El ESCENARIO CATALÁN

Puigdemont-Junqueras: anatomía de una relación envenenada

El exilio y la cárcel han hecho crecer la grieta entre dos dirigentes que desconfían el uno del otro

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DAVID MIRÓ
4 min
Puigdemont, Junqueras y el resto de indultados de ERC, a las puertas de la Casa de la República, a Waterloo

BarcelonaLos dos principales líderes del independentismo, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, se vieron frente a frente por primera vez desde 2017 el pasado miércoles en Waterloo. Una imagen potente que en otro contexto podría haber ocupado portadas de la prensa extranjera. Pero no fue así. El reencuentro fue frío, protocolario y sin emoción. Y fue así porque hay una realidad incontestable: un abismo separa a los dos dirigentes.

No hay una fecha concreta para establecer el momento en que la relación empezó a torzarse, pero fue muy pronto. Y no es ningún secreto de estado ni producto de una ardua investigación periodística. El mismo Puigdemont lo explica en el primer volumen de sus memorias, M’explico (La Campana, 2020). Si el 12 de enero de 2016 tomaba posesión, el 25 de febrero ya tenía el primer choque con Junqueras por su relevo en la alcaldía de Girona. El republicano le pide tiempo pero Puigdemont no se fía y acaba cerrando un pacto con Miquel Iceta y el PSC.

Las ‘deslealtades’ de Junqueras

Aquello fue solo el principio. A lo largo del libro se describen varios episodios que Puigdemont califica de “deslealtades” de Junqueras. Quizás el más paradigmático es una crisis que no trascendió en aquel momento. El viernes 6 de mayo de 2016 en palacio se enteran que Oriol Junqueras ha pedido un encuentro con el presidente valenciano, Ximo Puig, sin decir nada a Puigdemont. Encima, cuando el vicepresident se lo niega, el president descubrirá que miente porque desde Valencia le enviarán la carta oficial del encuentro. Durante todo el fin de semana Carles Puigdemont le dará vueltas. “Es consciente que ha dejado de confiar en Oriol Junqueras y, en condiciones normales, plantearía una crisis de gobierno y la salida del vicepresident del ejecutivo”, escribe Xevi Xirgu. Finalmente decide que no le dirá nada, pero al menos en su cabeza el Govern ha estado a punto de romperse.

Para aproximarse a la difícil relación entre estos dos personajes es imprescindible entrar en un terreno delicado, que es el de la descripción de los caracteres y de las afinidades personales. Se atribuye a Francisco Fernández Ordóñez, el que fue ministro de Exteriores de Felipe González, una frase especialmente ilustrativa: “La ideología cabe en la punta de una servilleta, el resto son relaciones personales”. Pues bien, en Catalunya casi nada de lo que ha pasado en los últimos diez años se entiende sin el factor personal y, en concreto, sin la relación entre los dirigentes de los dos principales partidos independentistas.

Puigdemont y Junqueras son muy diferentes, pero comparten una cosa: los dos son profundamente desconfiados. Ahora bien, la manera de gestionar esta desconfianza es diferente y hace que choquen. El primero es más proclive a la explosión, a la enrabiada, y es de tuit fácil cuando se siendo atacado. En cambio, Junqueras evita ponerse en evidencia y se refugia en un silencio displicente que acaba por exasperar a sus interlocutores, como le pasa a Puigdemont. Y cuando quiere esquivar una cuestión delicada tiene un recurso recurrente: coge una bola del extenso temario historiográfico que domina y te ilustra durante dos horas sin dar oportunidad de meter baza.

Exilio y prisión

La desconfianza entre ellos llegó a unos puntos inimaginables durante los días clave de octubre de 2017. Además, a este momento clave se le suma el hecho de tomar dos decisiones opuestas: prisión y el exilio. Uno tiene en la cabeza los ejemplos de Sócrates y Mandela. Otro piensa en el exilio republicano.

En el exilio Puigdemont actúa como un francotirador: ha dado su versión de los hechos de octubre, aunque sea al precio de airear los trapos sucios del independentismo, ha delegado el funcionamiento de Junts a Jordi Sànchez y ha alimentado el mito de líder irreducible y del no surrender. También Junqueras se ha liberado en prisión del día a día político para consolidar un papel de referente moral. Pero mientras que el primero quiere mantener también un perfil institucional, el de president en el exilio, el segundo ha adoptado un tipo de hábito franciscano con apelaciones constantes al concepto de bondad, como pasó en la entrevista en Tv3 de julio de 2020. Junqueras no hablará nunca en público mal de Puigdemont, pero considera su libro como una traición al movimiento en general y a él en particular. Será difícil que le vuelva a considerar un interlocutor fiable y por eso cuando ha hablado lo ha hecho de temas personales.

Dos modelos de líder

Pero lo cierto es que Junqueras tiene un activo frente a Puigdemont: está mucho mejor muy valorado por los electores no independentistas, lo que lo convierte en un líder transversal. Según el CEO de 2021, el 64,3% de los catalanes aprueban a Junqueras, mientras que en el caso de Puigdemont solo lo hacen un 43% (y un 52,4% le suspenden). Aún así, el primero tiene clavada una espina: la contundente victoria electoral de Puigdemont en las europeas de 2019 en el único duelo directo que han mantenido: 987.000 votos para el expresident y 733.000 para el exvicepresident. Entre los independentistas pata negra, la figura de Puigdemont es imbatible.

Son, pues, dos personalidades que colisionan, sin química ni sintonía, con una mochila cargada de reproches y que representan también modelos opuestos de liderazgo. Y ahora, además, uno está libre y el otro no puede volver de Bélgica.

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