BarcelonaTodo cambió en Madrid después de la extraordinaria victoria de Isabel Díaz Ayuso el 4 de mayo pasado. De repente, la posibilidad de un cambio de gobierno en España se hizo real en muchos despachos capitalinos. Y no solo esto, sino que se vio claro cuál era el camino para conseguirlo: la oposición más frontal posible.
Se creó una expectativa, y la política en esto funciona como la bolsa: lo que es importante no es el presente sino lo que pasará a medio plazo. Y de repente la derecha cerró filas y aplicó una consigna muy clara: a Pedro Sánchez y su gobierno, ni agua. Ninguna concesión, ningún acercamiento, ninguna temporización.
Antes de la victoria de Ayuso todavía habría sido posible que el PP pactara con el PSOE la renovación del CGPJ. Hoy ya es imposible. Antes de la victoria de Ayuso, el TC todavía podría haber salvado alguna de las iniciativas del gobierno español. Hoy ya no. Y cuando un magistrado titubea, como le ha pasado a Antonio Narváez con el cierre del Congreso, se lo conmina a rectificar.
Antes de la victoria de Ayuso, la CEOE llegó a diferentes pactos con la entonces ministra de Trabajo Yolanda Díaz. Hoy ya no puede. Y como se ha demostrado con el salario mínimo, ni siquiera están dispuestos a negociar. Y es que cuando Antonio Garamendi osó insinuar que no estaba en contra de los indultos le cayeron collejas de todos lados. No pudo soportar la presión y rectificó con lágrimas en los ojos.
La derecha en sentido amplio, pues, se ha alineado alrededor de una estrategia de asedio contra el gobierno socialcomunista. Y esto significa el poder político (PP, Vox y Cs), el económico (CEOE y grandes del Íbex), el judicial y el mediático. Los próximos dos años, por lo tanto, viviremos una situación similar a la del fin del felipismo, puesto que para la derecha las próximas elecciones generales representan una especie de todo o nada existencial. Porque si no consiguen descabalgar a Sánchez de la Moncloa activando todos sus resortes después de que pactara con los comunistas, después de la pandemia, de haber indultado a los líderes independentistas catalanes, de sentar en una mesa política bilateral con la Generalitat, etc., ¿cuándo lo conseguirán?
Y es más: ¿hasta dónde estará dispuesto a llegar Pedro Sánchez si los españoles legitiman en las urnas sus políticas? ¿Se atreverá a ir más allá y a tocar alguno de los pilares básicos del statu quo? Solo hay que leer la prensa de Madrid para cerciorarse de que este temor está muy presente, y que por lo tanto echarlo de la Moncloa es una especie de deber patriótico, una cuestión de vida o muerte.
Batalla Ayuso-Casado
Y aquí es donde entra la batalla Ayuso-Casado. Hay tanto en juego que en los despachos de Madrid hay pánico a un fracaso de Casado, un líder que ya se ha demostrado que no arrastra a las masas, y han visto en la presidenta madrileña la única apuesta segura para derrotar a Sánchez, capaz de atraer voto obrero y de la extrema derecha a la vez, como se demostró el 4-M.
Desde Catalunya, como siempre, habrá que afrontar el dilema entre ayudar al presidente español (a ERC le interesa especialmente que gane para mantener viva la llama del diálogo) o dejarlo caer y afrontar el riesgo de un gobierno PP-Vox. Este gobierno, al contrario del de Sánchez, sí contaría con la complicidad de los poderes fácticos y todos los resortes con los que cuenta el Estado. El judicial, principalmente.