Cien años del descubrimiento de Tutankamón, una momia con mucha química
Seguramente la más famosa y estudiada entre las de faraones egipcios, los análisis químicos han revelado detalles fascinantes sobre los restos y objetos que le acompañaban y sobre la llamada maldición de Tutankamón
El 28 de octubre de 1925, el egiptólogo Howard Carter y sus ayudantes sacaron los clavos dorados que protegían el ataúd y levantaron la tapa. Delante suyo apareció la momia, muy bien conservada, del faraón Tutankamón. Habían pasado casi tres años –menos una semana– desde que se había descubierto la tumba. Los arqueólogos habían tenido que atravesar tres cuartos hasta llegar a la que contenía los restos. Y allí no tuvieron que abrir un ataúd, sino tres. En un complejo juego de muñecas rusas pudieron acceder finalmente a la momia del antepenúltimo faraón de la XVIII dinastía, que había gobernado hacía casi 3.350 años.
La de Tutankamón no sólo debe ser la momia más famosa de un faraón egipcio, sino también la más estudiada por científicos de diversas especialidades. La buena conservación ha dado lugar a muchos análisis, incluso escáneres, pero las riquezas que le acompañaban también han permitido otras investigaciones para arrojar cierta luz sobre ese período y su reinado.
Tutankamón fue faraón a los nueve años y murió muy joven –aproximadamente su reinado se extendió entre los años 1322 y 1314 a. Por eso, puede sorprender ese cuidado y ese lujo funerarios. Una hipótesis es que el joven Tutankamón, influenciado por sus asesores, restauró la religión politeísta que su padre, Amenhotep IV –que más tarde cogió el nombre de Akenaton– había eliminado. Y esto le daba una gran relevancia.
El ataúd interior era de oro y pesaba poco más de 110 kilos. Una de las primeras cosas que llamó la atención fue la icónica máscara que cubría su cabeza. También era de oro. Pesaba unos 11 kilos y medía 54 cm de alto, 39,3 cm de ancho y 49 cm de grosor. Los análisis con cristalografía de rayos X realizados en 2007 revelaron que tenía dos capas de oro de unas 30 milésimas de milímetro. Una era de oro de 18 quilates y la otra de oro de 22,5 quilates, en ambos casos en una aleación con plata y cobre.
Otro elemento destacado era la daga de hierro. Desde los años 60 se sabía que tenía un elevado contenido en níquel y esto sugería que el material provenía de un meteorito. Los análisis realizados en el 2016 confirmaron este origen extraterrestre, que tiene, casualmente, un sentido simbólico: los faraones eran considerados divinidades y la daga había sido realizada con un material caído, literalmente, del cielo. La fluorescencia de rayos X mostró una composición mayoritariamente de hierro con un 11% de níquel y un 0,6% de cobalto. Esto encaja con la probable provenencia de un meteorito de los llamados férricos o sideritos.
Química en el Antiguo Egipto
Aparte de ser útiles, los análisis químicos pueden considerarse un buen homenaje a la ciencia del Antiguo Egipto. Si bien la palabra "química" proviene del árabe al-kimiya, yendo más atrás, una de las hipótesis es que viene de Kemet, el antiguo nombre de Egipto, que significa país de la tierra negra. Esto tendría sentido, porque con esa tierra se hacían tintes y medicinas. Los conocimientos de esa civilización sobre esta ciencia les permitió obtener el primer pigmento sintético: el azul de Egipto. En su compleja preparación se mezclaba arena, carbonato de calcio, malaquita –un mineral de cobre– y sales de sodio y se mantenía varias horas a temperaturas de entre 800 y 1.100 grados.
Para evitar las pesadas coronas, los faraones utilizaban a menudo una prenda llamada nemas. La máscara de Tutankamón reproduce a un nemas y se han podido identificar metales que revelaban los pigmentos utilizados. Eran azul de Egipto y azul de Amarna. Este último lleva el nombre del lugar donde Akhenaton construyó la nueva capital del reino y sólo se utilizó en ese período. La mezcla de azules daba una tonalidad más oscura a las nemas.
En 2022, investigadores egipcios publicaron el análisis de unas pequeñas figuras funerarias de madera encontradas en la tumba. Eran ushebtis o shawabtis. Se cree que el nombre significa "los que responden", porque eran los responsables de las tareas cotidianas del fallecido en la otra vida. Con técnicas no invasivas, como luminiscencia y microscopía óptica, se identificaron los pigmentos: ocre para las capas rojas, el mineral cuprorivaita mezclado con yeso para las azules y con calcita y cuarzo para las verdosas, orpiment para el amarillo y yeso para el blanco. El negro provenía de huesos de animales o aceites minerales quemados.
El nivel de la química egipcia también se revela en las técnicas de momificación, que evolucionaron a medida que los embalsamadores adquirían nuevos conocimientos. Las sustancias utilizadas se encuentran en fondos escritos, como algunos papiros, pero la identificación entre los nombres y los compuestos reales presenta dudas. Otra forma de conocerlos es el análisis químico de residuos. Investigadores alemanes analizaron los restos contenidos en 31 recipientes cerámicos hallados en un taller de embalsamamiento de la 26ª dinastía en Saqqara. Corresponden a técnicas utilizadas unos siete siglos después de la muerte de Tutankamón.
