Emergencia social

"Soy pobre pero me gusta ir limpio y peinado"

Una ONG de peluqueros ofrece sus servicios gratis a personas sintecho para "dignificarlas"

Saúl Sancho retocando uno de los clientes que pasan por el Hospital de campaña de Santa Anna, al Arrabal de Barcelona.

Barcelona“¿Pago con las gracias?”, ríe Hassan Es-Sadi cuando llega al hospital de campaña Santa Anna de Barcelona y se encuentra, ahí mismo, a media docena de peluqueros dispuestos a cortar el pelo graits antes de la comida nocturna. Cortar y cenar. Son miembros de Tijeras Solidarias, una organización sin ánimo de lucro impulsada por el badalonés Saúl Sancho en 2016, cuando con poco más que unas tijeras y una máquina de cortar el pelo se plantó en la isla de Lesbos, apelado por otro badalonés ilustre, Òscar Camps, patrón de Open Arms y cliente de su barbería, para devolver “la dignidad” a aquellas personas que habían pasado tantas penurias.

Dicho y hecho, Sancho se plantó ahí sin saber muy bien qué se encontraría y volvió en 15 ocasiones, cada vez que podía dejar su negocio unos días, ya en compañía de otros barberos. “Trabajábamos en los campos, asentamientos, el puerto del Pireo, donde podíamos, cogiendo sillas viejas de debajo del puente”, rememora ahora, animado, al ampliar el proyecto en casa. De momento, la entidad va, además de la iglesia del Raval –que combina el uso religioso con la atención a personas sinhogar–, a los locales de Barcelona Actua y el convento de Santa Clara de Manresa, a petición de la popular sor Lucía Caram. El servicio de peluquería a los refugiados quedó tocado por los ataques de la extrema derecha griega y ya la pandemia acabó de rematarlo. Hasta que, hace un par de meses, Sancho volvió a poner en marcha la maquinaria con la ayuda de una decena de voluntariosos peluqueras y barberos. “Nosotros ayudamos pero también recibimos mucho de la gente que viene a cortarse el pelo. A mí me ha hecho cambiar”, dice Tere Salvador dando voz al sentimiento de sus compañeros.

Un salón en el claustro

El salón de peluquería en Santa Anna no tiene, seguramente, comparación en su escenografía monumental e histórica. Antes de la pandemia, los servicios se hacían en una de las capillas, donde se instalan las consultas médicas, pero las restricciones aconsejan ahora trasladarlos al imponente claustro, una estructura de piedra que rodea el jardín del recinto del siglo XIII.

No se sienten intimidados los que van entrando buscando una de las comidas calientes que se sirven para personas sintecho o que viven en pisos compartidos, albergues o pensiones sin derecho a cocina. La mayoría este sábado son jóvenes magrebís que se extrañan y agradecen la iniciativa. Tanto que, de las pocas palabras que conocen en castellano, repiten en cada momento “Gracias”. Un gracias al empezar y otro al ver el resultado final de su nueva imagen en la fotografía del móvil que hace las funciones de espejo. “Muchas gracias, mi madre se hará contenta cuando esta noche hable con ella y le diga que me han cortado el pelo”, explica entusiasmado Muner el-Kramliki, de 20 años y que hacía meses que no pasaba por el barbero. Uno a uno piden casi el mismo corte de pelo: rapado por la parte de debajo y por la de arriba más largo. 

No es la primera vez que Mohamed Es-Sad pasa por esta peculiar barbería. Explica que aquí se ahorra los cinco euros que le cobraba su barbero del Raval, un dinero que le cuesta ganar “en la chatarra” y que ahora puede dedicar a la comida o al móvil. A Ahmad Chakkour el viaje desde la Florida hasta l'Hospitalet también le ha valido la pena. Sonriente y agradecido, intenta explicar cómo se siente después de que una de las peluqueras le haya cortado el pelo y repasado la barba: “Me encuentro muy bien, yo vivo muy pobre pero también me gusta ir limpio y peinado”. Para Vanessa García, muchos años viviendo por las calles de la Catedral, el de hoy –avisa– no es un gran día porque todavía tiene el miedo en el cuerpo por una agresión que sufrió la noche anterior. Ella es una de las habituales de la peluquería solidaria para que le recorten las puntas. “Siempre me había hecho yo el pelo, pero claro, aquí siempre es mejor”, admite.

Una necesidad

Sentirse bien con la imagen personal, ir limpio y peinado no es ningún "lujo", insisten los voluntarios de Tijeras Solidarias, y Sancho subraya cómo los usuarios a menudo "alucinan" no solo por el servicio de peluquería sino también porque valoran la dedicación y atención de los profesionales. De la importancia de mantener una buena higiene surgió en 1998 la Associació Cívica La Nau, un banco de productos de higiene personal, limpieza y complementos de casa, ropa o incluso colonias, conscientes de que había otras entidades que cubrían la comida pero no otras necesidades tan básicas como la higiene. En pandemia también ha crecido el número de beneficiarios y ahora es de unas 46.000 personas que a menudo tienen que elegir entre "comida o jabón", explica la presidenta de la entidad, Emília Català, que subraya que una criatura que va con manchas o el pelo sucio puede ser una víctima propicia para sufrir acoso y mofa de sus compañeros o cómo una buena imagen puede ayudar a encontrar un trabajo.

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