"Me despacharon cuando supieron que tengo depresión"
Nueve de cada 10 trabajadores con un trastorno mental lo esconden en su empresa para evitar discriminaciones y estigma
BarcelonaCuando hace un año Marta Margarit explicó en el trabajo que se estaba recuperando de una fuerte depresión que le había hecho ingresar, poco podía imaginar que tres semanas después la echarían. Dice que no hubo ningún preaviso, ni ningún conflicto ni problema anterior. Sólo uno no eres tú, somos nosotros, porque "no se veían capaces de gestionar la situación", no porque dudaran de su valía. Actriz y productora teatral, Margarit estaba ensayando una obra que ella ya había interpretado, y se había tomado el contrato “como un aliciente” para acabar de limpiar, rememora ahora, convertida en una activista de Obertament, una entidad que lucha contra los estigmas que arrastran a las personas que conviven con algún problema de salud mental. Uno de los ámbitos en los que los trastornos todavía no han salido del armario es el laboral. De hecho, el paso que dio Margarit de exponer sus antecedentes es minoritario, ya que el 90% lo ocultan, según los datos del primer informe sobre el estigma en las empresas catalanas que ha publicado Obertament.
La actriz admite que entiende que no se informe a la empresa "por el miedo" a ser señalados o, como le ocurrió a ella, a un despido sin ningún otro motivo. En su caso, aunque está convencida de que habría ganado si hubiera denunciado, no lo hizo porque no se sentía con fuerzas suficientes, y ve en aquella decisión mucho de "paternalismo" hacia el colectivo.” "Seguramente lo hicieron pensando en mí porque creían que me estaban ayudando, sin preguntar -me cómo me sentía”, lamenta, y pone en contraposición su caso con el de una compañera que tuvo problemas físicos y, en cambio, sí le dieron facilidades para adaptarse. , ilustra Margarit. La encuesta que Obertament ha realizado entre 103 directivos y 623 trabajadores que conviven con trastornos revela que la salud mental todavía es un tabú.
Vacíos del currículum
Lo ha comprobado varias veces el activista Carlos Albert, cuando en entrevistas de trabajo se le ha interrogado por los vacíos de su currículum y, pese a que se habían mostrado interesados, se quedó fuera de la elección sólo por “la sola sospecha” un diagnóstico de salud mental. "No lo sé, quizá temen que hagamos más bajas laborales que el resto o que tengamos algún brote en el trabajo", apunta. En el informe no se les pregunta, pero otros factores para descartar o tener recelos ante un trabajador con trastornos es porque se les asocia a conflictividad y poca productividad.
Lo cierto es que a raíz de la pandemia el estado emocional y mental de la población se ha deteriorado, y según la encuesta el 40% de los trabajadores califican de malo o regular su estado actual de salud mental. Esto tiene una traducción en las bajas laborales por salud mental, que se han doblado desde 2016, especialmente entre los jóvenes, según datos de la Seguridad Social publicados por Eldiario.es. De cara a la empresa, sin embargo, la mitad de los afectados dicen haber alegado una causa diferente para evitarse problemas.
A la ocultación se añade, además, el sobreesfuerzo por mantenerse activo a pesar de sentirse mal. Margarit sigue este patrón y afirma que en un año solo ha faltado en un par de ocasiones porque siente el escenario como un espacio en el que nota un “clic” que le estimula y la hace sentir bien, incluso en los momentos en el que la depresión la muerde. "Te puedes encontrar mal como quien tiene una gripe", dice la actriz, que actualmente vuelve a trabajar con quienes la despidieron. “Tengo una charla pendiente porque quiero explicarles cómo me sentí y por qué no lo hicieron bien”, expone, y pide más personajes de ficción con afectación mental, aunque para "normalizarlo" dice que el diagnóstico no debería ser el único que lo definiera.
A menudo, el diagnóstico cambia la imagen que tiene la empresa de su trabajador. Incluso aunque tenga un cargo de responsabilidad y lleve años en la plantilla. Ese fue el caso de Albert Piquer, activista en Obertament y presidente de la Federació Veus, que después de 12 años en una compañía de tecnología le echaron cuando conocieron sus problemas. De repente, explica, le engancharon “la etiqueta de incapacidad crónica” para justificar la sobrevenida “desconfianza” en su capacidad y competencia, cuando nunca había tenido problemas. "Quizás en un momento necesitas más cuidados, un cambio de ritmo, pero no siempre es así", se queja, y reivindica poder "normalizar el malestar, el sufrimiento" en un trabajo para que no se vea como un "signo de vulnerabilidad" sino , por el contrario, que sea visto como un gesto positivo en un ambiente laboral sano y seguro.
En un mundo “capitalista, competitivo e individualista”, reflexiona, los empresarios deben saber tener en cuenta que “el bienestar emocional y la salud mental” es un win-win, porque "se reducirá el absentismo y mejorará la productividad" y los trabajadores ganarán calidad de vida. Ahora bien, primero es necesario que exista un autoexamen, advierte, porque admite que él se hizo suyo el estigma de los demás, lo que hizo que su recuperación se retrasase.