Los resultados, publicados en 2023 en Nature, llevan a conclusiones más allá del proceso que practicaban los embalsamadores. Se utilizaba resina de pistacho y aceite de ricino, por sus propiedades antibacterianas, antifúngicas y aromáticas. El pistacho debía provenir de otros lugares del Mediterráneo, pero otros productos, como goma de dammar o resina de elemino, debían llegar desde zonas tropicales de África central o incluso del sudeste asiático, donde se encuentran los árboles de los que se extraen. Esto muestra que aparte de aumentar conocimientos empíricos sobre ciertas sustancias, la momificación también potenció el comercio con regiones lejanas.
¿De qué olían las momias?
Algunos compuestos utilizados en el proceso de momificación se pueden intentar identificar por el aroma. En febrero de ese año un equipo internacional encabezado por investigadores eslovenos publicó en el Journal of the American Chemical Society un análisis de nueve momias conservadas en el Museo Egipcio de El Cairo. Con cromatografía, espectrometría, narices electrónicas y personas entrenadas en la detección de olores identificaron ciertos aromas, pero la adscripción a sustancias concretas es mucho más complicada. En cualquier caso, puede ser muy útil de cara a su conservación.
Pero esto sería el aroma actual de las momias. ¿Qué olores se percibían en los monumentos funerarios en el Antiguo Egipto? Las ánforas halladas en una tumba de hace 3.400 años pueden dar respuesta. Contenían comida y otros productos para acompañar a los difuntos al otro mundo. Se trataba de la tumba donde enterraron a Kha, un personaje importante, supervisor de la construcción de los monumentos funerarios reales durante el reinado de los faraones Amenhotep II, Thutmose IV y Amenhotep III, y su esposa Merit. Los análisis las publicó en 2022 en el Journal of Archaeological Science un equipo italiano encabezado por Jacopo La Nasa, que, pese a su apellido, es de la Universidad de Pisa y nada tiene que ver con la agencia espacial.
Las moléculas identificadas son características del pescado seco, un alimento importante en el Egipto de la época. También había aromas afrutados, aunque no se ha podido identificar de qué producto concreto provenían. En una de las ánforas se encontraron indicadores de la presencia de harina de cebada –la cerveza también era un componente importante de la dieta en el Antiguo Egipto– y en otras, grasas vegetales y cera de abeja.
De la maldición a un fármaco contra el cáncer
Poco después de que se descubriera la tumba de Tutankamón la coincidencia de algunas muertes –como la de Lord Carnarvon, que había financiado la expedición, y la de su hermanastro, Aubrey Herbert– dieron lugar a la teoría de la maldición del faraón. Ninguna prueba apoya, pero la leyenda se reavivó cuando, en los años 70, infecciones respiratorias graves causaron la muerte de científicos que habían entrado en la tumba de Casimir IV Jagelló, gran duque de Lituania y rey de Polonia en el siglo XV. Los estudios científicos han sugerido que las muertes podían haber sido causadas por Aspergillus flavus, un hongo tóxico que con sus esporas puede causar estas infecciones y que también se encontraba, en cantidades no nocivas, en la tumba del faraón.
En un proceso totalmente inverso a una maldición, investigadores de la Universidad de Pensilvania han descrito este año, en la revista Nature Chemical Biology, un posible beneficio de ese hongo. Contiene unos péptidos –cadenas cortas de aminoácidos– llamados, en inglés, RiPPs. Es un acrónimo que liga bien con la idea de muerte, pero en este caso lo que han visto es que algunas de estas sustancias podrían tener una potente actividad anticancerígena. Las pruebas de laboratorio con células humanas abren el camino a más investigaciones que los autores consideran prometedoras. Así, de la maldición del faraón se habría pasado a nuevos fármacos, para que con el faraón Tutankamón siga habiendo buena química.
El guisante de Tutankamón
El nombre del faraón incluso ha quedado asociado a una variedad de guisantes. El guisante de Tutankamón, más conocido como guisante púrpura del Rey Tut, debe su nombre a que estaba plantado en el jardín del castillo de Highclere, propiedad de Lord Carnarvorn. Se dice, sin pruebas de que lo avalen, que los guisantes se encontraban en la tumba de Tutankamón. El caso es que estos guisantes verdes se vuelven de un pardo rojizo cuando se calientan. Y en 2023, investigadores japoneses explicaron su proceso en la revista Food Chemistry Advances. El responsable tiene un nombre complicado, galado de epicatequina, pero muchos habremos ingerido, porque se encuentra en el té verde, entre otros lugares. Cuando se calienta, la sustancia se oxida y adquiere ese tono marrón. El descubrimiento, dicen los autores, tendrá aplicaciones en los procesos de coloración de los alimentos y en la síntesis de esta substancia, que tiene poder antioxidante.
El castillo también es famoso porque se rodaron allí los interiores y algunos exteriores de la serie Downton Abbey. Con seis temporadas y tres películas, no parece que la hipotética maldición de Tutankamón le afectara, sino más bien al contrario.