La muerte que se hizo esperar

Antonia pidió la eutanasia a principios de septiembre pero no pudo morir hasta dos meses después por el precario funcionamiento de la ley

Mar Bermúdez
4 min
La eutanasia está legalizada desde el verano y al menos 24 personas lo han recibido en Cataluña

BarcelonaMorir ya es un derecho y Antonia lo ejerció el día 25 de noviembre. Es una de las más de 24 personas de Catalunya que han solicitado la prestación de ayuda a la muerte, regulada por la ley en vigor en España desde finales de junio. Tenía 63 años y hacía 33 que vivía con esclerosis múltiple, casi media vida con una enfermedad degenerativa. En los últimos años, la escasa movilidad que le quedaba la había hecho ser completamente dependiente y sufría dolores insoportables. Tenía claro desde hacía años que cuando llegara a este punto de la enfermedad sería el momento de decir adiós.

La suya es una historia de superación y valentía, pero pedir ayuda para morir no fue un camino plácido. A pesar de tener las ideas muy claras, y apresurarse a pedir ejercer su nuevo derecho enseguida que pudo, el proceso fue largo y farragoso y, más allá de los trámites, los plazos se volvieron una agonía para ella y su familia.

Antonia levantó el teléfono para pedir iniciar la petición los primeros días de septiembre. Desde el Centro de Esclerosi Múltiple de Catalunya de la Vall d'Hebron, la citaron para el día 14 para hacer una visita de confirmación con su psicóloga (un paso que, de entrada, ya no prevé la ley) y después iniciar el procedimiento con la doctora. Desde el principio, la falta de protocolos se hizo evidente, y los plazos empezaron a alargarse. La solicitud formal con la doctora no llegó hasta el 28 de septiembre.

JYa con la doctora delante, Antonia y su familia constataron la falta de dominio sobre el proceso y la documentación que le pidió que rellenara y firmara. Ella, sin movilidad, quedó perpleja, y fue la familia quien acabó rellenando los formularios. Pero, ¿y la firma? De nuevo, la familia aportó la solución: la ley, que llevaban muy aprendida, permitía grabar un vídeo donde Antonia explicaba su situación y confirmaba la petición. ¿Y si hubiera estado sola? ¿Y si no hubiera nadie para ayudarla?

La segunda solicitud tardó 15 días más y todavía quedaba la consulta con un médico externo, del Hospital de Bellvitge, no implicado en el caso. Pasado un mes y medio desde la primera llamada, Antonia empezaba a angustiarse y el constante sentimiento de despido se hacía cada vez más complicado de gestionar. Las navidades se acercaban y no quería dejar una marca tan dolorosa a su familia en unos días tan especiales.

Superada la visita del médico externo, el papeleo quedó en orden y el caso pasó a la Comisión de Garantías y Evaluación, que da el veredicto final. Dos largas semanas más tarde llegó la aprobación definitiva.

El ‘no’ del cura

A lo largo de todos los trámites una duda flotava constante entre los familiares de Antonia: ¿podrían estar con ella hasta el final? Decidió morir en el hospital, para facilitar el proceso y para evitar que el último recuerdo en su casa con los suyos fuera la muerte. De entrada, se dijo a los familiares (hermanas, sobrinas y nietos) que sí, que podrían estar con ella cuando muriera. Pero los protocolos covid y la carencia de protocolos propios para la muerte digna hicieron tambalear toda la despedida reduciéndola solo al marido y las hijas. Finalmente, la familia consiguió que más familiares pudieran decir el último adiós a Antonia entrando de dos en dos a la habitación.

El 25 de noviembre todo estaba preparado y el personal médico del Vall d'Hebron los acogió con una actitud ejemplar. La familia, que ha atravesado momentos muy complicados, agradece la predisposición de la psicóloga del hospital a hablar con ellos, puesto que la ley no prevé ayuda psicológica ni para el paciente ni para su entorno. La salud mental parece la grande olvidada en la eutanasia.

Pero Antonia tuvo que entomar todavía un último trago amargo cuando pidió que la visitara el cura del hospital. Ella, creyente, quería recibir la palabra de Dios antes de irse, pero el cura de guardia del centro se negó a ello porque lo que iba a hacer contradecía la moral cristiana y no podía bendecirlo. Si iba a ver a Antonia, solo podía ser para intentar convencerla de que no muriera. Ante la negativa, Antonia se tuvo que conformar con rezar un padrenuestro con su familia.

El adiós final

Rodeada de quien más quería, con todos los asuntos ligados y el miedo que confesaba por si algo salía mal, empezó la despedida, que fue plácida y sin ningún contratiempo. Había accedido a dar los órganos y así, aquel mismo día, tres personas recibirían una segunda oportunidad. Quiso morir dando vida.

A ritmo de Sellado con un beso y otras de sus canciones preferidas elegidas para la ocasión, Antonia se despidió con todo dicho y organizado para los que tendrán que salir adelante sin ella y que ahora afrontan un luto poco convencional y sin referentes. Descansa en paz, tía.

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