Emergencia social

"O comen o duermen bajo techo"

Las colas para recibir ayuda alimentaria y de material de higiene crecen 14 meses después del inicio de la pandemia

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Menjador social al convento Santa Anna

BarcelonaEn el 14º mes pandémico la emergencia social que deja el covid continúa llevando al límite a los servicios sociales municipales y a las entidades del tercer sector. Los retrasos en el cobro o no tener derecho a recibir las prestaciones prometidas –solo el 6% reciben el ingreso mínimo vital– o la cronificación del paro abocan cada día a miles de personas a recurrir a ayudas justo para salir adelante y sobrevivir en esta cuarta oleada en la que la emergencia social no da tregua ni ninguna pista de que se tenga que aplanar una curva en alza.

Cada mañana se forman colas para entrar en el Hospital de Campaña que la iglesia Santa Anna ha abierto en el corazón de Ciutat Vella. En turnos de 30 para garantizar las distancias y medidas de seguridad, desayunan en mesas instaladas alrededor del claustro de piedra. La primera comida caliente, y quizás la única, para las 120 personas a las que la entidad atiende en este servicio: casi 3.000 cada mes. Muchos sobreviven al raso pero la mayoría, a pesar de que tienen un techo para guarecerse, viven en lo que técnicamente se califica de infraviviendas, y o bien comparten espacio con gente que no pertenece a su núcleo familiar o están de realquilados en una habitación sin un espacio para poder cocinar. “O comen o duermen bajo techo”, resume la monja Viqui Molins para explicar la disyuntiva en la que se encuentran muchos de los usuarios del centro a la hora de priorizar en qué gastan los pocos ingresos económicos de los que disponen. A la hora de comer las colas son más cortas pero se llegan a repartir más de 2.500 raciones que a menudo se consumen fuera del recinto religioso. "La gente se lo guarda para la noche", dice la religiosa.

El esfuerzo familiar se dedica a pagar el alquiler de la habitación o del piso para no quedarse a la intemperie, a menudo con niños pequeños a cargo. En la asociación De Veí a Veí del Poble-sec están en plena mudanza de local y tienen que compaginar el trasladado del material y la comida de la despensa con la atención personal. Como tantas otras entidades, la pandemia les ha hecho multiplicar el número de usuarios e identificar cómo la pobreza está mudando de cara. “Hay una pobreza silenciada de personas autóctonas que solo piden ayuda cuando lo han quemado todo”, afirma el director Rafael Martínez, que constata, por un lado, una “vergüenza” del colectivo a ser identificados como pobres y contrariamente, por el otro, “a no estar tan necesitados” para recibir ayuda social.

El peso de los alquileres

La entidad ha pasado de preparar cestos de alimentos básicos para atender a 125 personas al mes a dar para 500 personas en el último año, es decir, que ha cuadruplicado el número de usuarios debido a la pandemia. Martínez detalla que se atiende a entre 80 y 150 sintecho, en función de si encuentran ayudas en otros servicios o, por ejemplo, se instalan en Montjuïc. La mayoría, sin embargo, son familias, ya sean autóctonas, extranjeras con situación regularizada y sinpapeles. Los dos últimos grupos son los más vulnerables, precisamente, porque no disponen de ayuda ni de familiares ni amigos que les puedan echar una mano. El responsable de la entidad afirma que les llegan al centro familias que tienen ingresos por encima del máximo requerido para cobrar prestaciones oficiales pero que los 800 o mil euros se los lleva pagar el piso porque, insiste, “no es lo mismo un pobre en Poble-sec o Sants con alquileres de más de 600 euros que en Ciutat Meridiana”.

Pero la emergencia social no es solo la de la comida. Hay otro recurso que ha visto cómo en el último año ha tenido que aumentar en un 35% las donaciones de material de primera necesidad. Desde un local de 1.400 metros cuadrados de Cornellà, el Banco de Productos no Alimentarios, que funciona como los conocidos bancos de alimentos, reparte jabón, detergentes, compresas, pañales o menaje para el hogar entre 300 entidades y asociaciones del tercer sector, explica su presidenta, Emília Català. No hay distribución directa pero la responsable indica que en 2020 se beneficiaron unas 30.000 familias, que con este servicio "ganan autoestima", ilustra Català, por la necesidad de ir "limpio y aseado a la escuela o a buscar trabajo".

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