independentismo. Todavía se sienten propuestas de referéndum, pero ya no se envuelven de la épica histórica a la que se recorría en otros momentos. Esta campaña ha servido también para que todos hayan descendido del Olimpo de las promesas prácticamente inalcanzables y hayan ido recurriendo a las del día a día: los impuestos, la sanidad, la educación, los servicios sociales, el Hard Rock o Cercanías.

Pendientes, pues, de sí a última hora y aunque sea con la pinza en la nariz, los electores les vuelven a dar confianza, a partir del lunes Junts y ERC podrían explorar nuevas alianzas en Catalunya. Son pactos que, de hecho, están vigentes en el Estado y pasan irremediablemente por el PSC, que todo el mundo da por hecho que repetirá –y probablemente ampliará– la primera posición en la cámara. ¿Hemos llegado a la cabeza de la calle? ¿Se romperán los blogs que han sido inamovibles desde el principio del Proceso? Si esto ocurre, probablemente se constatará una realidad que ni Junts ni ERC esconden: la independencia no es una aspiración a corto plazo.

La otra pregunta clave llegaría en caso de que se salve la mayoría independentista. ¿Sería viable repetir el mismo gobierno que se rompió hace dos años? ¿Para hacer qué? La incertidumbre es el verdadero leitmotiv del 12-M.

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