Un 'bar à vins' esquinero ideal para ver pasar la vida
El Macot es un espacio para cenar tranquilo, disfrutar de platos para compartir y descubrir buenos vinos
El concepto bar á vins siempre me ha gustado. Un lugar pequeño, acogedor, para tener buenas conversaciones frente a una copa de vino y acompañarla de platillos sencillos con buen producto. Es como un templo para conspirar y ver pasar la vida. Como por dinámica de vida muchos de nosotros sólo podemos ver a los amigos cercanos de cena en cena, esta categoría de establecimiento siempre encaja como anillo al dedo. Porque no sólo la comida y la bebida son importantes (que lo son), sino que también lo es que el espacio tenga la calidez necesaria para poder sentirte a gusto. Ni que decir tiene que este tipo de local también es perfecto para primeras citas. O para las parejas que tienen niños pequeños y, por un día, pueden sentarse y hablar tranquilamente sin interrupciones.
Si buscáis un sitio como el que acabo de describir, el último descubrimiento en Barcelona os encantará. Se llama Macot (Violant de Hongria Reina d'Aragó, 150) y es un establecimiento esquinero, no muy grande, del barrio de Sants. De esos que cuando pasas por la calle te fijas, y querrías ser una de las personas que está dentro con una copa en la mano. La historia del Macot es muy bonita. Lo creó antes de la pandemia Òscar Navas Capilla, un enólogo enamorado de la viña. Y como todos estos seres de alma campesina, las cepas le llamaron. Ahora hace "vinos de sol y viento", como los describe, en la bodega La Furtiva, en la Terra Alta. Pero como suele pasar a menudo en la vida, las cosas a veces ocurren de una manera orgánica. Su madre, Mercè Capilla Amela, estaba en un momento laboral en el que ponerse al frente del Macot fue un regalo del destino.
Mercè no se describe como restauradora o cocinera, ella se describe como anfitriona. Con el perfeccionismo de las personas que han comido en muchos sitios, capitanea el local. Amparada por la estela de su abuela materna, que era de Batea, de la Terra Alta, y que fue un referente familiar y una persona con una gran ascendencia sobre todos. Ella era de Cal Macot. Por eso el bar á vins se llama así. Este apodo con el que los bautizaron los vecinos del pueblo venía a cuento porque eran gente de buen ver.
Y resulta que también son de buen beber. Òscar hace la carta de los vinos, donde obviamente hay vinos de la Terra Alta, entre otras regiones. Todos son vinos con poca intervención, hechos por pequeños productores que cuidan el viñedo y sus frutos. Mercè es la que piensa el menú sólido. Quiere hacer cocina sencilla y natural. De base principalmente mediterránea.
En un lugar así no puede faltar el surtido de quesos, claro. Pero para que os hagáis una idea de lo que encontraréis, en carta ahora tienen coca de calçots con anchoa del cantábrico; straciatella (el corazón de la burrata), sardina ahumada, tomates cereza, piñones y pesto de pistacho; boniato, crema de parmesano, tocino ibérico Joselito, avellanas y botárga... Y dos de sus platos estrella. Los bollos, que tiene varios tipos, como el de rebozuelos, queso morbier y velo de tocino ibérico; o bien el de papada cocinada a baja temperatura lacado en salsa hoisin. Los otros platos que tienen mucho éxito son los arroces secos. Como el de bacalao con alioli suave de piquillos o el de setas y alioli suave de ajo negro y cúrcuma. De hecho, el Macot realiza cenas de martes a sábados. Pero el viernes y los sábados también hacen comidas. En el caso de los viernes, sirven un menú especial del arroz, pensado para quienes apenas empiezan –o están a punto de empezar– el fin de semana. Incluye una copa de vino, un primero, un arroz y un postre por 29,50. El ticket medio por persona a carta sería de unos 40 o 45 euros.
Lo que no encontrará en el Macot, que sí está presente en otros bares á vins, es ningún plato con foie. Para ellos el bienestar animal es importante, y la producción de foie no les ofrece garantías suficientes que así sea. En un restaurante es importante lo que encontramos, pero también lo que no hay ni habrá.