La inflamación, la epidemia silenciosa que acelera el cáncer o el alzhéimer
El estilo de vida occidental secuestra una respuesta natural del organismo para defenderse de las amenazas y lo convierte en un problema de salud
La inflamación está de moda. O más que la inflamación, la antiinflamación. Las redes van llenas deinfluencers y de consejos para desinflamarnos: dietas, suplementos, batidos, alimentos antiinflamatorios. Pero, ¿qué significa exactamente que estemos inflamados? ¿Qué impacto tiene en la salud? ¿Tan malo es?
Empecemos por el principio. Lo cierto es que, a pesar de la mala fama de los últimos años, la inflamación per se no resulta perjudicial. Todo lo contrario, es un mecanismo esencial de defensa del organismo para combatir patógenos como virus y bacterias; para convertir las vacunas en protección a largo plazo; para ayudarnos a cicatrizar heridas; y para evitar que células cancerosas proliferen y generen un tumor.
"Es absolutamente imprescindible que tengamos inflamación para sobrevivir", asegura Sílvia Vidal, investigadora y coordinadora del grupo de enfermedades inflamatorias del Instituto de Investigación del Hospital de Sant Pau de Barcelona.
"Se trata de una respuesta natural y beneficiosa del organismo para protegernos, y puede aparecer en cualquier parte del cuerpo", prosigue Vidal, quien destaca que esta actuación crucial del sistema inmunitario es aguda y está en marcha un período corto de tiempo.
Por ejemplo, pongamos por caso que estamos cocinando y nos hacemos un corte con el cuchillo; en ese instante, las células del área dañada comienzan a liberar moléculas que captan las células inmunitarias que circulan por la sangre, sobre todo los neutrófilos, que circulan atentos a las señales que puedan encontrar en los vasos sanguíneos. Éstos entran en la zona de la herida, reconocen el daño y potenciales patógenos, y ponen en marcha la alarma del sistema inmunitario.
Es entonces cuando se pone en marcha una orquesta de acciones: los vasos sanguíneos de la zona se dilatan y se hacen más permeables para facilitar que llegue la sangre y, por tanto, más células inmunitarias. Esto provoca que sentimos hinchazón, calor, dolor en la herida y que se enrojezca. Los glóbulos blancos se presentan en la herida y se comen las potenciales bacterias que pueden habernos entrado con el corte. El pus que a veces supuran las heridas es un signo de que los glóbulos blancos han hecho su trabajo y después han muerto. Por último, llegan más glóbulos blancos a limpiar los daños ya reparar los daños. Cuando se resuelve el problema, las mismas señales que han puesto en marcha la alarma se apagan, y el sistema inmunitario vuelve al equilibrio. Esto sería un episodio de inflamación aguda.
Cuando la alerta falla
Ahora bien, los problemas de salud comienzan cuando esta respuesta del sistema inmunitario no se desactiva en un período corto de tiempo y se convierte en crónica. Y además, en lugar de estar localizada en una parte del cuerpo, se extiende como una balsa de aceite por todo el organismo, porque puede provocar daños irreversibles en los tejidos.
La investigación científica de las últimas décadas ha asociado una inflamación crónica sistémica con un riesgo aumentado para desarrollar un sinfín de problemas de salud, desde asma hasta obesidad, problemas cardiovasculares, neurodegeneración, depresión y cáncer. También puede contribuir a que aparezcan enfermedades autoinmunitarias, como artritis reumatoide, síndrome de Crohn o esclerosis múltiple.
Si hiciéramos un símil, el sistema de defensa del organismo vendrían a ser policía, bomberos y servicios médicos que acuden a un accidente oa un incendio. Llegan alertados por las llamadas de vecinos o de testigos, actúan, resuelven la situación, restauran el tráfico y se van. Hasta ahí, todo bien.
Pero si empiezan a recibir falsas llamadas de diferentes partes del organismo o se confunden y realizan actuaciones a diestro y siniestro atacando células y tejidos que no tienen daños o que no son patogénicos, generando inflamación, se producen daños colaterales que, mantenidos en el tiempo, de llegar a ser. Además, el sistema de emergencias se estresa y extenua, de estar continuamente actuando en todas partes, lo que provoca que responda de forma más ineficiente a amenazas reales, como un cáncer.
"Muchos de los mecanismos de inflamación pueden dañar las células del entorno que están sanas. Al final, [la respuesta inmunitaria] es como si fuera lejía que se tira sobre un área: elimina el patógeno, pero también se carga las células de alrededor. Vidal.
Y la situación, además, se agrava a medida que vamos envejeciendo, cuando el sistema inmunitario empieza a perder finura, se hace más ineficiente y empieza a cometer errores ya no combatir de forma tan efectiva las amenazas. Hacer años también es un proceso que se asocia a mayores niveles de inflamación. Las personas mayores, con frecuencia, suelen encadenar infecciones de orina o respiratorias. De hecho, a partir de los 50 pero sobre todo de los 60 aumenta la cantidad de moléculas inflamatorias que circulan por la sangre. A partir de los 65 es frecuente que la mayoría de adultos tengan al menos una enfermedad crónica, que se retroalimenta con la inflamación, tales como cáncer, diabetes tipo 2 o patología cardiovascular. Y a partir de los 85, una de cada tres personas en Cataluña tiene Alzheimer.
