El mito socialista que no quiere indultos (ni nada de lo que haga Pedro Sánchez)

Si uno de los actuales gurús de la comunicación política tuviera que dibujar al candidato perfecto, el Felipe González (Sevilla, 1942) de los años 80 se acercaba mucho. Era joven, carismático, había conseguido imponerse a la vieja guardia del PSOE del exilio y había puesto el partido al día haciéndolo renegar de los postulados marxistas para abrazar la socialdemocracia. Una vez en el gobierno, sumó a todos estos elementos la aura de presidente, una responsabilidad que ejercía con mano de hierro. Llegó un momento en que la gente ya no votaba al PSOE sino que votaba a Felipe, y todavía hay personas mayores que lo hacen. Ocupó la Moncloa de 1982 a 1996, y se fue convertido en un semidiós para el electorado socialista.

Al irse dijo que los expresidentes eran como jarrones chinos, que nadie sabe dónde colocar, y prometió no interferir. Pero no cumplió su palabra. El año 2000 apoyó a José Bono como secretario general del PSOE, pero quien ganó fue Zapatero. Fue el principio de la rotura, pero nada comparado con su participación en las maniobras para defenestrar a Pedro Sánchez. Antes, sin embargo, ya se había producido el alejamiento emocional de la militancia socialista con su participación en consejos de administración como el de Gas Natural (2010 y 2015), con amistades como la del multimillonario mexicano Carlos Slim y con opiniones cada vez más conservadoras.

Su gran derrota dentro del PSOE se produjo el 21 de mayo de 2017 con la elección de Sánchez como secretario general. Por eso su posicionamiento contrario al indulto de los presos políticos no ha sorprendido a nadie. A Felipe no le gusta prácticamente nada de lo que hace Sánchez. Y en esto coincide totalmente con el PP.