Primera redada tras el anuncio del asedio al jabalí: "Son bestias, pero no son tontos"
El ARA acompaña a un grupo de cazadores en Berga, que avisa de la dificultad de reducir a la mitad el número de cerdos como quiere el Gobierno
BergaNo son ni las ocho de la mañana y ya están todos. Han desayunado, pero hacen un café para calentarse y terminar de organizarse. Los más jóvenes están con los perreros ideando la estrategia de la redada. Dentro de su local, un espacio de pocos metros cuadrados y que tiene las paredes rellenas de cabezas de jabalíes y corzos, están los más grandes frente a la chimenea. Ellos también participan en la cacería que organiza la Aleación del Jabalí El Pi de Berga, pero son veteranos y se lo miran con distancia.
Con el móvil se enseñan fotografías de jabalíes abatidos en otras cacerías, pero Manel –a la pandilla le conocen como el abuelo Manel– da aún un paso más: enseña orgulloso desde su smartphone un vídeo hecho con IA en el que sale él en el comedor de casa saltando entre jabalíes. Se lo miran Pepe y Agapito, también veteranos, que explican que el día que cazaron más cerdos con la pandilla abatieron hasta 70 ejemplares en una redada. Mientras ellos la charlan, fuera el escenario es totalmente diferente.
Una veintena de personas –casi todos hombres de entre 50 y 60 años–, vestidas con diferentes modelos de chaquetas, chalecos y polares de color naranja llamativo, se escuchan a Paco, el jefe del grupo desde hace más de 30 años. Como responsable tiene los cursos obligatorios de seguridad –para saber posicionar a la gente durante la redada– y de carne de caza –para comprobar que el animal abatido está en buen estado; en caso contrario, deben llamar a los Agentes Rurales–. También es él quien se encarga de comunicarse con la empresa que recogerá los jabalíes que cacen, ya que está prohibido transportar a los animales muertos más allá del punto de encuentro. Debe utilizar una aplicación en la que introducirá el número de capturas. Será la empresa quien le dirá cuándo pasará a recoger los jabalíes para transportarlos hasta Solsona.
"Hoy cubriremos una zona de 100 hectáreas. La redada se hará al norte, en la zona entre el río y Berga, y tendremos 25 puestos", detalla Paco, que lleva una gorra naranja que tiene un jabalí bordado y el nombre de la pandilla. Los puestos o paradas son los puntos donde individualmente se ubica cada cazador para rodear la zona de caza e intentar abatir a los animales cuando intentan salir del perímetro marcado, en este caso, por el Paco. Uno de ellos lo ocupará Ariadna, la única mujer que hoy participa en la redada. Tiene 20 años y hace sólo uno que se estrenó en el mundo de la caza. Entró porque su novio, Marc, es perrero y desde los 15 años participa en las redadas. "Los primeros golpes vine sólo a ayudar, pero ahora ya me he quitado la licencia, tengo mi rifle y venimos a cazar siempre que el trabajo nos lo permite, sobre todo los miércoles y los viernes", explica la joven con entusiasmo. Ella, Ginna y Vanesa son las únicas mujeres del grupo.
Una vez organizados, todos los cazadores se marchan hacia sus puntos de posición y llega el turno de los perreros. Hoy vienen Marc y Cuerva, ambos con una decena de perros. "Me dicen que está delgado, pero está en forma. Come medio kilo de carne y corre 30 km al día... Es como si dijeran al Kilian Jornet que está delgado", se queja Cuerva a un compañero mientras pone un chaleco a uno de los animales. "No es por el frío, sino por los rasguños que un jabalí le puede hacer con los colmillos", aclara. También explica que a los grupos les falta relevo porque los jóvenes deben trabajar y no quieren dedicar el tiempo libre a la cinegética. "Yo, aunque a mi mujer no la convence, gasto todas mis vacaciones cazando, pero los jóvenes prefieren irse de viaje", dice.
Rastrear y "levantar"
La misión de Marc y Cuerva es hacer que los perros rastreen los jabalíes y "los levanten" –los asusten y los hagan huir– porque desde los puestos puedan abatirlos con rifles o escopetas cuando pasen corriendo por su zona. Para controlar la posición de los perros utilizan un GPS y un dispositivo similar al Strava, una de las aplicaciones para registrar un recorrido al salir a correr. De nuevo, es Paco quien acaba de decidir qué hace cada uno y dónde, ya que, por ejemplo, está prohibido cazar junto a carreteras o caminos rurales y el número de disparos por rifle que puede disparar cada cazador está limitado legalmente de forma estricta.
Después del ajetreo para organizarse, una vez en la montaña todo es silencio. El primer disparo no se oye hasta dos horas después y once minutos de haberse iniciado el encuentro. Ha ido precedido de cientos de ladridos de perros que alertaban de que habían encontrado un jabalí y de los gritos onomatopeicos del Cuerva. "Ea, ea ,ea", se le oye gritar para guiar a los perros.
La escena tiene lugar bastantes metros más allá de un cazador de 76 años que también forma parte del grupo. "Me llamo Max, como los malos de las películas", bromea. Es otro de los veteranos. Lleva más de una hora en el mismo lugar, de pie, casi inmóvil, mirando a ambos lados. Lleva el rifle colgado en la espalda, pero tiene las manos colocadas estratégicamente para ser rápido si se avecina un animal. Sólo cambia de posición para, de vez en cuando, mocarse con el pañuelo de ropa que lleva en su bolsillo.
Mientras espera paciente a que algún jabalí se le acerque, reconoce que ve inviable reducir la población de jabalíes a la mitad, tal y como anunció el miércoles el Gobierno. "Son palabras políticas, pero no hay capacidad para conseguirlo. Los jabalíes son bestias, pero no son tontos, no es tan fácil como coger a un perrito", advierte. De repente, la conversación se detiene. Se sienten correderas, perros olfateando y Cuerva gritando de nuevo. Max se pone el dedo índice en los labios para pedir silencio y señala más adelante. Un solo disparo resuena por todo el barranco y, de nuevo, silencio absoluto. Pocos segundos más tarde se oye un murmullo en la orejera que Max lleva conectada al walkie-talkie que todos los cazadores llevan por comunicarse. "Parece que le han cazado, dicen que ya llevamos dos", dice. También explica que le parecen pocos y que su récord fue en 1987, cuando en una sola temporada cazó a 25 él solo. El silencio vuelve y, a lo sumo, se oye un disparo cada veinte minutos o cada media hora.
Precintos de seguridad
Seis horas después de haber empezado el día en la sede del grupo, Paco comunica que dan por terminada la redada. La cara de los cazadores es una mezcla entre resignación e impotencia. Sólo han cazado dos, y ambos son crías. Deshacen el camino que han hecho para recoger a los dos animales y ponerlos en la camioneta de Paco, que les coloca el precinto de animales, una etiqueta homologada en la que escribe el nombre del grupo y el día en que se ha capturado el jabalí. "Es muy importante, piensa que te pueden multar por hacer un mal uso del precinto", alerta el jefe de grupo. También explica que ahora les pagan 18 euros por pieza y que cada año se gastan unos 6.000 en veterinarios.
El resultado de la redada hace que Paco afiance su convencimiento de que el objetivo de reducir a la mitad el número de jabalíes en Catalunya es "imposible". "Habría que salir a cazar cada día con grupos de 30 o 40 personas. Si no promocionan gente joven será inviable, pero por eso deberíamos tener mejor imagen", reconoce.