Un estilo de vida proinflamatorio
Pero, ¿por qué no se desactiva la señal de alarma? Por varios motivos: a veces ocurre que las células olvidan enviar señales para desactivar la inflamación una vez pasada la amenaza; en otros, la amenaza original no se va del todo, como en el caso de las infecciones bacterianas persistentes o de un tumor. O también puede ocurrir que el cuerpo responda a una amenaza que no existe, como es el caso de las enfermedades autoinmunitarias.
En muchos casos, también, se generan círculos viciosos de los que es complicado salir. Pensemos en el mal colesterol: puede acumularse en las arterias, bloquearlas y provocar graves problemas cardiovasculares. Por eso, cuando el sistema inmunitario detecta que se empieza a depositar esta sustancia en las paredes de los vasos sanguíneos, intenta eliminarlo. Lo hace generando inflamación: glóbulos blancos –neutrófilos– que llegan al lugar donde está el colesterol y que piden refuerzos secretando moléculas proinflamatorias, que además de inflamar la zona, la arteria, comienzan a dañar el tejido.
Si el colesterol sigue adhiriéndose a las paredes de los vasos, la inflamación continúa, pero no se limita sólo a las zonas donde están las placas de colesterol. Como el sistema inmunitario circula a través de la sangre por todo el cuerpo, las moléculas inflamatorias se reparten por doquier. Por eso "tienes más probabilidad de que el sistema cardiovascular se altere", alerta Vidal.
Al final, apunta Antoni Castro, jefe del grupo de investigación en medicina interna del Instituto de Investigación Biomédica de Girona (IDIBGI) Dr. Josep Trueta, todos los sistemas del organismo están relacionados: inmunitario, metabólico, hormonal y cardiovascular.
De hecho, es por eso que cada vez más estudios científicos están encontrando correlaciones entre el estilo de vida y el grado de inflamación. Hay trabajos recientes que han concluido que en poblaciones del Amazonas, por ejemplo, la gente no está tan inflamada como en poblaciones occidentales. Y dentro de los países industrializados, a menudo existe diferencia entre los entornos rurales y los urbanos. Una alimentación inadecuada, el sedentarismo, el estrés crónico y la exposición a tóxicos ambientales hacen un cóctel sumamente dañino, que nos desprovee de nuestro escudo natural.
"Si tienes un sistema inmunitario en continuo estado de alerta, exhausto de generar inflamación, cuando llegue una amenaza real, como un cáncer, no podrá responder", advierte Vidal.
¿Y qué hacer?
Hay factores que podemos controlar y otros que no, está claro. Lo que sí está en nuestras manos no es ninguna sorpresa, pero sí una solución mágica, en el sentido de que está archidemostrado que funciona: llevar unos buenos hábitos de vida es la mejor garantía para envejecer de la forma más saludable posible.
¿Qué significa buenos hábitos de vida? Pues hacer ejercicio de forma regular, que es una de las mejores medicinas que tenemos, que potencia la reparación del ADN y se ha demostrado que reduce el riesgo de sufrir enfermedades graves. También descansar bien, mantener el estrés a raya y seguir una dieta saludable. Y por dieta saludable hay que entender el mediterráneo, "que favorece la microbiota intestinal, rica en frutas y verduras, en frutos secos, fermentados, cereales integrales, grasas saludables", porque "proporciona alimento para las bacterias buenas del intestino, que secretan moléculas antiinflamatorias", San Pablo.
Para Castro, del IDIBGI, ahora mismo estamos demasiado centrados todos, también la sanidad pública, en "destinar recursos al sistema sanitario, al diagnóstico y la curación, cuando hay muchos estudios de salud pública que demuestran que lo que realmente mejoraría la salud de la población sería evitar que aparecieran los problemas de salud". Parece una bertranada y, sin embargo, no se está implementando. "Debemos invertir en salud, en vida sana, y no en medicamentos para arreglar problemas que podríamos prevenir", concluye Castro.
En los últimos años parece que inflamado sea sinónimo de estar gordo.
"Existe una inflamación sistémica en el organismo que está relacionada con la acumulación excesiva de grasas", apunta al SMC España el inmunólogo de la Universidad de Murcia, Antonio Ruiz . Las células encargadas de acumular grasas, los adipocitos, producen una serie de mediadores que inducen la inflamación, crónica, de baja intensidad, que afecta a otros órganos y tejidos. Los adipocitos se inflaman porque aumentan en cantidad y tamaño, no respiran bien porque no les llega bien el oxígeno. En consecuencia, generan radicales libres, unas moléculas que provocan daños de forma generalizada.
"Si comes mal y empiezas a tener grasa, esta grasa es capaz de secretar señales inflamatorias que favorecen la entrada de células inmunitarias en la zona de tejidos de grasa; y eso favorece, a su vez, señales inflamatorias y que se acumule más grasa", explica Antoni Castro, jefe del grupo de investigación de medicina interna de la medicina interna. Josep Trueta.
Es un círculo vicioso que se autoalimenta dentro de la inflamación crónica. Y llega un momento en que esa inflamación y el daño no son reversibles, y que el tejido llega al punto de colapso.