“No quedan entradas ni para hoy, ni para mañana, ni para el sábado”

Los locales de ocio nocturno reabren llenos del todo, después de semanas cerrados por la sexta ola

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Jóvenes se divierten a Sala Apolo esta madrugada.

BarcelonaEs un hombre grandote y lleva un llamativo chaleco de color rojo con unas letras grandes en la espalda que dicen: “Staff. Can I help you? Let me know”. Así, escrito en inglés, como si estuviéramos en Londres, aunque estamos en la calle Nou de la Rambla de Barcelona. La traducción al castellano sería, para que lo entendamos todos: “Personal. ¿Te puedo ayudar? Házmelo saber”. El lema suena bien, pero, por más que diga el chaleco, el hombre no puede hacer nada por un grupo de jóvenes que pretenden pasar una noche de diversión en la Sala Apolo y no han comprado entradas. "No quedan entradas ni para hoy, ni para mañana, ni para el sábado", dice el hombre, moviendo la cabeza de un lado a otro, mientras intenta apartarlos porque están en el medio e interrumpen el paso.

Son poco más de las doce de la noche y hace escasos minutos que la Sala Apolo ha reabierto las puertas, como otros muchos locales de ocio nocturno de Barcelona, después de semanas cerrada por una ola más de la pandemia. En teoría, todos estos locales vuelven a una cierta normalidad: pueden abrir desde este viernes sin limitaciones de horario ni de aforo. Tampoco pedirán el famoso certificado covid, del que parecía que dependían nuestras vidas hasta no hace mucha y ahora sirve para poco si uno no viaja.

Jóvenes esperando para entrar en la Sala Apolo, que ha reabierto esta madrugada.

Pasada la medianoche ya hay gente delante del Apolo. No mucha, pero el flujo de jóvenes que van entrando no se para. Ante el local se han colocado vallas para hacer una especie de pasillos para ordenar la fila, pero de momento es tan corta que los pasillos están vacíos. "Dentro los combinados son muy caros, valen diez euros", justifican unos estudiantes de arquitectura que están delante del local bebiendo de una especie de vasos que se han fabricado ellos mismos cortando por la mitad botellas de plástico de agua de litro y medio. Según dicen, ellos sí tienen entrada. “La compré el 3 de febrero, cuando salieron a la venta”, dice Joana. Tiene 18 años y dificultades para hablar, como si la lengua le pesara; es evidente que ya se ha bebido todos los combinados. “Yo la he comprado hoy en la reventa”, comenta su amiga, Asua, también muy jovencita, de 18 años.

“Mascarilla y entrada”, repite insistentemente el hombre del chaleco rojo a los jóvenes que se disponen a acceder al local para que tengan el móvil preparado para enseñar la entrada y se tapen la nariz y la boca. Adentro, todo es oscuridad y luces de color azul, rojo y lila que se mueven al ritmo de la música. Hay una gran pista de baile en la planta baja, donde suena reggaeton y música chumba-chumba, difícil de identificar para los profanos en discotecas pero que parece que los jóvenes conocen muy bien, porque no dejan de bailar entregados, moviendo las caderas. A las once y media la pista ya está casi llena.

Una de las pistas de baile de la Sala Apolo completamente llena cuando pasaban pocos minutos de la una de la madrugada.

En la primera planta hay otra pista de baile, pero hay poca gente. Suena Michael Jackson, y después la famosa canción Celebration, de Kool & The Gang. Está claro que los clásicos no gustan a los jóvenes. Tanto en la pista de baile de la planta baja como en la de la primera, como en los lavabos o en la zona de fumadores –sí, porque hay un área sin techo donde se puede fumar–, nadie lleva mascarilla.

“Nadie lleva mascarilla ni en esta discoteca ni en ninguna de Catalunya”, asegura un joven que charla con unas amigas en la zona para fumar. Se llama Quim Pumareta, tiene 18 años, es estudiante de biología y dice que ya no podía más: necesitaba que abrieran las discotecas. “Me paso el día estudiando. Necesitamos salir, si no nos estallará la cabeza”, afirma. “El contagio colectivo es lo mejor que nos podría pasar para poner fin a la pandemia”, apunta una amiga, Clàudia Gómez, de 19 años y estudiante de filología catalana.

Más allá, también en la zona de fumadores, dos jóvenes más agotan un pitillo sentados en un estante. Se llaman Quim Garcia y Marcel Garcia Casado, y tienen 19 y 18 años. El uno estudia psicología y el otro en el Centro de Nuevas Oportunidades. Dicen que vienen desde Manresa, porque ahí las discotecas no abrían hasta el viernes por la noche y ellos no podían aguantar un día más. Tienen previsto quedarse hasta las cuatro y media de la madrugada. Después cogerán un tren para volver a Manresa y “no llegar muy tarde”.

Pasada la una de la madrugada, la discoteca ya es un hervidero de gente. Afuera también hay una multitud de jóvenes que esperan para entrar. La primera noche de reapertura es un éxito total.

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