"Los trabajadores salieron a nado de la peluquería"
Los coches apilados y los muebles que se acumulan en las calles de Paiporta recuerdan la pesadilla de los vecinos afectados por la gota fría
PaiportaPaiporta es uno de los municipios valencianos que más cara pagarán la factura de la DANA. Hay decenas de muertos y desaparecidos y todavía quedan muchos aparcamientos subterráneos por revisar. Las calles están llenas de barro que, en algunos lugares, todavía llega hasta las rodillas. Los voluntarios y vecinos se mueven con cautela. Un palo de madera que sobresale del barro significa que hay una cloaca abierta. Y lo que no falta en ninguna calle son los muebles hacinados. Ahora que las grúas ya se han llevado una parte importante de los coches que bloqueaban las calles principales, los propietarios de los negocios y de las viviendas que hay en los bajos de los edificios han empezado a despejar todo lo que el agua estropeó. Es decir, todo lo que tenían.
“A lanzar cosas ya volver a empezar... En quince días si Dios quiere”, dice confiado José Arenas, que ha perdido tres peluquerías en la calle Primero de Mayo de Paiporta. Ha empezado por vaciar la que está en mejor estado, dice, sin embargo, apenas ha salvado ni las paredes. “Los Bomberos me dijeron que tengo que sacar todo el yeso porque está empapado y podría pudrir las paredes y dañar la estructura del edificio”, dice rasqueta en mano. Solo ha salvado una estantería. Él es uno de los muchos afectados que pueden contar la tragedia en primera persona. “El agua entró por oleadas. Después de la primera, que lo inundó todo, intentábamos sacar el agua con escobas y unas maderas que teníamos. Aún pensábamos que podríamos hacer algo... Y entonces se escuchó el grito de una vecina: «Que viene el aguaaaa». Y una segunda ola abrió la puerta de repente y el agua entró con violencia. Con esta segunda ola los trabajadores salieron a nado de la peluquería. Era una película”.
Mientras recuerda aquella pesadilla, llegan seis chicos con escobas y cubos en la peluquería. "Ostras, como te ha quedado esto, José", le dice el primero. Es un vecino del pueblo que viene con unos amigos a echar una mano. Y José le enseña la estantería salvada, como si fuera un trofeo.
Hace días que los voluntarios, sean del mismo pueblo, de Valencia capital o de cualquier otra población, se centran sobre todo en sacar el barro y los muebles dañados de las plantas bajas. Las grúas, que deben trabajar con cuidado porque las calles están llenas de gente, recogen las pilas de maderas y desperdicios y las cargan en camiones que las llevan al vertedero que se ha improvisado junto al campo de fútbol. Es una zona bastante alejada del centro del pueblo, pero no tanto para que el traslado de todos los escombros se haga aún más lento. "Ya tenemos grúas que llevan los coches de dos en dos", dice satisfecho un policía que intenta poner orden al tráfico de camiones y grúas que vienen para verter los escombros. En un lado hay cientos de coches y en el otro están los muebles, que cada día ocupan más espacio. Y lo mismo ocurre en otras poblaciones, como Catarroja, que ha convertido el campo de fútbol en un vertedero.
“El coche se movía solo”
Uno de los coches que irán a parar a uno de estos vertederos es el Citroën de José Luís Olmedilla, también vecino de Paiporta. El martes de la semana pasada salía de trabajar del polígono de Ribarroja cuando vio que empezaba a haber mucha agua. Subió enseguida al coche para irse, pero había retenciones. “De repente noté que el coche se movía solo, empezó a entrar un poco de agua y al cabo de un momento me llegaba a las rodillas”, recuerda. Intentó escapar, pero no podía abrir la puerta. La corriente desplazó su vehículo hasta empotrarle contra dos camiones que estaban estacionados, que le protegieron un poco de la fuerza del agua.
“No sé de dónde saqué la fuerza, pero abrí un poco la puerta y salí, pero se me llevó la corriente. Me cogí a una barandilla con todas las fuerzas hasta que unos trabajadores de esa fábrica abrieron la puerta y me hicieron entrar”, dice Olmedilla. Dentro había tres o cuatro trabajadores de esa empresa y un par más de otros lugares a los que habían ido rescatando. “Pasamos la noche allí. Sólo tenía una chaqueta para taparme. No sé cómo no me murí de frío”.
Una semana después, Olmedilla ha vuelto al lugar de los hechos para revisar cómo está su Citroën. “Eso es lo que ha quedado de mi coche”, dice mostrando dos bolsas de basura medio vacías que lleva en sus manos. Después las deja en el suelo con cuidado, se pone una mano en el bolsillo y saca una foto de su limpia. "Bueno, y eso también –dice contento–. Somos gente trabajadora, nos cuesta mucho salir adelante, pero cuando ocurre algo así te das cuenta de que, al final, un coche es solo un coche".