BarcelonaEn política existe lo que se llama corrientes de fondo u olas que, en un momento determinado, benefician a una opción política u otra. Es evidente, por ejemplo, que a partir de 2012 en Cataluña se vivió una doble ola independentista y de izquierdas, hasta el punto de que en las elecciones españolas de 2015 y 2016 las tres primeras fuerzas, los comunes, ERC y el PSC , eran de signo progresista, un hecho inédito en Europa.
En estas elecciones hay un contexto completamente opuesto. Por un lado, existe un cierto cansancio del independentismo, que hace que esté en duda su mayoría en el Parlamento, y, por otro, un giro a la derecha que es general en toda Europa, tal y como apuntan las encuestas de las elecciones europeas. Que las encuestas pronostiquen un retroceso de ERC, comunes y CUP no puede ser una casualidad. Y, así como la subida de Junts puede atribuirse más a la tirada de su candidato que al giro a la derecha, en el caso del PSC es muy visible que su discurso no está impregnado de la épica de la izquierda sanchista sino del regreso al orden y la cordura, las virtudes que en el pasado patrimonializó el centroderecha de CiU.
Giro españolista y giro a la derecha, pues, son tendencias paralelas que benefician a unos en diferente medida (el PSC, Junts, el PP, Vox y Alianza) y perjudican a otros (ERC, los comunes y la CUP). Los resultados acabarán de matizar los pronósticos, pero éste es un factor que debe tenerse en cuenta a la hora de valorar los resultados y exigir responsabilidades. No es lo mismo hacer una campaña con la ola a favor que en su contra. Al igual que no tiene el mismo mérito ganar con el viento a favor que en su contra.
