Madrid hace saltar por los aires el sistema político español

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Las líderes  del PP y de Vox a la Asamblea de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (izquierda) y Rocío Monasterio.

MadridSantiago Abascal sabe que no tiene que hacer nada para recoger los votantes del PP descontentos con la maniobra de Casado contra Ayuso. Solo sentarse y esperar. Si acaso lanzar algún mensaje de complicidad con Ayuso (“Creo en la presunción de inocencia. No me gustan las cacerías de brujas”, tuiteó ayer) y, estratégicamente, incluso centrarse un poco para aparecer como el voto refugio seguro de la derecha.

Hasta ahora Vox no tenía ninguna intención de moderarse porque ocupaba su espacio de forma cómoda y necesitaba marcar perfil respecto al PP. El suyo era otro rol, el de partido de las esencias conservadoras que marcaba el ritmo al hermano mayor. Pero ahora Abascal puede soñar con convertirse en ese hermano mayor o, al menos, con hablarle de tú a tú. Y esto puede pasar incluso en el supuesto de que el PP se refunda bajo el liderazgo de Alberto Núñez Feijóo, que ya ha dejado claro que no quiere saber nada de pactos con la extrema derecha.

Esta es la gran paradoja que afrontaría un PP post-Casado. Si opta por un perfil moderado como Feijóo, dejará más espacio electoral a la extrema derecha (y se quedaría sin socios potenciales), mientras que si apuesta por Ayuso, lo que perderá serán los votantes moderados y aquellos que en provincias no compran el turbocapitalisme castizo de la capital. Acabe como acabe esta crisis, la derecha continuará dividida, como mínimo en dos partidos. lo único que se tiene que ver es en qué proporción se reparten los votantes y qué relación se establece entre los dos. Con una excepción: cuanto más peso tenga Vox, más difícil será el acceso de la derecha a la Moncloa.

Hipertrofia madrileña

Mientras tanto, lo que se demuestra es que la hipertrofia madrileña, la concentración cada vez más grande de recursos en detrimento de las comunidades colindantes, ha acabado creando un poder autónomo del Estado, que se enfrenta a él incluso cuando el mismo color político está en la Moncloa. El sistema político español está haciendo aguas por la capital, donde tanto el ayusismo como el errejonismo, dos fenómenos específicamente madrileños, son los dos principales pulsos que se enfrentan en las urnas y en las redes. Ni la derecha ni la izquierda española han sido capaces de crear estructuras leales a la arquitectura estatal. Madrid pesa demasiado. Es una olla a presión, con un ecosistema mediático propio que irradia al resto del Estado, y donde raramente se discute de las cosas cotidianas, sino que tiene lugar una formidable batalla cultural entre la izquierda y la derecha que la segunda va ganando de manera holgada.

“Nadie se imagina que de Madrid pueda salir la vacuna contra el covid”, decía el sábado al ARA la líder de Más Madrid, Mónica García, cuando resulta que se fabrica en Amer, Girona. Y poca gente sabe en la Castellana que Madrid tiene casi dos puntos más de paro que la decadente Barcelona (9,30% versus 7,46%).

Pero más allá de estos datos lo que sí que hay es un excedente de poder político y de influencia económica que convierte aquel distrito federal creado artificialmente durante la Transición en un ecosistema propio donde todo el mundo cree que tiene derecho a dirigir los destinos de España, desde políticos hasta periodistas, pasando por jueces o altos funcionarios. Mientras no se encuentre un equilibrio entre este megacentro y el resto del Estado, la política española será inestable y altamente volátil.

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