Elecciones y gazpacho caliente

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Comienzo del recuento de votos en una mesa

Elecciones embadurnadas por el calor. La humedad, el sol y el ambiente pegadizo han invadido los colegios electorales. La peor parte de esta cita canicular con las urnas se la han llevado los partidos independentistas: atropellados por un 23-J que les ha pillado pesando higos. El dato de participación (cerca del 65%) es un síntoma inequívoco del golpe de calor político. No es cuestión de termómetros, ni de clima. Es la política catalana, la que ha provocado este calentor, que se está traduciendo desde hace tiempo, elecciones tras elecciones, en una distancia cada vez mayor entre la calle y los partidos que habían sido hegemónicos. Resultado: unos electores descomidos, que acuden a las urnas como quien toma un trago de gazpacho caliente, porque es todo lo que queda en la mesa.

El 23-J ha sacudido el mapa político catalán. Si jugamos en los blogs, la pérdida de peso de los partidos independentistas en la política española es notoria, porque pasan de tener 23 a sólo 14 diputados en Madrid. El blog se desfigura. La derrota de los candidatos independentistas es total en el caso de la CUP. Desaparecidos del Congreso de Diputados, los anticapitalistas ponen punto y final a la aventura estatal saliendo por la puerta trasera. Ni han plantado cara –como prometía el lema de esta contienda electoral–, ni han hecho que España sea “ingorvernable” (probablemente porque quien más contribuye a la ingobernabilidad española es la misma política española). La pérdida de apoyo de ERC es un severo castigo. Sin paliativos. El segundo correctivo para los de Oriol Junqueras en menos de tres meses. Las municipales de finales de mayo ya fueron un aviso bastante serio para los republicanos, que aun así optaron por hacer una lectura particular, sin rastro de autocrítica y sin asunción de responsabilidades. La respuesta fue blandir aún con más ímpetu la bandera de la presidencia de la Generalitat e intentar capitalizar desde el propio Palau la respuesta a la amenaza de “la hora grave” que representaban el dúo PP-Vox. Perder la mitad de los escaños de un plumazo debería obligar a una reflexión a fondo, en la sede de la calle Calàbria.

La polarización y el bipartidismo, el hecho de que sean las “elecciones españolas más españolas de los últimos tiempos” –como afirmaba Gabriel Rufián anoche– son factores que sólo explican en parte los malos resultados de los republicanos. Y haber quedado por delante de Junts por la mínima es un consuelo infantil. Los de Laura Borràs y Jordi Turull tampoco pueden encarar este 24-J chirois. El objetivo era quedar por delante de ERC y se han quedado a pelo perdiendo un buen puñado de votos respecto al 2019, pese a haber tragado del PDECat. Con este panorama, la capacidad de influencia de los partidos catalanes en la política española queda claramente atenuada, aunque sigue siendo real. Y resulta francamente alarmante la miopía de estas formaciones para analizar en serio la distancia que han agrandado con el electorado.

En el otro bloque, a Salvador Illa parece que todas le ponen, desde su regreso del ministerio de Sanidad. Tiene el camino cada vez más allanado y de cara a Ferraz ha demostrado que es infalible: logró ser el más votado en las últimas elecciones al Parlament, ha arrebatado alcaldías claves a ERC en las municipales y ahora ha teñido de rojo el lote de los 48 diputados que Catalunya aporta al Congreso de Diputados. El gazpacho frío se acabó él.

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