Poco se imaginaba Le Corbusier que el regalo de aniversario que hizo a su mujer Yvonne en 1952 se acabaría convirtiendo en un centro de peregrinación para los amantes de la arquitectura mínima. Nos referimos a Le Cabanon, una sencilla cabaña de madera situada en un acantilado con vistas al mar en Roquebrune-Cap-Martin, al sur de Francia. “Para mi uso personal tengo un castillo en la Costa Azul que mide 3,66 x 3,66 metros. Lo hice para mi mujer, era espléndido y por dentro era extravagantemente bonito y confortable”, dijo años más tarde Le Corbusier en una entrevista, según explica el arquitecto suizo Urs Peter Flueckiger en el libro ¿Cuánta casa necesitamos? (Editorial GG, 2019). A pesar de que no es posible pernoctar en Le Cabanon, cuando se visita sí que se puede percibir el estilo de vida del que disfrutaba el arquitecto durante sus vacaciones de verano. Este espíritu de libertad y de (re)conexión con la naturaleza es el que propone CABN, una iniciativa australiana que ofrece alojamiento en solitarias cabañas de ecodiseño situadas en parajes de ensueño y con detox tecnológico incluido... y obligatorio.
Casitas sobre ruedas e iglús de madera
La fascinación por la arquitectura mínima impulsa viviendas de pequeño formato que tienen su razón de ser en la sostenibilidad, el ecodiseño y la reconexión con la naturaleza
BarcelonaEn la orilla norte del lago Walden, situado cerca de Concord, un pueblecito de Massachusetts, está la réplica de la cabaña de madera que el escritor y pensador Henry David Thoreau construyó con sus propias manos. Vivió allí dos años, dos meses y dos días entre 1845 y 1847. De este roce muy cerca con la naturaleza en estado salvaje surgieron los fundamentos de Walden o la vida en los bosques (1954), unas memorias donde Thoreau disecciona aquella experiencia vital al ritmo de las cuatro estaciones y que todavía hoy inspira a arquitectos, diseñadores y urbanistas. En estas páginas, también dejó escrita una frase visionaria. ¿O tendríamos que decir lapidaria?: “Para qué sirve una casa si no tienes un planeta tolerable donde colocarla”. En el siglo XIX, Thoreau ya era testigo de cómo –en nombre del progreso– el mundo se estaba transformando y esto implicaba desvincularse cada vez más de la naturaleza, un proceso que con el avance tecnológico se ha precipitado.
Paradójicamente, en pleno siglo XXI el discurso de Thoreau –quizás uno de los primeros activistas medioambientales– sigue muy vivo. Cada vez hay más personas que sienten la necesidad de reconectar con la naturaleza y con su yo interior. A todas les angustia la misma pregunta: ¿Qué podemos hacer para relacionarnos mejor con nuestro entorno y con nosotros mismos? Gran parte de la respuesta se podría encontrar en el Tiny House Movement, un fenómeno social y arquitectónico que aboga por volver a un estilo de vida más sencillo que implica reducir la medida de los espacios que habitamos y aprender a subsistir con menos cosas materiales. En paralelo a esta necesidad, han surgido empresas que materializan estos deseos vitales y residenciales, y lo hacen en base de sostenibilidad y ecodiseño. ¡Bienvenidos al mundo de las casas pequeñas! Exactamente al de aquellas que no superan los 37 metros cuadrados según el Código Residencial Internacional sobre tiny houses aprobado en 2018. La cabaña de Thoreau, por cierto, lo cumplía con creces: solo tenía 13,9 metros cuadrados.
Arquitectura sobre ruedas
Las pequeñas edificaciones móviles pueden tener cabida en medio de un frondoso bosque alemán o en una isla ante la costa escocesa. La libertad no tiene una dirección fija, por eso hay empresas especializadas en construir casas pequeñas y de espíritu nómada. Hoy arraigan aquí y mañana arraigan allá. Una de las pioneras en diseñar, construir y entregar en cualquier destino estas casas sobre cuatro ruedas es la empresa holandesa Liberté. En sus manos, el concepto caravana queda corto, porque sus propuestas son casas de diseño en miniatura donde la madera y el vidrio son los grandes protagonistas. ¿Quién no viviría en una casita como la llamada Makatita?
La prueba del auge de las casas pequeñas es que, en solo cinco años, Liberté ha pasado de dos trabajadores –los fundadores– a un equipo de trece miembros. Incluso tienen clientes –como la fotógrafa Anneke Peeters– que a través de sus redes sociales explican en primera persona cómo se vive en estas casas tan pequeñas, tan peculiares y tan personales. La suya la bautizó con el nombre de Tiny House Fraser, la comparte con su hija adolescente, está anclada en medio de un bosque (a pesar de no llevar ruedas incorporadas, es transportable) y, además, tiene su propia cuenta de Instagram. Más allá de Liberté, también hay varias empresas europeas –entre ellas, las francesas Quadrapol y Baluchon– que han hecho de las tiny houses sobre ruedas su piedra angular.
La evolución de las casas iglú
En el distrito milanés de Maggiolina hay una calle que se conoce popularmente como la de los gnomos. No es un nombre al azar: en 1946 el ingeniero Mario Cavallè construyó un par de viviendas que por su forma recordaban a dos setas. No muy lejos, también edificó una docena de casas iglú de hormigón, inspiradas en la arquitectura de planta circular que en aquel momento triunfaba en Estados Unidos y que, de rebote, se reflejaba en las viviendas de los inuits del norte de Alaska. De aquel excéntrico experimento residencial de Cavallè –que en un principio tenía que acoger a refugiados de la Segunda Guerra Mundial– solo quedan de pie seis casas iglú, que con el paso de los años han sufrido transformaciones más o menos afortunadas y que han sido absorbidas dentro del entramado urbano de Milán.
¿Pero es posible vivir en un iglú en un entorno más amable que el del Ártico? La clave de bóveda la tiene Iglucraft, una empresa de Estonia que se ha especializado en iglús de madera –estos van sin ruedas– construidos de manera artesanal, ecológica y sostenible siguiendo técnicas tradicionales. Su diseño más pequeño ocupa 8,9 metros cuadrados de planta, pero esta puede aumentar en función del uso que se quiera dar a la cabaña: puede ser una sauna exterior (un clásico en los países nórdicos), una habitación extra para invitados instalada en el jardín de la vivienda habitual, un espacio de trabajo aislado o bien una caseta de vacaciones situada en un paraje natural siempre que la legislación lo permita. Con los mismos parámetros minimalistas trabaja Xilacurve, una empresa almeriense que también fabrica casas iglú de madera por encargo, las personaliza a gusto del cliente y, además, ha encontrado un nicho de mercado con los planetarios en pequeño formato. Y es que, como escribió Thoreau, todo se podría resumir en tres palabras: “¡Sencillez, sencillez, sencillez!”