La amenaza latente del peligro atómico

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Imagen de archivo de la Central Nuclear de Zaporizhzhia, Ucrania

Que el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, afirme que la presencia de sus soldados en la central nuclear de Zaporiyia es una garantía contra "el escenario de Chernóbil" parece una broma de mal gusto, si se recuerda la gestión de la crisis que hizo la URSS hace 36 años. Y más todavía si se tiene en cuenta que lo dice un representante de un gobierno ruso que ha optado por emular los peores anhelos expansionistas soviéticos. La amenaza del peligro atómico, destapada por EE.UU. con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, que se convirtió en un problema de escalera mundial durante la Guerra Fría, volvió a dejar de ser hipotética con la tragedia de Chernóbil. Pero no ha desaparecido nunca desde entonces, y quedó latente. El desastre de Fukushima, hace solo once años, fue un crudo recordatorio, y desde que empezó la guerra de Ucrania el nombre de Zaporiyia la ha vuelto a hacer presente.

La central nuclear más grande de Europa está ahora en la primera línea de frente, convertida en otro peón de la guerra. El portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Iván Nechaev, considera "inaceptable" la única opción realista para garantizar que no haya una tragedia atómica en Zaporiyia: desmilitarizar la zona, tal como pide la ONU, Washington, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y, evidentemente –la planta está bajo control ruso desde marzo–, el líder ucraniano, Volodímir Zelenski. Erdogan asegura que no se rinde y que hablará con el mismísimo Vladímir Putin. Mientras tanto, los trabajadores (ucranianos) de la central han emitido un comunicado dirigido a la comunidad internacional: "Los ataques de artillería son cada vez más potentes y peligrosos, y la amenaza de destrucción de instalaciones críticas de seguridad nuclear es cada vez más real".

El presidente francés, Emmanuel Macron, que no hablaba con Putin desde mayo, le ha pedido que una misión de la Agencia Internacional de la Energía Atómica visite la planta. Más allá de esta visita, que Putin podría aceptar, las instalaciones continúan en peligro mientras las bombas caigan cerca. La planta continúa teniendo dos de sus seis reactores en funcionamiento y, además, Ucrania teme que Rusia la quiera desconectar de su red, privando así al país del suministro eléctrico que les garantizaba y convirtiendo la central misma en otra arma, en este caso económica, del conflicto bélico.

Llevar la guerra a la puerta de la planta nuclear más grande de Europa es una irresponsabilidad que Rusia no dudó en cometer cuando la conquistó. No nos engañemos: es un punto estratégico como los que busca en territorio enemigo cualquier país en guerra. Pero también deja claro hasta qué punto el Kremlin está dispuesto a arriesgarse –más bien, a arriesgar la salud de millones de ciudadanos de varios países, incluida Rusia– en esta guerra. Queda por comprobar también si Ucrania es capaz de jugar con fuego del mismo modo. Si los dos países tienen las mismas ganas de apostar, el peligro puede dejar de ser latente para volver a convertirse en tragedia.  

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